Dicen que nunca pareció abandonado el centenario edificio de estilo neoclásico en las calles Águila y Dragones, casi al doblar del Capitolio habanero. Pero el día que Eusebio Leal entra a sus predios, decidido a comenzar pese a todo y armado del principio de autoridad que le otorgaba el presidente de la república, sólo quedaba la fachada: Todo pedazos aquella gloria cubana.
Ahora es fácil publicar, sin sonrojarse, que Leal ya se veía en la platea el día inaugural. Mas solo él, y los suyos, sabrán el por qué del pecho apretado, y los ojos a punto de aguarse, y el alma cubana estremecida cada vez que suenen las tres campanadas de la alegría. El mejor antídoto para quienes en verdad odian y destruyen. Por eso está el escudo de la República al centro del palco presidencial y, enfrente, el verde medallón con las doradas iníciales del Teatro Martí, siempre entrelazadas, como profundo y hermoso homenaje al nombre que propusieron los patriotas cubanos allí reunidos para el año de 1900.
Reabrir a toda costa el coliseo de las cien puertas
Hoy no aparecerá quien prefirió clausurarlo como cine a finales de los setenta, sin querer saber que un teatro cerrado termina derrumbado. Ahí también está el viejo Alhambra, perdido para siempre. Y es que la Gesta de La Habana Vieja aun hoy pasa desapercibida para muchos de nuestros contemporáneos. Porque no era cuestión de presupuestos: primero hubo que esperar el parto de las escuelas de oficios, para rescatar carpinteros, soldadores y albañiles; enamorar arquitectos de compromiso con la historia; y armar proyectistas de visión universal, y tomar ingenieros aunque fuera acabados de graduar de las universidades, para crear las propias empresas constructoras que pudieran acometer una obra semejante.
La última reparación del Martí fue para concebirlo como cine en 1976, y después fue clausurado por problemas constructivos, al punto de conservar la fachada para el 2005. En el 2006 comienzan las excavaciones en el foso de tramoya, muy peligrosas por la crítica situación constructiva de los edificios colindantes. Dos años después es que, en verdad, llegaron los primeros financiamientos, de lo que tendrá un costo de 22 millones de pesos en ambas monedas que circulan en Cuba.
Marilyn Mederos, arquitecta y proyectista general, es una hermosa mujer a pie de obra, viva expresión del reto que afrontó la Oficina de Historia de La Habana: rescatar un inmueble para museo, como tantos de la historia humana, o restaurar para devolver la función. La solución fue compatibilizar ambas posibilidades, y hacerlo desde una línea de proyectos que contrastara lo antiguo y lo moderno, y regir el espacio de un teatro de pequeño formato, al punto que se adaptaran los nuevos servicios a un edificio con el grado de protección número uno, del más alto del valor patrimonial.
Apenas si puede atender a periodistas, y no parece importarle mucho el qué dirán. Está muy centrada en que no queden vestigios de la intervención constructiva, y renazcan los jardines, y prevalezcan los tonos verdes y dorados. Es parte esencial de quienes soñaron el regreso al 8 de junio de 1884, cuando era feliz por la inauguración el vasco Ricardo Irijoa, rico tres veces, que corrió la misma suerte que su obra y murió en la más extrema pobreza.
Ya son acontecimientos el telón pintado a mano, el plafón de papier mache, hecho por los estudiantes de la Escuela de Jovellanos para disminuir el peso del falso techo, y el cielo recreado con nubes al centro como solía pintarse en la época, y hasta las barandas de rejas semicirculares que nacieron tomadas de amarillentas fotos. O la gigantesca lámpara cocuyera, armada pieza a pieza dentro del teatro, después de ser comprada en la República Checa.
Mas antes fue preciso refundir cimientos para la tramoya. Y rescatar las vigas de madera, y fumigar las cerchas que quedaban, para que duren cien años más. Restablecer el friso y la embocadura. Armar las pasarelas y pasos de gato bajo el falso techo, que son los ocultos caminos de electricistas y técnicos de luces. Encontrar soluciones arquitectónicas como falsas columnas, para poder esconder los conductos del clima; y sellar con una estructura de aluminio y juntas aislantes los amplios ventanales corridos de persianas, concebidos entonces para mitigar el sofocante calor de La Habana colonial.
La mayor experiencia para todos
"A las personas le impacta cuanto se demora una obra de este tipo, pero es que no todo es reproducción, ha habido mucha restauración de lo que originalmente se tenía. Hablamos de una reparación capital total, con una secuencia constructiva muy atípica a las normas comunes establecidas para otras obras".
Grétel Álvarez Guerra, Ingeniera civil, de treinta y un años, conversa con total desenfado. Es prácticamente su primera obra. Llego al Teatro Martí en el inicio de los trabajos del 2008, como captación de la Oficina del Historiador.
"Somos un equipo multidisciplinario. Yo solo soy la inversionista residente, la que coordino a todas las especialidades que intervienen en el proceso: Mecánica, Hidráulica, Eléctrica, Corrientes débiles y automáticas, Comercial y Arquitectura, además de Civil. Enfrentamos temas muy diversos y complejos, porque ha habido que crear un sótano tecnológico debajo de la platea, y otro para el aire acondicionado y los sistemas de extinción de incendios. Hay también una plataforma elevadora debajo del escenario, similar a la que permitía nivelar el piso para ofrecer en la época los bailes de salón.
