Por Xenia Reloba y Héctor Bosch
Dicen que Da Vinci hacía una escritura de espejo. Que era zurdo, y en lugar de hacer como los seres comunes, era capaz de escribir a dos manos. En un sentido y en el otro.
También Lewis Carroll armó una historia A través del espejo, después de Alicia en el país de las maravillas. Ni hablar de aquel espejo mágico donde la maldad pretendía ser verdad.
Puede ser que Rachel Valdés Camejo, al situar frente al malecón un muro de espejos se estuviera metiendo en la irrealidad de lo real, y viceversa. La teoría de la relatividad de Einstein nos muestra que todo depende del punto de vista del observador.
Realidadse titula la instalación interactiva, que en su traducción al inglés no es menos fantasiosa: Happily ever after, en fin, la felicidad puede ser, después de todo. ¿De todo?
Es el reto que lanza esta pieza en Detrás del muro, proyecto colectivo bajo la curaduría de Juan Delgado en la Oncena Bienal de La Habana. Todo dependerá de cómo el espectador se relacione con la obra, oportunamente situada en el paradigmático malecón habanero.
«A tono con la intención del evento este año, lo que me interesa es que sea muy fluido el intercambio con el público. Las personas ven lo que pasa a su alrededor pero no siempre se ven a sí mismas», expresó Rachel.
«Hay un intercambio, la pieza de cierta manera metamorfosea, porque lo que sucede no se repite», continúa, para referirse al reflejo del mar como el ideal que busca uno mismo dentro de sí. Es el encontronazo entre «el mundo objetivo y el subjetivo». «Es reflejar metafóricamente la idea de decidir entre seguir el camino real o el ideal», al que se somete cada día un ser humano, y «se trata de que la gente siempre desea tener un final feliz en su historia».
A pesar de que la artista parte de reflexiones existencialistas universales, el espacio escogido tiene referencias muy específicas. Sin embargo, su idea contempla alejarse un poco de la ciudad y del vivir cotidiano; y el hecho de que una persona se encuentre entre dos mares (realidad y reflejo), provoca la reflexión íntima de quien atraviese los 16 metros de la instalación.
Impresiona, de cierta manera, ser sujeto y objeto de un hecho artístico que en su acto comunicativo suscita el extrañamiento. Pasar por el malecón no es nada extraordinario. Lo extraño es que uno se observe mientras lo hace.
Rachel explicó que la intención es precisamente tener «la oportunidad de dialogar con uno mismo». Ha recibido diferentes reacciones de los transeúntes, y asegura que la oportunidad de que cada persona se vea a sí misma es fundamental, «porque la gente en sí misma es una obra de arte».