Comencemos por un lugar común, si bien necesario, para situarnos en el justo emplazamiento al que queremos llegar. Toda compilación es, en su más natural esencia, un “decirse” a sí mismo, una acción no desprovista de una determinada violencia blanca que el compilador se inflige a su propia inteligencia, como demostración de una determinada fe y honestidad, indispensables para hacer creíbles, en un exterior tan difuso como necesario, las tesis defendidas en la acción misma de compilar. Igualmente no sería menor la urgencia de desplazar esa necesidad de “decirse” hacia el territorio, no tanto de la crítica y la denuncia, como el de mostrar, y demostrar, que la acción de “orquestar” (eso es en definitiva toda compilación) una serie de documentos escritos y teorizados por otros implica un gesto para nada sencillo: el de tomar partido, el de comprometerse. Como bien dice Didi-Huberman, en su magnífico ensayo sobre Brecht, Cuando las imágenes toman posición, tomar partido, o posición, es situarse dos veces, por los menos, sobre los dos frentes que conlleva la acción de encararse ante una determinada realidad, puesto que toda acción electiva es fatalmente relativa. Se trata, en efecto, de afrontar algo, pero también debemos contar con todo aquello de lo cual nos apartamos, lo no seleccionado, el “fuera de campo” que existe detrás de nosotros, que quizá negamos pero que, en gran parte, condiciona nuestro movimiento, por lo tanto nuestra posición, y consiguientemente nuestro “equilibrio”. De ahí el peligro de toda compilación: sitúa, a quien acomete la acción, en el frágil y movedizo territorio desde el cual atisbamos, en el productivo abismo de la duda, tanto el éxito como el fracaso. Nosotros, los más infieles, es una compilación de textos críticos y teóricos en torno al arte cubano de los últimos quince años, realizada por Andrés Isaac Santana, y que lleva en su subtítulo la muy importante (más adelante explicaremos el porqué de esa importancia) y aclaratoria frase de “Narraciones críticas” sobre la producción artística de la Isla, así como de artistas cubanos fuera de ella. Tanto el afortunado título (que potencia la cualidad ficcional de todo documento de cultura), como la no menos acertada aceptación de que se trata de “narraciones críticas” (que privilegia el deseo de que la compilación no abandone nunca su cualidad “artística”, o si se quiere, el mantenimiento de la idea que toda “verdad científica”, aún moviéndonos en la tan traidora como vistosa metafísica propia de la teoría del arte, debe su verdad a la fatal subjetividad de una narración, de un cuento) se unen para trazar un mapa de conocimiento, una cartografía donde “pasión” y “verdad” se conjugan para levantar un testimonio teórico, una narración crítica, en efecto, de la producción artística cubana (de dentro y fuera) durante el período histórico que se inicia con la constatación de que el muro de Berlín había caído para siempre (1993), y las primeras señales (2005) de que el capitalismo económico triunfador –en su voracidad y egoísmo brutales– se estaba devorando a sí mismo, arrojando impunemente a la miseria a millones de trabajadores, tal como podemos comprobar ahora mismo, tres años después de aquellas incipientes señales. En efecto, lo más hermoso y válido de las “narraciones críticas” y los “cuentos morales” es que nada es fortuito (lo parece, eso sí), y nada se deja al azar. Por cierto, “azar” es uno de los muchos nombres que posee la idea ampliada de toda “verdad en arte”. No existiría ninguna “verdad histórica” sin la pulsión precedente de una “verdad cultural”, de una sospecha, de un indicio, de un ínfimo rasgo iluminador. Nunca, con anterioridad, una compilación de textos teóricos sobre arte fue, sin parecerlo, tan dialécticamente histórica, tan interpeladora de un determinado momento en el tiempo que, si bien se conocía “aquello que ya fue (1993)”, necesitaba del arte para atisbar “lo que indefectiblemente llegará (2005)”. Nosotros, los más infieles (mil apretadas páginas sin ninguna concesión a la agradecida visualidad