Leo Brouwer, quien recién estrena ochenta espléndidos años de vida, es uno de los compositores más notorios por su aporte al cine cubano desde el propio surgimiento del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic). Nacido en La Habana en 1939, apenas un año después de fundada la institución, escribía la música para Santa Clara, tercer cuento de Historias de la Revolución, primer largometraje de ficción de Tomás Gutiérrez Alea, cineasta con el que inició una fructífera colaboración. Recorramos algunos títulos en la muy extensa filmografía de ficción de Brouwer, que contribuyó a la banda sonora de El joven rebelde (1961), dirigida por Julio García Espinosa, con varios temas musicales que siguen la trayectoria del joven campesino incorporado a las tropas que luchan en la Sierra Maestra contra la tiranía batistiana. García Espinosa convocó a Leo con el fin de que elaborara la música para Aventuras de Juan Quinquín (1967), en la que el campesino buscavidas del título jamás se resigna a su suerte en la Cuba republicana y trata de sobrevivir a toda costa.
La partitura Ella en el bosque, improvisada frente a una pantalla, marcó el inicio de un estrecho vínculo creativo con Humberto Solás. Fue compuesta para uno de sus primeros cortometrajes de ficción, El retrato (1963), que dirigiera junto a Oscar Valdés. Basado en un cuento de Arístides Fernández, un pintor, en busca de inspiración, persigue a una mujer imaginaria cuyo retrato encuentra en una casa abandonada.
El aporte del compositor Leo Brouwer fue decisivo en Lucía (1968). Su nombre encabeza, con siete temas, la selección de las dieciséis partituras musicales más celebradas según los resultados de la encuesta que convocó la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica por el medio siglo del Icaic. El primer lugar corresponde a las composiciones para ese clásico realizado por Humberto Solás, a tono con su pretensión de que la música fuera «el otro yo de Lucía, su cultura, el amor mismo, la muerte misma». Brouwer recreó el entorno musical de cada una de las tres épocas en que se desarrollan los relatos. Como tema para transmitir los sentimientos de la solterona protagonista de la primera historia, ubicada en Trinidad en 1895, diseñó un tema sobre una idea de Schumann a modo de leitmotiv, con predominio del piano. La Lucía de 1933 se desplaza por un cayo cienfueguero con los acordes de la flauta como instrumento representativo, con un tema principal sobre un preludio de Chopin. En el tercer y último cuento, situado a principios de los años sesenta, el instrumento fue la guitarra. La música recurrente escogida fue la cubanísima Guajira guantanamera, de Joseíto Fernández, en un arreglo particular de Leo Brouwer, con otros temas incidentales. Basta escuchar el tema final para corroborar la opinión de prestigiosos críticos musicales que conceptúan las partituras compuestas por Brouwer para Lucía como el trabajo de mayor relevancia en los primeros treinta años del nuevo cine cubano producido por el Icaic.
Titón afirmó: «Es muy fácil trabajar con Leo», y volvió a acudir a él en La muerte de un burócrata (1966), en la cual el músico se las ingenió con su ductilidad y talento para componer una serie de temas. Acentúan las tragicómicas aventuras, venturas y desventuras del sobrino decidido a exhumar el cadáver de su tío para recuperar el carnet laboral que permita a su viuda recibir la pensión. Para Gutiérrez Alea, una atmósfera sonora cuando filmaba era un paso ganado por completar la idea, y afirmaba: «Si no tienes la música quiere decir que no hay un objetivo suficientemente claro, entonces se corre el riesgo de que una escena quede coja por algún lado». Nelson Rodríguez, también editor del clásico Memorias del subdesarrollo (1968), tuvo que insistir a Titón para que incorporara el tema final. Con destino a Una pelea cubana contra los demonios (1971), cuyo argumento se desarrolla en pleno siglo xvii, Leo creó una partitura ejecutada con instrumentos musicales propios de la época. Más que satisfecho por la contribución del compositor en La última cena, el 10 de noviembre de 1977 Titón le escribió una carta sobre las intenciones que tenía acerca de la música en Los sobrevivientes, la película que preparaba. Le planteó la necesidad de una música que se integrara lo mejor posible a la película ya terminada, interrelacionada con los demás elementos.
«Puedo decir con toda honestidad —expresó— que mis películas más logradas (en particular Memorias del subdesarrollo y La última cena) son lo que son gracias, en gran medida, por la extraordinaria calidad de la música que tú has compuesto para ellas». Satisfecho ante los resultados, pero confiado en que se podía avanzar mucho más por ese camino, recurrió por última vez a Leo Brouwer para la música de Hasta cierto punto (1983). Culminó un arduo proceso creativo abarcador de más de tres décadas y capaz de lograr obras tan brillantes e insuperables.