Tuvimos igual que levantar en paralelo un edificio aledaño, también en ruinas para los locales administrativos. Crear un bloque de baños de alto confort. Restablecer los jardines y el área de cafetería. Y diseñar y ejecutar cuatro niveles de locales para las nuevas necesidades dentro del propio teatro, desde una peluquería, nuevos camerinos, hasta el reservado del director de orquesta.”
Tecnoescena: El corazón del teatro
"La experiencia con ellos ha sido magnifica, porque ellos son los rectores en esta labor -sentencia la joven ingeniera- y tenían que adaptarse a un espacio que no concebía sistemas modernos. La concepción de los proyectos y las propias compras de equipamiento, ya incorporaban su criterio como expertos. Y compatibilizaban con la arquitecta proyectista general de la obra, y con cada proyecto específico de luces, mecánica escénica, sonido, a cargo de especialistas del Ministerio de Cultura. Fue, en verdad, un verdadero reto."
Varias brigadas y decenas de hombres sostuvo la Empresa Tecnoescena en esta obra por varios meses. Ya habían intervenido en el año anterior en la reparación de más de veinte salas teatrales en toda la Isla, además de que en su curriculum se encuentra la restauración de teatros coloniales como el Milanés en Pinar del Rio, La Caridad en Santa Clara, el Teatro Tomás Terry en Cienfuegos; u otros de la etapa republicana como el Teatro Eddy Suñol en Holguín, y el Teatro Oriente de Santiago de Cuba, este último devastado tras el paso del huracán Sandy.
Para los lectores de Excelencias, habla Antonio Sixto Saavedra, director de Tecnoescena, empresa perteneciente al Consejo Nacional de Artes Escénicas: "A partir de la solicitud realizada a nuestra institución por la Oficina del Historiador de La Habana, para que participáramos en esta restauración, por nuestra especialidad en la técnica de los teatros, hicimos un estudio de los proyectos y colaboramos en el ajuste y determinación de las necesidades.
La Oficina del Historiador financió la compra de estos equipos. Son más de un millón de pesos en sistemas tecnológicos. Desde estas cómodas butacas, que son más de setecientas, cuya labor de montaje hacemos nosotros, hasta la ubicación de casi mil metros de alfombras, hasta el bajo alfombra en todos los pasillos, laterales, y las herraduras de los balcones, para reforzar la acústica. Igual confeccionamos toda la telonería que significa coser unos tres mil metros de los telones conocidos como patas, la americana, todos de un alto gramaje para que funcione la acústica.
Otro ejemplo es el tabloncillo de la más alta calidad, con una madera especial traída desde Colombia, que reúne todas las características que requieren los bailarines, como ya han venido hasta aquí varios, muy aplaudidos por la crítica y el público, y así lo han reconocido. Acometimos también toda la Mecánica Escénica, automatizada y determinante en las puestas, que ha quedado habilitada con más de veinte varas, compensadas para sostener los sistemas tecnológicos. Son de procedencia española, de muy buena calidad.
Los sistemas de luces significan más de ciento ochenta puntos de luces, cuatro seguidores, quince kilos de potencia en el audio. Cuenta también el teatro con la canalización de todos los equipos de comunicación internos, vitales para las indicaciones técnicas de todo tipo de espectáculos. Es todo lo que nuestra empresa TECNOESCENA cree que podíamos regalar a cuanto merece el respetable público cubano."
Crear es la palabra de pase
La apertura del Teatro Martí es, por fin, la joya de la corona, quizás entre los mayores símbolos para cuando haya suficiente memoria colectiva que relacione lo que no se dice suficiente. Más que un espacio físico, es rescatar la historia viva para la memoria de la nación, adonde traer a los niños estudiantes, a las familias en las rutas y andares, a los visitantes del mundo, para que vean la vibrante y sencilla elegancia de nuestra cubanía, la precisa enseñanza de José Martí que "el vaso no sea más que la flor".
Todavía podría aparecer por el escenario aquel negrito sabichoso de Arquímedes Pous, preguntando si alguien sabe adónde fue la calle Independencia. O Francisco Villoch que pasa apresurado con el famoso libreto de la primera mulata sobre las tablas. Y la única Rita Montaner que hace delirar al respetable cuando canta El manisero. O los Maestros Gonzalo Roig y Rodrigo Prats que suben a la escena por vez primera los tambores y los bailes africanos.
!Ah!, el estreno de la puesta original de nuestra "Cecilia Valdés". Y después la mejor zaga de zarzuelas cubanísimas como "Amalia Batista", "Soledad", "María Belén Chacón", y Ernesto Lecuona al piano con sus largos dedos para tocarnos "Rosa la China". Y la espléndida María de los Ángeles Santana que cierra los ojos para ese cantable que baja en un pequeño telón: /Damisela encantadora/ Damisela por ti me muero/ si me miras/ si me besas/ Damisela serás mi amor/
Es la grandeza de esta Gesta de La Habana Vieja: Hay una imagen estremecedora que cuenta el Historiador de La Habana en charlas que imparte en estos tiempos, cuando después de décadas de estar cerrado a cal y canto, se escuchó sonar la campana del San Francisco de Asís. Entonces, una anciana negra, encorvada de tanto caminar, se apoyó en su bastón a la entrada del vetusto convento y exclamó emocionada: -Orula ha vuelto a casa...
Quienes conocen los ocultos senderos en el alma de la Isla, saben que ahora las tres campanadas del Teatro Martí anuncian una nueva premonición: que la fiesta de nuestro renacimiento como nación recién comienza.