Cierro los ojos y puedo ver la foto de los noventa, ahora extraviada en la era de lo digital: él está de pie, en un sencillo parque de su natal Mayarí, con la mano en el pecho como sofocando los latidos, y los ojos todo temperamento, a punto de estallar. Detrás, es como si un teclado hubiese encajado vertical al centro, donde han modelado en yeso el rostro de la dulcísima mujer que le dio sus primeras lecciones de piano a los cinco años, cuando ya tocaba el instrumento "de oído".
Alrededor, cientos de personas comienzan a aplaudir la develación del monumento a su madre, Altagracia Tamayo, como si él estuviera interpretando su mejor obra para graduarse de pianista concertista con título de oro en el Conservatorio Chaikovski; o se acabara de alzar con el segundo premio del Concurso Teresa Carreño en Caracas. Y ya sería el primer solista latinoamericano en inaugurar la sala Schauspielhausde en Berlín; y el primer cubano en debutar en la Filarmónica de Osaka. Y Praga le regalara después interpretar el afamado Concierto No.1 en la misma plaza donde lo estrenara Chaikovski cien años atrás, al frente de la orquesta.
Por todas esas razones, este hombre siempre regresa de nuevo a su pueblo, adonde terminaba el camino de los trovadores desde Santiago de Cuba, y una banda de conciertos interpretaba lo mismo un clásico que lo mejor de la música popular, porque para nada es casual que allí termine el Chan Chan de Compay Segundo. Y se sube a tocar un piano eléctrico sobre una tarima en Nicaro, en julio del 2014, junto a Silvio Rodríguez, en la "Gira por los Barrios" con la misma dignidad y decoro con que, a reglón seguido, declara a la prensa que es más difícil actuar con una agrupación folclórica como "Los Muñequitos de Matanzas", que con la Orquesta Filarmónica de Moscú.
Justo será en Mayarí que el embajador de Rusia le comunique que es el primer cubano que ha sido honrado con la Medalla Pushkin, quizás la más alta condecoración de ese país a un intelectual, por la obra de su vida, y la contribución a las relaciones entre Cuba y Rusia. Le homenajean desde todas partes por sus setenta años y su más de medio siglo en los escenarios del mundo.
Y los discursos de reconocimiento no saben por dónde comenzar: el creador de la escuela pianística cubana contemporánea pues sus discípulos, sin asistir a conservatorios extranjeros, han conquistado veintisiete premios internacionales. O que haya obtenido más de doscientos premios; que ha escrito "más de seiscientos cincuenta obras para diferentes formatos, desde ballets, coros y sinfonías, pasando por obras para agrupaciones de música popular, bandas sonoras para cine, televisión y radio".(1) Y su discografía tiene más de doscientos títulos, porque es expresión viva de sus aportes a trovadores y soneros, de la Nueva Trova cubana a la música campesina, folclórica y bailable, popular y lírica.
Ahora Frank Fernández va por toda la Isla, que le ovaciona de ciudad en ciudad: en La Habana, el Salón Sierra Maestra, en el último piso del Hotel Tryp Habana Libre desbordó de quienes no tenían como agasajarle la noche antes del onomástico. Holguín le entrega el Escudo en el Teatro Suñol donde no cabe un alma y hay que poner pantallas y sillas hacia la calle; Camagüey vuelve sobre el escudo, donde más de novecientas personas le aplauden de pie tras las tres horas de concierto en el Teatro Principal. O el hermoso y colonial Teatro La Caridad en Santa Clara, al centro de Cuba, pareciera que va reventar del delirio de los asistentes.
Donde toca, es doblemente aplaudido, aquí porque su presencia se asocia a la apertura lo mismo de la Sala Dolores, en Santiago de Cuba, que de la Basílica Menor de San Francisco de Asís; y porque, en los peores días de la crisis, insistió hasta el delirio para que restablecieran el clima que conservara el gran piano del Memorial José Martí. Y es que ayuda a gestionar pianos para las salas de concierto por ser artista exclusivo de la marca Stenway, como en Holguín donde logró que al Ministerio de Cultura le vendieran un piano Boston, que es de excelentísima calidad, si no alcanzaban los fondos para un gran cola.
Hoy, muy adentro de los barrios, en Nicaro, o en Pogolotti y Atarés, el aplauso es continuado para la obra "Quiéreme mucho", de Gonzalo Roig, junto a la flautista Niurka González. La osadía de tocar al aire libre le parece "una demostración de la musicalidad del pueblo cubano, de un espíritu de complicidad… Nunca me habían bendecido tanto. Toda la gente, todos los creyentes me regalaban protecciones, me bendecían, entre otras cosas, porque yo abrí con un Ave María, el más famoso de todos: el de Schubert." (2)
Frank Fernández seguirá celebrando este año el nuevo ciclo de una apasionante vida artística y personal. Arte por Excelencias y el Grupo Excelencias se suman al regocijo, para que su obra continúe sembrándose en los sitios sagrados de la patria, como en Mayarí arriba, en el Segundo y el Tercer Frente Oriental, allí donde los límites del universo se confunden con la imponente serranía, y aguardan los guerreros victoriosos, con el escudo o sobre el escudo, para la eternidad escoltados por su música.
(1) Palabras de homenaje en el Salón Sierra Maestra. Velada de la EGREM por el aniversario 70. Hotel Tryp Habana Libre. 12 de marzo del 2014.
(2) "Más difícil tocar con los Muñequitos de Matanzas que con la Filarmónica de Moscú." Radio Mayarí. Entrevista de Alejandro Ramírez y Mónica Rivero