El otro munch, obra del reconocido pintor Nelson Domínguez, se esparce por estos días como imagen visual del Festival Internacional Jazz Plaza 2020. Y el hecho, más que casual, muestra como su raíz más gruesa una trenza de concomitancias. Prodigadas por esa comunión entre las artes y la savia poética que comparten, por la que Miguel Ángel escribía sonetos y José Martí invocaba a pintar con palabras.
Transtextualidad que irriga el diálogo entre la música y la pintura, entre el jazz y el expresionismo; aunque el pintor pinte sus cuadros sobre lienzos, y los músicos en el silencio, como decía Leopold Stokowski. Fecundo encuentro en muchas cubiertas discográficas. El MOMA de Nueva York incluyó en una exposición de 1949 dos portadas discográficas de jazz diseñadas por Bob Jones y Alex Steinweiss. Nelson Domínguez ha estado a cargo de algunas, entre ellas la del CD Mambazo, de Joaquín Betancourt y su Joven Jazz Band.
Para un amante del jazz como Julio Cortázar, esta híbrida expresión musical es un «producto poético, una manifestación musical del poetismo», que tuvo su equivalente literario en el surrealismo de André Breton y René Crevel. El poeta y músico jazzista Ted Joans, el único artista afroamericano surrealista para Breton, adoptó el jazz como forma expresiva de sus pinturas. Tras la muerte de su amigo Charlie Parker, el trompetista pintó en las calles neoyorquinas la frase: «Bird Lives». Bird, por su parte, pintó retratos al estilo naif y algunos de ellos ha sido utilizado en cubiertas de discos. Sun Ra y Miles Davis también pintaron.
En Cuba tenemos el caso del poliédrico Bobby Carcassés, fundador del Festival de Jazz Plaza. El «hombre-jazz de Cuba», además de componer y tocar varios instrumentos, pinta y dibuja, llegando a exponer en galerías nacionales y foráneas. En casi todos los espectáculos que hace utiliza los lobbies para presentar sus pinturas.
La espontaneidad y la improvisación son valores que abrazan tanto el jazz como las vertientes expresionistas de las artes visuales. Los jazz men «son músicos irreductibles a toda mediatización, sea la de una estética musical cualquiera, sea la de una interpretación». Sus sumisiones —según el autor de Rayuela— carecen de la obligada servilidad del concertista clásico. Por igual, la pintura de Domínguez se libera de ciertas normas académicas y de la representación naturalista. Si figuración es pura expresión de lo emotivo. Fantasmagoría que nos hechiza con su signo gráfico y la materialidad del trazo. El color, la pincelada negra o roja, en función del dramatismo.
Sobre la pintura que ahora suena en el Jazz Plaza, dijo el maestro: «Esta es una obra por encargo, pues Jorge Gómez eligió esta entre mis creaciones, y reúne, desde el concepto, lo que interiormente expresa el jazz. No sé si se verá, pero no puedo pintar sin la música».
Está inspirada en un icono del movimiento expresionista: las obras que bajo el título de El grito realizara Edvard Munch (Noruega,1873-1944). Cuatro pinturas y una litografía, que versionan a su vez tres variantes de La desesperación. Son, como en el mundo del jazz, improvisaciones sobre un mismo tema. En la más conocida, una figura andrógina simboliza al hombre moderno, en un momento de profunda angustia y desesperación existencial.
En contraste, la re-improvisación del cubano parece la eyección de otras motivaciones. Otra es la composición y la postura del sujeto, como otros son los tonos. La figura humana mira hacia arriba, hacia la cúspide volcánica del triángulo que lo circunda. Si en la de Munch sus manos encuadran el espanto, en la recreación del cubano una gran mano se adelanta hasta el primer plano, en una pose que, se me antoja, está a punto de tocar, a saber, si un tambor o un piano. Y entonces el grito puede ser el de un canto.
Y dije re-improvisación porque es también la re-creación de sus referentes cubanos (Wifredo Lam, René Portocarrero, Antonia Eiriz…) y de otras obras suyas. El contrapunteo entre el estilo y la sorpresa, entre el recuerdo de una pieza, un símbolo que vimos, y un «no todo está dicho», visto ni sentido. Una «constante creación estética», nacimiento continuo e inagotable como en el jazz, «una nueva música nacida de la jubilosa matriz del viejo tema». La trasformación recurrente de su peculiar metier, de su estructura icónica y tonal. De su personal alusión al mestizaje de nuestra cultura y de la matriz africana de los que gritaron su jazz en los algodonales de Nueva Orleans.
Para más concurrencia, vuelve a ser de un artista santiaguero la pieza escogida para la promoción gráfica del Festival. En la 34 edición se eligió la obra «Jazz=Libertad», donada especialmente por el artista de la plástica Alberto Lezcay Merencio. Como para aludir al lema que subtitula la cita: «De La Habana a Santiago», o viceversa.
En el contexto del Jazz Plaza, se ha hecho habitual este diálogo entre la música y las artes visuales. «Me siento como un jazzista, haciendo esas cosas donde interviene y define el tiempo, el momento, el instante», declaró en la pasada edición Alberto Lescay, a raíz de su intervención artística en el Pabellón Cuba, como parte del proyecto Somos, que integra con sus dos hijos. El jazz «es una forma de vida, expresión y libertad, es el género de la música que más guarda relación con las artes plásticas», expresó el artista Luis Carlos Puerta al inaugurarse en el Mella su exposición Havana in Jazz.
En el 2018, el lobby del capitalino hotel Memories Miramar se engalanó con la muestra Seis del jazz, del artista Felipe Santiago. Seis lienzos trabajados con espátulas plásticas, que recrean importantes exponentes del jazz como Louis Armstrong, Sonny Rollins, Bebo Valdés, Bobby Carcasés, César López y Gonzalito Rubalcaba.
Antes, en la edición 31, se montó en el Pabellón Cuba la muestra colectiva Banda ancha. Una banda de grandes pintores de la que el propio Nelson Domínguez fue nombrado su director. En aquella ocasión, el Maestro manifestó que esta simbiosis le imprimía más color al Jazz Plaza, con creaciones que en su mayoría son una clara alegoría a la música. Dijo, además, que Banda ancha discurre también sobre la diversidad de universos, experiencias y técnicas con las que cada artista plasma su huella sobre el lienzo, la cartulina o a través del bronce.
Nelson Domínguez Cedeño (Baire,1947) es pintor, escultor, grabador y ceramista. Nació y creció en el monte, en plena Sierra Maestra. En 1965 ingresó en la Escuela Nacional de Arte (ENA) donde concluyó entre los mejores expedientes junto a Pedro Pablo Oliva y Flora Fong. Permaneció como docente en la propia ENA hasta 1980, en que se incorporó al Instituto Superior de Arte (ISA). Es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y de la Asociación Internacional de Artes Plásticas. Fue reconocido en el 2009 con el Premio Nacional de Artes Plásticas.