de la obra a la que estamos tan acostumbrados), reúne casi cien textos teóricos agrupados en ocho extensos capítulos en los cuales Andrés Isaac Santana abre caminos para situar ese ingente magma teórico dentro de unos cauces tan necesarios como subjetivos, tan indispensables como pasionales, tan rigurosos como caprichosos, tan “científicos” como “azarosos”, tan ficticiamente reales como ejemplos de una verdad ficticia. Creo más oportuno detallar aisladamente algunos conceptos esgrimidos por el compilador que citar los títulos exactos de cada capítulo, si bien los sintagmas que a continuación vamos a enumerar vienen en defensa de esas “narraciones críticas” cuya importancia habíamos señalado con anterioridad. Así los hechos, en los capítulos citados nos encontramos con que la situación proyecta una “entrada al laberinto”, “una especulación cartográfica”, una “autonomía como espejismo”, unos “signos discursivos, construcciones y relatos”, unas “revisiones del mito”, unas “voces y subjetividades laterales”, unos “desplazamientos heterotópicos” con desviaciones en “insularidades y memoria”, o unos “descentramientos de representación y lenguaje”. Si bien la mayoría de los textos están escritos, como no podía ser menos, por críticos y teóricos cubanos, también están presentes visiones “desde el exterior”, pero corresponde a la inteligencia crítica y teórica cubana lo mejor de la selección presentada. Desde el magnífico prólogo de Rufo Caballero, hasta los lúcidos y dolientes ensayos de algunos de los pesos pesados de la especulación crítica de la Isla, o de la diáspora cubana desperdigada por el mundo, tal serían los casos de Lupe Álvarez, Gerardo Mosquera, Magali Espinosa, Danny Montes de Oca, o el ya citado Rufo Caballero, autores todos de extraordinarias aproximaciones a la realidad artística cubana, textos algunos conocidos con anterioridad, pero no por ello menos admirables luego de una segunda lectura. Si los nombres reseñados son todos ellos, en mayor o menor medida, conocidos en España para quienes seguimos la actualidad artística e intelectual cubana, no resultaría menos apropiado, por desconocidos e inesperados, leer otras muchas aportaciones que configuran el vastísimo panorama orquestado por Andrés Isaac Santana, máxime cuando desde este lado del Atlántico lo que se conoce del arte cubano es siempre aquello que –dirigido institucionalmente o no– sale al exterior, y no siempre con las mejores intenciones, ni con el mismo grado de honestidad. Caso aparte, serían los artistas cubanos que ya viven fuera de la Isla. Junto a Fernando Castro, tuve el honor de presentar Nosotros, los más infieles en la librería del Reina Sofía de Madrid, y mi primera impresión del ambicioso ensayo (es básicamente un ensayo, más que una acertada e inteligente compilación) fue de envidia. No tenemos en España nada parecido (ni de lejos) al respecto, y que diera una cabal imagen de la producción artística española durante esos mismos años, no menos emblemáticos y decisivos por estos pagos, aunque únicamente fuera por derribar los falsos pedestales que siguen incólumes en el pánfilo acomodamiento burgués que domina la escena artística española contemporánea, teoría y crítica incluidas. Dice bien Rufo Caballero en el prólogo: Nosotros… se burla de la pretensión de hegemonía a cualquier nivel. De hecho, se burla, con inteligencia sagaz, de muchas más cosas. Entre otras, por ejemplo, de la pobre falacia que supone creer, desde el mal llamado Primer Mundo, que aquí conocemos mucho –se diría que nos llega por ciencia infusa– de lo que ocurre más allá de nuestras fronteras. Una mentira más de las muchas que nos conforman. Nuestra ignorancia es tan arrogante como burda y letal. Leyendo detenidamente Nosotros… humildemente nos percatamos de ello. Humildemente también nos alegramos de que un libro tan decisivo para entender y calibrar el arte cubano durante los últimos quince años haya podido ser publicado por una pequeña editorial española. Luis Francisco Pérez (España) Crítico de Arte y Comisario luisfran2121@terra.es