Mi pintura es para herir, para arañar y golpear en el corazón de la gente. Para mostrar lo que el Hombre hace en contra del Hombre.
Nos faltaba a los pobres de América un pintor rebelde que hablara por nosotros a través de colores, líneas y metáforas. Ya teníamos oradores, poetas, músicos y muchos payasos políticos que envenenaban nuestros palacios. Teníamos pintores también, sí, pero no con todo el compromiso de Guayasamín, no con el dolor que sentimos ante la muerte de los héroes. No teníamos un pintor que pusiera en primer plano nuestras manos, las que construyen y luchan; las manos rústicas de la gente que vive con poco y lo tiene todo por dentro. Por eso la Pachamama nos envió a Oswaldo Guayasamín el 6 de julio de 1919, a Quito, Ecuador, hace un siglo.
Quiero mostrar a estos dos hombres distintos, el pasado y el futuro, en esta lucha presente.
Cuentan que fue el mayor de 10 hermanos, que a los siete años ya se veía su vocación artística y pintaba con leche de su madre para disolver las pastillas de acuarela. Es decir, aprendió a combinar colores con el alimento de las entrañas y así se hizo grande, aquel hombre pequeño. Un día vio la brutal escena de un grupo de cadáveres amontonados en una calle de Quito, entre los que estaba su mejor amigo, asesinado por una bala perdida. Ese fue su primer encuentro con la crueldad de la vida y así empezó la batalla de la denuncia, así se perfiló su actitud ideológica, su concepción plástica y su actitud política.
De pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad fuimos testigos de la más inmensa miseria: pueblos de barro negro, en tierra negra, con niños embarrados de lodo negro; hombres y mujeres con rostros de piel quemada por el frío, donde las lágrimas estaban congeladas por siglos, hasta no saber si eran de sal o eran de piedra.
Como lo habían hecho otros grandes del continente e incluso como lo hizo después aquel mítico guerrillero, Guayasamín viajó por pueblos y ciudades de América, tomó notas y conciencia. Conoció a Diego Rivera, aquel mexicano universal y de él aprendió la técnica de pintar al fresco. Entabló amistad con otras figuras y el camino del llanto se hizo eterno. Guayasamín pintó con enfado y su pincel disparó contra las dictaduras, contra los abusos y agresiones de los países poderosos e imperialistas, pintó por la Paz. “La Edad de la Ira”, “La Edad de la Ternura, o "La Capilla del Hombre" constituyen ejemplos impresionantes de su talento.
Ningún creador es espectador; si no es parte del drama, no es creador.
Guayasamín pintó también a grandes personajes contemporáneos, escritores, artistas, políticos, estadistas y se convirtió en el caso «más desconcertante de aventura plástica de nuestra historia artística», como escribió Benjamín Carrión. Antes de morir nos sugirió mantener encendida una luz porque siempre iba a volver.
Todos los días cumple su promesa.
La aspiración de todo creador de arte es que su palabra, que su voz, sea cada vez más clara y más honda. Que lo que pinte sea cada vez más simple y más profundo en el tiempo.