DESDE Bolivia
Dice mi viejo que para recuperar el mar hay que declararle la guerra a Brasil. Dice que en cuanto pisemos suelo carioca el ejército brasileño nos hará escapar hasta Chile, y que de ahí nadie nos mueve nunca más. Aunque he escuchado esta genial estrategia tantas veces en la casa de mis padres, con el tiempo dejé de reírme y fui consciente de lo que pasaba con nosotros, principalmente durante mis años en Cuba como estudiante de Medicina. Aquella sería la primera vez que veía el mar, como muchos de mis compañeros bolivianos que estudiaron conmigo, y la impresión fue tanta que a partir de entonces mis deseos por estar cerca de aquella inmensidad azul, en cualquier sitio que fuere, crecieron hasta hacerse cronograma habitual de mis andanzas.
Mi fanatismo por el mar no tiene nada que ver con la condición mediterránea de mi nacionalidad. Con el paso de los años –la primera vez que vi el mar Caribe fue a mis 21– reparé en hechos que no me habían pasado por la cabeza, como que hay gente que vivía en Cuba que tampoco había visto el mar. ¡Un país rodeado de agua salada!
Después vi repetirse la misma historia en México, Colombia, Perú, Ecuador y Chile; y seguramente sucede lo mismo en naciones que aún no he visitado. Así que no se trata de haber visto la luz en un país que tiene salida al mar o no, si no de cuántas ganas tenemos de conocerlo.
Es un hecho, y lo digo donde quiera que me pare a cantar o a conversar con alguien: somos el resultado histórico del fracaso de nuestros líderes y sus políticas. Bueno, en parte, pero esta es la que de alguna manera ha determinado que existan actitudes tristemente asumidas como normales, como el conformismo, el patrioterismo –ese que hace cantar a los soldados bolivianos: «¡Matar un chileno es hacer patria!, ¡el chileno es el enemigo!»–, la intolerancia que esto ha generado de cada lado de las fronteras, la culpa asumida, la nostalgia y la tristeza de un pueblo.
Puede que por simple naturaleza humana haya gente más sedentaria que otra. A no todos les tiene por qué interesar ver lo que yo he visto, meter los ojos en salmuera, arrugarse de alegría de cara al sol, llenarse hasta los bolsillos y un poco más de arena o sentir bajo los pies cosas raras y tragar un poco de agua. Pero luego dicen que no lo hacen porque es el país que les tocó y a joderse.
Yo creo que tenemos que asumir que no hemos visto los lugares que siempre hemos querido conocer porque nos cuesta trabajo despegar un poquito las nalgas del sofá, o por miedo. En conclusión: el miedo a lo desconocido es el que genera todos los males, el racismo, el statu quo, la perpetuación del establishment, pero peor aún: la decadencia de nuestra esperanza y nuestros sueños.
Como canto en la Cuequita del Mar: «Soy el resultado de algún misterio / que me puso a rodar como un ovillo / dejo un hilo finito pa’ mi regreso / y por si quieres seguirlo y andar conmigo». Los invito a perseguir sus sueños. No tengan miedo, escojan un lugar y vayan a conocerlo, porque el mundo es para todos, aunque quieran hacernos creer que no. ¡Les mando un abrazo desde la costa chilena, con mis hermanos!