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Italia: Las armas de la cultura contra covid-19
06May
Artículos

Italia: Las armas de la cultura contra covid-19

¿Cuál es el papel de la cultura?, ¿cuáles son sus derechos y deberes, durante un evento dramático y desconocido para todas las generaciones vivientes hoy en día? En Italia - primer país en Europa por tiempo y número de víctimas por coronavirus-, muchas son las propuestas culturales ofrecidas por instituciones y empresas, implementadas a través de la única vía hoy posible: online, gratis, para todos. Pero cultura no significa sólo contenidos, sino también competencia, compasión y comunión entre almas, en un momento histórico.

Los mayores museos italianos ofrecen toures virtuales -gracias a digitalizaciones en HD de sus salas y obras de arte que se encuentran entre las más famosas en el mundo-, enviando un mensaje claro y fuerte: la cultura no se para en este momento, porque un pueblo que toma su fuerza y conciencia desde la herencia de su patrimonio cultural no tiene que sentirse perdido, ni abandonado a sí mismo. Para él, varado en la casa, festivales y cinetecas abren sus archivos online con películas, audiovisuales y lanzan convocatorias para estimular a nuevos realizadores a reflexionar sobre tiempos difíciles y competencias fotográficas de ciudades siempre llenas de turistas, ahora imprevistamente desiertas. Los teatros proponen grabaciones de conciertos, obras líricas y otras piezas; las escuelas ofrecen cursos de idiomas, fotografía y pintura; las bibliotecas facilitan libros y revistas en versión digital. Y también florecen las iniciativas de escritores, pensadores y poetas que desde sus casas leen y comentan fragmentos de la literatura universal, para compartir con el mundo la maravilla de obras siempre capaces de explicarnos a nosotros mismos, cuando todo parece sin sentido. A nivel nacional, desde la primera hora, los profesores dictan clases en la web, para que no falten la enseñanza escolar y universitaria que, juntas con la sanidad, son los pilares irrenunciables de un país.

Y es para el sistema sanitario nacional, llevado al extremo por un combate sin pausas contra la pandemia, que las organizaciones italianas unen lo cultural a lo humanitario. Fueron lanzadas competencias de danza para bailarines exhibiéndose online, en ayuda al Instituto Nacional de Enfermdades Infectivas. A través de subastas y donaciones, galeristas y artistas de arte contemporáneo venden sus obras recaudando para los hospitales. La asociación de conciertos y festivales italianos inauguró una plataforma para recoger el mundo de la música en un único y muy grande escenario virtual, donde los artistas se presentan en streaming lanzando campañas de recaudación de fondos. Todas estas ideas concentran la atención sobre la necesidad de volver a encender las luces de los espacios culturales y de conexión, para enseñar que si cines, teatros, museos fueron obligados a cerrar, los italianos van a transformar sus propias casas en escenarios, sosteniendo la sanidad pública.

En estos días de incertidumbre se manifesta la fuerza de un pueblo enfrentando un ataque subversivo y fatal, pero que al mismo tiempo redescubre el sentido de fraternidad. Un pueblo siempre apurado y distraído, que es obligado a pararse, a encontrar como por primera vez la cotidianidad de su habitación y sus familiares. Que durante días de pérdidas y miedos deja de embobarse por las palabras quiméricas de políticos y escucha finalmente a los hombres de ciencias, únicos portadores de la verdad, cuando las muertes causadas por un agente patógeno con carga viral de difusión exponencial, llegan hasta 790 personas en un solo día.

Porque el ataque, el enemigo, no llega desde una frontera desconocida o desde un artefacto nuclear, sino que  surge desde nosotros mismos: anidándose en nuestros pulmones nos revela nuestra propia fragilidad. Llega desde el acercamiento, estimula una sensación de miedo para el otro, causando una fobia por los contactos humanos: por un abrazo, un estrechón de manos y hasta una mirada.

Pero, al mismo tiempo, este contacto que hoy nos está prohibido, estimula un deseo visceral y humano de comunidad. Las redes sociales – agentes de distanciamiento y aislamiento socio-cultural en la vida real – hoy re-modelan su sentido, encuentran una misión cultural en esta guerra atávica: permitir el diálogo. Porque en los tiempos del coronavirus hacen posible el intercambio entre familiares distantes, garantizan el acceso a las noticias en tiempo real y conceden a los individuos sentirse parte de una colectividad que comparte su situación. Es así que vecinos que no se hablan, amigos que hace tiempo no se telefonean, desconocidos que nunca se hubieran cruzado por vivir en regiones diferentes, logran compartir instantes de una vida que toma tintes surrealistas. Una vida limitada en el movimiento, pero estimulada en el intelecto y que pide, una vez por todas, fraternidad.

Y la animación es instintiva: en estos días no hay banderas adversas, ni confrontaciones políticas; hay ciudadanos que aceptan sus deberes y cantan, tocan y aplauden juntos, desde terrazas, ventanas y techos, a los miles de médicos y enfermeros que todos los días combaten contra el enemigo invisible, para asegurar que en esta guerra nadie se quede atrás. Los primeros, encerrados en sus casas, toman conciencia de la belleza de la cotidianidad en tiempos en los que esta se esfuma; los segundos, atrincherados en los hospitales, levantan sus armas blancas para que esta pueda volver a establecerse.

Solo juntos, y cultos, cada uno haciendo su parte, vamos a poder aprender y salir más sabios, más conscientes y más unidos de una experiencia que ojalá contemos a nuestros nietos, en ese entonces, con perspectiva. Porque los medios de la cultura, en un momento donde todo parece a punto de perderse, equipan al usuario con herramientas que lo ayudan a interpretar un presente incomprensible, porque en ello está sumergido, y enfrentar los desafíos de un futuro inescrutable, porque aún no ha sido escrito.