Alicia no ha sido solamente una magistral bailarina cubana de talla universal. Su presencia en la cultura no se limita a los prodigios de su talento y personalidad en la danza clásica que supo estilizar. Tampoco alcanza magnitud sólo por ser parte del trío (Fernando y Alberto Alonso eran los otros dos) que fundó lo que se ha dado en llamar “escuela cubana de ballet”, con esa compañía que la concreta, procreadora de otras agrupaciones y capaz de conseguir, en Cuba, una recepción popular para semejante modalidad corporal de lo artístico. Alicia ha sido también un mito, un paradigma y un caso singular de mujer que hizo, de tal vertiente expresiva heredada, su modo de evidenciar fidelidad a la patria. Pero Alicia devino -además- signo fisonómico asumido en sus estilos por pintores, escultores y gráficos.
Ese caricaturista que enriqueció nuestra abarcadora iconografía cultural, David, la dibujó en diversas ocasiones y con poses distintas, resaltándole las formas distintivas de su figura y las partes más acentuadas del rostro. René Portocarrero también la sintió como parte de las bailarinas que fijó dentro de su serie denominadas “goyescas” o “carnavales” en la década del setenta; y hasta planeó concebir desde su figura una serigrafía -para imprimir en el taller que luego recibió el nombre de este criollísimo artífice- destinada a ser regalo para ella, a la que mucho admiraba. Servando Cabrera Moreno nos dejó un retrato suyo en solución académica avanzada (porque hubo otros pintores amarrados a la formación de la vieja Escuela de Bellas Artes “San Alejandro” que también la pintaron), aunque con posterioridad hiciera un suelto dibujo en el moderno código lineal reconocido que ha tenido hasta usos publicitarios. Luis Martínez Pedro me confesó una vez que había pensado llevar, a la tónica visual abstracta que le era característica, los giros que en la Alonso constituían diseños circulares iterados.
Sería útil un estudio riguroso acerca de la presencia de Alicia en las artes visuales de nuestro país; no sólo en la plástica, sino igualmente en el diseño informacional y la fotografía. Pues se localiza en el quehacer creador de Raúl Martínez, Nelson Domínguez (extremado en un manejo evocativo que la multiplica), Cosme Proenza, Ernesto García Peña y Alicia Leal, entre otros. Hasta quien redacta estas notas realizó, en 1992,un acrílico sobre cartulina que está precisamente en la pared contigua a mi computadora, con título Mask, donde aparece Alicia en un ballet que nunca le vi bailar. Osvaldo Salas, Korda y numerosos fotógrafos dejaron penetrante testimonio de la vida de la bailarina en las clases, en el escenario, en presentaciones externas, y en sus peripecias cotidianas. Por petición suya y de Pedro Simón escribí hace tiempo un texto publicado por la revista Casa de las Américas, cuya preparación me introdujo en paquetes de fotografías que hablaban de su profesión puesta en movimiento con afinada gestualidad, convertida en vehículo y “abecedario” proxémico para la sintaxis lírica emitida por el cuerpo.
Alicia ha sido, sin dudas, uno de los íconos más expandidos en el imaginario estético nacional. Su fuerza y proyección balletística local e internacional ha repercutido de manera natural en la poesía representacional inherente a la visualidad. De ahí que permanezca para siempre, de muchas formas, en la sustancia espiritual de la tierra que ella supo amar y servir.
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