Una de las mejores partituras en toda la historia de la composición para la cinematografía de la Isla es Tema y tocata, concebido para el largometraje Un día de noviembre (1972), de Humberto Solás. La conjunción creativa entre este músico y el cineasta es realmente un ejemplo de cómo la partitura puede supeditarse al universo visual de un creador y otorgar un elemento decisivo, como en el caso del filme experimental Cantata de Chile (1975). No poco aportó la presencia en la banda sonora de un conjunto de efectivos temas concebidos por Leo Brouwer a la preciosista puesta en pantalla de Cecilia (1981), personalísima revisión por Solás de la obra cimera de la literatura costumbrista criolla, la novela Cecilia Valdés o La loma del Ángel, de Cirilo Villaverde, con valores independientes al del original. Con la inestimable colaboración de Nelson Rodríguez, guionista y editor, Solás filmó Amada (1983), adaptación de la novela La esfinge, de Miguel de Carrión. Los acordes del músico delinearon la atmósfera romántica que rodea el apasionado amor entre una burguesa, casada y conservadora, y su primo, un joven inconforme, en La Habana de 1914. Según su protagonista, la actriz Eslinda Núñez, este creador terminaba por configurar con su música todos sus personajes.
La totalidad de los cineastas estiman que Leo Brouwer es «el músico ideal para hacer cine». Manuel Octavio Gómez solicitó un creador tan prolífico con el fin de que interviniera en La primera carga al machete (1969), título cimero en la historia del cine cubano que arriba a su medio siglo de filmado. Dos años después colaborarían en Los días del agua y más tarde en Ustedes tienen la palabra. Un autor como él pudo traducir en un pentagrama las inquietudes de Oscar Valdés en su primer y lamentablemente único largometraje de ficción: El extraño caso de Rachel K (1973). La música asume un carácter primordial en la narración del asesinato de una joven corista francesa durante una orgía en la cual participan personalidades de la alta burguesía y la política. La labor de Brouwer también sobresale en El otro Francisco (1974), opera prima de Sergio Giral en el largometraje, que expone dos versiones reveladoras del verdadero rostro de la esclavitud y la lucha de clases. Es el título inaugural en la trilogía de la esclavitud de Giral, con quien Leo vuelve a colaborar en el segundo: Rancheador (1976).
Leo Brouwer acompañó con varios temas las peripecias del tirano ilustrado en El recurso del método (1978), rara conjunción de literatura transcrita al cine por el chileno Miguel Littín, elogiada por el propio novelista Alejo Carpentier. Le siguió otra incursión de Littín en la literatura con su adaptación de La viuda de Montiel (1980) sobre el relato de Gabriel García Márquez. El compositor volvía a contribuir con el entorno sonoro que rodea a la heredera de una gran fortuna, tierras y ganado, que, a la muerte de su esposo, pierde la frontera entre la realidad y la maravilla, el sueño y la pesadilla. Littín contó con él en Alsino y el cóndor (1982).
El relevante músico desempeñó un papel notorio en Son o no son (1981), realizado por Julio García Espinosa para criticar la banalización de la cultura de masas y la deformación de las culturas nacionales a través de los entresijos que rodean el montaje de un espectáculo de cabaret. Brouwer, colaborador frecuente del documentalista Santiago Álvarez, no desoyó su llamado cuando realizó su único largometraje de ficción, Los refugiados de la Cueva del Muerto (1983), basado en un libro testimonial de la periodista Marta Rojas. Relata el destino de un grupo de asaltantes de los cuarteles Moncada y de Bayamo y la ayuda recibida durante su repliegue y persecución. Ese mismo año contrapunteó con su música en Tiempo de amar, dirigida por Enrique Pineda Barnet, la historia de una joven pareja obligada a separarse durante la Crisis de Octubre de 1962. El tono épico subraya la de un grupo de milicianos movilizados en esta adaptación de Brumario, de Miguel Cossío Woodward.
Manuel Pérez, quien apenas utilizó la música aportada por Leo en El hombre de Maisinicú, al urdir su segundo largometraje, La segunda hora de Esteban Zayas (1984), no pudo prescindir de un colaborador tan eficaz. Brouwer transcribió la angustia de un hombre que vive al margen de los acontecimientos políticos a fines de los años cincuenta. Daniel Díaz Torres, debutante en la ficción con Jíbaro (1984), pudo integrar varios temas de la autoría de Brouwer, ideal para apoyar en la banda sonora las andanzas de un reputado cazador de perros jíbaros que se adapta con dificultad a las transformaciones sociales en los primeros años de la Revolución. Por sus crecientes e ineludibles compromisos internacionales como músico y director orquestal, la última colaboración de Leo Brouwer con el cine cubano fue en Visa USA (1986), de Lisandro Duque, coproducción del Icaic con Colombia.
El renombrado compositor —laureado con el Premio Nacional de Cine 2009 en ocasión del aniversario 50 de la fundación del Icaic— ha expresado que «la primera virtud que debe tener la música para el cine es no estorbar al filme» y que «el compositor no puede hacer música de concierto para el cine, sino música para el cine».