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La vida que nos llena Salvador Wood
02June
Artículos

La vida que nos llena Salvador Wood

En una de las tantas tertulias que al abrigo de la Asociación Hermanos Saíz de jóvenes artistas se realizaban a principios de la década de los noventa en la tristemente fenecida Casa del Joven Creador de la Avenida del Puerto habanera, alguien retó a los presentes a mencionar cuáles eran los momentos cumbres del humor cinematográfico cubano de todos los tiempos. A pesar de que no pocos defendieron a alguna que otra comedia insulsa de las que pocos realizadores se han librado, hubo consenso sobre el puesto cimero de La muerte de un burócrata y Los sobrevivientes, largometrajes facturados por Tomás Gutiérrez Alea. Y dentro de estos, como escena más sobresaliente, aquella en que el personaje central del primero de esos filmes observa cómo el empleado de la oficina procede a ponerle el soñado cuño en el no menos soñado documento. Décimas de segundo antes de estamparlo suena el timbre de culminación de la jornada laboral, y el funcionario frena su mano a escasos milímetros del susodicho papel. Lo humorístico no solo radica en lo absurdo del hecho, sino también en la cara de nuestro protagonista, que es todo un poema. Uno pudiera hasta llorar con la desgracia de Juanchín ―que así se llama nuestro personaje―, pero termina sonriendo o desternillándose de la risa de la manera más inteligente posible. Y no se puede esperar otra cosa cuando el actor que lo interpreta no es otro que Salvador Wood, un clásico del cine y la televisión cubanos.

Para la generación de los que nacimos en la década de los sesenta del pasado siglo, Salvador es un mito, un rostro que nos acompañó en los momentos más felices de la niñez y juventud, y que nos hizo mejores con sus sonadas interpretaciones en la serie televisiva Los comandos del silencio, o en ese otro filme memorable titulado El brigadista, con un guajiro de la ciénaga que deviene hilo conductor de la trama y sostén dramatúrgico de todo el relato cinematográfico.

Por ello me entusiasmé sobremanera cuando la Editorial José Martí puso en mis manos, para su edición, el libro Salvador Wood, una vida llena de recuerdos, que sus autores, Rolando Álvarez Estévez y Marta Guzmán Pascual, nos proponen como recorrido ―así lo hice constar en la nota de contracubierta― «por la vida y la obra de uno de los más importantes actores cubanos, quien además de dejar una profunda huella en el público tras su paso por la radio, la televisión, el teatro y el cine, ha sabido legar a su familia y a las jóvenes generaciones de cubanos una ética fundamentada en el apego a la justicia y a la dignidad».

El volumen es una excelente oportunidad para conocer múltiples anécdotas de la legendaria vida del actor que recibiera, de manos del Comandante en Jefe Fidel Castro, el título honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, conferido por la Central de Trabajadores de Cuba y el Consejo de Estado; para enterarnos de que su sensibilidad humana le ha llevado a incursionar ―cual si no bastara la poesía de sus interpretaciones― en la décima, como aquella que le escribió a su hija cuando Salvador, por sus ideas revolucionarias ―la Revolución Cubana era casi un hecho en las lomas de la Sierra Maestra―, se vio obligado a partir al exilio: «Por un sendero de roca / entre el mar y la campiña, / dicen que han visto a una niña / con mis versos en la boca… / Dicen que la niña evoca  / con sus versos al ausente, / al que partió de repente, / en una triste mañana, / para una tierra lejana  / sin darle un beso en la frente».

La dimensión humana de este excelente actor ―baste agregar sus incursiones en otros clásicos del cine cubano como Soy Cuba y Las doce sillas― la pude constatar no solo al repasar una y otra vez el libro. En los múltiples encuentros con Rolando y Marta, los autores del libro evocaron no pocas aristas de la integridad de este hombre que muy pronto, el 24 de noviembre, arribará a sus noventa años de fecunda vida, quien ha sabido transmitir a su familia ―la que forjó junto a su inseparable Yolanda Pujols y sus hijos Yolanda y Patricio― los valores que defiende como artista. De ahí que en el prólogo de Salvador Wood, una vida llena de recuerdos, Abel Prieto afirme: «Pocas veces se ha dado en la cultura cubana una fusión tan perfecta del más alto y brillante talento junto a una conducta ejemplar como ciudadano y principios y valores realmente admirables».