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Nuevas realidades (inducidas) sobre siete historias susurradas
20January
Artículos

Nuevas realidades (inducidas) sobre siete historias susurradas

Sergito y Luis (o viceversa),

Les vuelvo a escribir. Esta vez fui solo a ver Realidad inducida (siete historias y ninguna es cierta). Me parece que fue lo mejor. Ya saben que con los años me he vuelto alérgico a las inauguraciones y al público del «primer día». Bueno, a decir verdad, fui con mi cámara, porque me interesaba recoger algunas imágenes para luego compararlas con la otra Realidad… Al contrario de aquella, esta se me fue olvidando y si no llega a ser por el aviso, no la hubiera ido a ver (lo cual habría sido imperdonable, porque la disfruté completamente).

No sé cómo se las arreglan para complicarse tanto la vida. Se los digo con una sola intención, la del artista y no porque tengan que ceder ante lo rápido, lo limpio y lo sencillo. Nada de eso. Cuando uno llega a conocerlos, comprende enseguida porqué muchas veces las obras son el verdadero reflejo de sus autores y es que ustedes emanan un barroquismo diferente. Tienen tanto que decir y lo hacen tan bien, que la imagen que queda como resultado, es impresionante.

Cuando llegué a la galería y eché un ojo adentro, sentí el peso de lo reflexivo en una obra que no deja de ser «bonita» (y que esta palabra no los turbe). Hay muchos elementos que hacen que esta nueva realidad sea una obra así (mejor, vamos a decir: bella). Primero, está bien articulada, lo cual es fundamental, porque permite seguir el discurso y esto lo logran desde la repetición de determinados elementos visuales como la cuerda, que cita y sirve, al mismo tiempo, de hilo conductor.

Segundo, la representación (que bien podía ser el primer elemento de esta enumeración, pero prefiero que no lo sea), que es un compendio de simbolismos. Digamos que ustedes se apropian de una neo simbología, algo típico de los posestructuralistas, para recontextualizar la suya propia. El uso de objetos (que no le da una carga objetual) hace que regrese el fantasma del barroquismo. Pero, esta vez, el espacio expositivo ayuda mucho (es más amplio e irregular), lo cual permite que las piezas tengan sus límites dialógicos y que el espectador lo sienta.

 

realidad inducida

 

Después viene el color. Bueno, es una obra muy cromática en su conjunto (y eso que no le hacía falta). Si ven algunas fotos que tomé en blanco y negro, se darán cuenta que existe, incluso, un metalenguaje subyacente que sigue siendo fuerte aun sin el color. Por supuesto, hay una pieza que se destaca que, además, está muy bien situada y dispuesta con la luz que lleva, ni más ni menos: es el paisaje de La Niña, la Pinta y la Santa María (el artista, el crítico y el coleccionista). Esta es una de las piezas más sublimes, desde mi percepción, y les explico por qué lo pienso así. Supieron dialogar muy bien con las sensaciones y con los contrastes, en la manera en que se anteponen las tres piezas mecánicas, que son tres entidades con carácter propio (el título de la obra lo explica muy bien), para hacer un guiño irónico al mismo proceso dentro del ciclo de vida del arte. Tal vez sea porque los aparatos están dispuestos de una manera que me llamó la atención y la relación de estos con el paisaje, también. Tanto la esterilla eléctrica, la bicicleta estática y el remoergómetro, inducen a un movimiento contrapuesto más que al acto contemplativo frente a una «obra de arte», o porque el ejercicio físico también es un escape, incluso, ¿por qué no? Para muchos, lo importante es mantener su aspecto exterior y lo demás… lo demás es puro paisaje.

Ustedes lo colocan al final, como indiferentes (o al principio. Ya, a estas alturas, uno puede recorrer esta Realidad… como lo desee). Entonces, se resalta más el paisaje y se nota en la iluminación propia que tiene, y que ustedes inteligentemente han resaltado con las luces de la sala (más allá de la que logran con las pinceladas). No sé, uno sale pensando cosas. Y no es que le quiera dar la espalda a las otras piezas, sino que esta me hizo cruzar los estadios, como mismo sucede con la vida.

Le sigue una triada peligrosa: espacio, volumen, textura, con lo cual terminan por llenar el bote. Y eso me hace llegar a una pregunta: ¿por qué la simulación de un taller? No es que lo vea mal; por el contrario. Ya les dije (lo noté desde el principio), que hay un barroquismo in extremis, pero que ustedes asumen como una actitud delineante y segura del universo en que se desarrollan los sucesos. Incluso, en La enfermedad del escapista (The Big Crunch), donde parece que todo termina (o comienza, da lo mismo) se siente el peso de todas las cosas. Creo que seleccionaron muy convenientemente ese lugar para la obra: no hay otro que traduzca mayor desasosiego ni propulse tanta presión sobre uno, aun con una soga tan cerca del cuello.

 

realidad inducida

 

Esta vez hubo un salto entre realidades; lo comprendo. Uno cruza los espacios del mismo modo en que avanza o retrocede. Les confieso que regresé a las piezas más de una vez, y lo hice impulsado por la opción del escapismo seguro e inmediato, dispuesto desde la soga como elemento unificador (más que como un dibujo), que establece la marca y la dinámica de un ritmo que no sobra.

Si lo veo así, me gusta (ya les he dicho que no le temo a este tipo de palabras). Es una pieza, en conjunto, superior a la otra entrega; mucho más pensada, mejor curada, potente y «difícil» visualmente, pues vincula lo instalativo-objetual, la video instalación y el Site Specific. Son como cuadros de una escena, pero desde la introspección (lo veo así), donde se narran diversos mundos que están conectados, como la misma vida del artista, que dialoga en diferentes tesituras y lenguajes cuando, a veces, se necesita decir lo mismo. Son imágenes susurradas, que saben cómo llegar.