Es una de las instituciones culturales de Bayamo, en la provincia Granma, que mayor orgullo ofrece al nacido en nuestra región. Nada más con escuchar o leer que es la única de su tipo en el país, una sensación de complacencia invade el alma y el cuerpo.
Pero el Museo de la Cera, como prefiero llamarle y no Museo de Cera, pues, aunque se ha hecho común llamarle por la última opción —y hay quien tiene su teoría gramatical para defenderla— el Museo o galería de arte —que es también un tema de controversia— no es de cera, simplemente es una institución donde, en el arte de la cera, se ha creado un nuevo y maravilloso mundo a partir del modelaje de figuras humanas y de animales. En su interior, la experiencia de admirar a personalidades de talentoso desempeño es sencillamente sensacional y admirable.
Recuerdo cuando se fundó. Surgió como todo: desde la sencillez y el sueño. Una familia de empíricos creadores, por su admiración al cantante Polo Montañez, elaboró su figura en cera, y con esta motivación se creó un espacio donde no solo mostraban figuras humanas, sino también de animales, en una construcción artística que era, a su vez, la imitación del ambiente natural. Este espacio tenía un nombre bellísimo: Cerarte. No sé por qué le cambiaron el nombre al lugar en que la familia Barrios —que son al fin y al cabo los promotores de la institución— empezó a crear su universo.
Acaloradas discusiones ha motivado la creación del mundo en cera bayamés. No ha sido tan solo su traslado de lugar y su calificación en museo o galería, también ha sido el cuestionamiento a la labor artística de los creadores de las figuras tanto por creadores de su rama como por otros artistas. Esto, en mi opinión, ha llenado de tristeza un acontecimiento que es de lo más grandioso y atrevido en el arte cubano contemporáneo.
No hablaré de las mezquindades humanas que embriagan al ser social, que invadido por los logros de uno u otro se arriesga a crear tesis y opiniones en contra de estos. Pero, lectores mortales, el talento y el sacrificio, fruto de la dedicación consciente y motivada, siempre son reconocidos por el tiempo y por la mayoría de los demás seres humanos.
Muchos podrán hablar, gritar, correr, sudar, hacer todo y cuanto esté a su alcance para desacreditar a pocos o muchos, pero el talento se impone y la constancia triunfa. Y esa ha sido la historia de la familia Barrios, que para mí son grandes artistas y no artesanos empíricos como otros siempre quieren calificarlos.
El talento siempre es empírico, el ser que no es dotado en sus manos y en su mente para crear arte no lo logrará nunca. Que existan escuelas o academias para moldear, encausar, dotar de ciertas herramientas a los cultivadores de algunas manifestaciones artísticas es un beneficio para algunos, para otros no tiene la más mínima importancia, como dice un viejo refrán: unos hacen lo que pueden y otros hacen lo que quieren, y en cuestiones técnicas de arte, la maestría es quien asegura estas antiquísimas palabras, pues la familia Barrios ha hecho lo que ha querido para convertir en arte perdurable, después de la muerte, la memoria visual del hombre talentoso.
Es cierto, a mi entender —y mucho que he luchado con mis opiniones por eso— que el Museo de la Cera de Bayamo merece una mejor labor curatorial o de montaje museístico, como quiera llamársele. También una mejor selección de las figuras a exponer, una mejor visualidad artística para su entorno y, constructivamente, un mayor espacio, pues seguirá creciendo y el montaje da la sensación de abarrotamiento, motivado también por los errores que enumeré anteriormente.
Pese a todo, la institución es la más visitada de la cultura granmense y la que más dividendos monetarios aporta en nuestro sector. Sin lugar a dudas, es un lugar tan singular que es incalificable. Es único. Digno de mostrar como grandeza humana, no solo en la realización de los sueños y el talento artístico, sino también por ese equipo de trabajo que, con una sensibilidad diferente, lo ha llenado de amor a través de una programación cultural que ha dotado de una dimensión única a la institución.
Es mío, tuyo, nuestro: el Museo de la Cera de Bayamo, único de su tipo en Cuba, es de todos los amantes del arte y del triunfo del talento y la dedicación sobre el ocio y la desidia. Ahí está, en el cuarto tramo del Paseo bayamés, con su magnificencia de institución cultural única. Pareciera que ha sido rescatada de la gran antigüedad imperial de la humanidad para mostrarse en nuestra contemporaneidad como triunfo incalificable, en uno de los lugares apartados del oriente cubano.
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