Con una efervescente comedia argentina, La odisea de los giles (Sebastián Boresztein), dio comienzo oficial la 41 edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Maravilloso espacio de cinefilia. Cada diciembre, desde 1979, cineastas y público se reúnen en La Habana, Ciudad Maravilla, que este año cumplió su aniversario 500.
A la altura de ese momento inaugural, el filme de Borensztein se inscribe dentro de la tradición del cine rioplatense junto a grandes títulos como Esperando la carroza (1985), El hijo de la novia (2001), Un cuento chino (2011) y Relatos salvajes (2014).
Con la oportuna guía del catálogo y las no menos sabias recomendaciones de los colegas, esta cinéfila continuó su periplo enfocada en los largometrajes de ficción, de los cuales escojo solo algunas paradas.
Así llegamos a La vida invisible de Lídice Gusmao (Karim Aïnouz), que cuenta la historia de amor, complicidad y separación que sufrieron dos hermanas cariocas en los años cincuenta, así como el alcance devastador de una política de género basada en el predominio de la autoridad paterna y marital sobre los deseos más íntimos y la voluntad de realización del sujeto femenino.
La siguiente parada fue la interesante película de México Mano de obra (ópera prima de David Zonana), con tratamiento peculiar de la violencia social reactiva. Este director, hasta cierto punto, propone el mismo tema que La batalla de los giles: la venganza justiciera, que volvemos a encontrar en El cuento de las comadrejas (Juan José Campanella), con un refinado humor. Se suma una visualidad pensada en términos intertextuales para rendir simpático y respetuoso tributo a filmes de reconocimiento universal como ¿Qué le pasó a Baby Jane? (1962) o Sunset Boulevard (1950). Su conexión con el público es inmediata, de ahí los elogios reiterados entre los espectadores y el bien ganado Premio de la Popularidad.
Otra ruta temática lleva de la convulsa sociedad brasileña de los años sesenta a una fábula retrofuturista, es decir, de Marighella (Wagner Moura) a Bacurau (Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles). La primera cinta representa a quienes lucharon y resistieron durante la dictadura militar en Brasil, y acompaña desde el arte a los que resisten hoy los despropósitos e insensateces del actual gobierno. La segunda parte del cine de género, donde se intersectan el western, el thriller, la aventura, el gore y la ciencia ficción. Este excelente filme condensa en un protagonismo coral las aventuras de un pueblo imaginado del nordeste brasileño, unido por sus tradiciones y por la memoria de su matriarca recién fallecida, para oponer encarnada resistencia a ser borrados del mapa. Su proceder narrativo se vale de la parábola literaria para describir el actual lacayismo de Jair Bolsonaro frente a Donald Trump.
Por la vía del desmembramiento y la disfuncionalidad familiar llegamos a Algunas bestias (Jorge Riquelme Serrano, 2019) y a Los sonámbulos (Paula Hernández). Quizás tentados por repetir, más que el asunto el estilo de Lucrecia Martel en La ciénaga (2001), ambas cintas naufragan en el intento, pues reducen a la porfía entre mujeres la tónica de los conflictos que intentan ventilar, y desde una muy patriarcal mirada reproducen los estereotipos de género, con lo cual desperdician la posibilidad de construir un relato verdaderamente sólido y cuestionador de las relaciones al interior de la familia de clase media contemporánea en América Latina. No obstante, la última se alzó con el Premio Coral del jurado.
Andando los senderos del cine cubano en competencia, topamos primero con Agosto (Armando Capó), audiovisual de corte intimista sobre la vida insípida de un adolescente durante el azaroso verano de 1994, tal como se vivió en Gibara, aunque el rodaje ocurrió en una zona misérrima de Cojímar. Y, por fin, Buscando a Casal (Jorge Luis Sánchez) constituyó el plato fuerte de la presencia cubana que, fuera de concurso, incluyó también Habana Selfie (Arturo Santana) y La espuma de los días (Fernando Timossi).
Diez días que estremecen cinematográficamente a La Habana no alcanzan más que para un paneo selectivo que a veces recala en decepciones. Sin embargo, obras como Parásitos (Bong Joon-ho, Corea,) y La Red Avispa (Olivier Assayas, Francia-Brasil-España-Bélgica) acompañaron a las anfitrionas latinoamericanas para completar un caleidoscopio de estilos, poéticas y relatos muy diversos, y para reafirmar por qué el nuestro es el Festival de cine más inclusivo de todo el orbe.
Diez días que estremecen cinematográficamente a La Habana no alcanzan más que para un paneo selectivo que a veces recala en decepciones. Sin embargo, obras como Parásitos (Korea, Bong Joon-ho) y La Red avispa (Francia, Brasil, España, Bélgica, Olivier Assayas), acompañaron a las anfitrionas latinoamericanas para completar un caleidoscopio de estilos, poéticas y relatos muy diversos, y para reafirmar por qué el nuestro es el Festival de cine más inclusivo de todo el orbe.
En portada: La odisea de los giles
Le puede interesar:
Premios para un documental siempre adolescente
Asfixia: renacer es más que tomar un respiro
Una revista para entregar a los amigos
La canción se filma y se imprime