Con la muestra instalativa La mitad de mi vida, Ernesto Rancaño decidió partir por el medio objetos de su casa, y mediante un juego de espejos crear una «ilusión de la otra mitad que queda o que puede ser la misma. Una especie de replanteamiento de la vida que puede ser un análisis de lo vivido», explicó.
Lo cierto es que esa parte del objeto, perdida en lo objetivo pero recuperada en el reflejo, se convierte en un referente inmaterial de connotación metafórica. Es como jugar a comparar el valor de lo vivido, lo pasado, con lo presente.
De ahí que constituya «una búsqueda nueva en lo formal, aunque no en lo conceptual, pues mi tema sigue siendo intimista, trata sobre mí mismo», expresó.
No sabría si Rancaño leyó las dos mitades del Vizconde, de Ítalo Calvino, que desde la literatura también abordó esa existencia dual del individuo en su yo interior. O a Freud con sus disquisiciones de poética filosofía acerca del ser, su inconsciente y la influencia exterior.
La sensación pasa del objeto real a la personificación, representada en el mismo a través del espejo como en el universo caótico de Lewis Carroll. Incorpora el lenguaje mnemónico del objeto-discurso, pero acotaría que la irrealidad del reflejo logra un mayor impacto por su carácter inefable.
A la relación que establece el espectador con su obra, el creador añadió la importancia de esta muestra colateral, «porque le da la oportunidad a artistas que no fueron seleccionados o no presentaron su proyecto a tiempo, o que no están dentro de la nómina de la parte oficial de la Bienal, de enseñar su proyecto y de ver qué están haciendo sus colegas. De confluir los mundos, compartirlos con otra gente».
Estar fuera del circuito central del evento, para Rancaño «es como ´cría fama y acuéstate a dormir´. La gente viene buscando buenas piezas, buenos proyectos». Y tal vez, agregó, se encuentre con algo de su mitad perdida en el irrecuperable tiempo vivido.