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Coleccionismo hoy, patrimonio del mañana
04May
Artículos

Coleccionismo hoy, patrimonio del mañana

Entrevista a Corina Matamoros

Corina Matamoros se desempeña desde hace varios años como curadora de la Colección de Arte Cubano Contemporáneo en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) de La Habana. Desde allí ha desarrollado una intensa labor como investigadora, conferencista en Cuba y otros países, adonde ha llevado la obra de algunos de los más reconocidos creadores cubanos mediante exposiciones individuales y colectivas. En 2009 publicó el libro Miradas de curador, La Habana.

El MNBA es sin dudas el mayor coleccionista del país desde todos los puntos de vista, y donde te desarrollas como investigadora y curadora desde hace 34 años. Esta privilegiada situación, y posición, permite trabajar aparentemente sin riesgos ni temor a equivocarse, por cuanto todos siempre agradecemos aquello que ustedes puedan coleccionar y conservar para el presente y el futuro de la memoria cultural de la nación. Ahora bien, ¿de qué modo influye este status quo en una valoración de lo que, a tu juicio, debe ser una colección de arte cubano?

Trabajar en un gran museo siempre será un privilegio para mí. Una de las cosas que más añoro es vagar a solas por los almacenes de obras, como solía hacer cuando comencé en Bellas Artes. Ahora ya no lo permiten, pero era fascinante porque se podía presenciar, en la más absoluta intimidad, cómo las piezas dialogaban e interactuaban entre sí. Pocas veces se puede ver una cabeza femenina pintada por Víctor Manuel al lado de una de Reynolds, o un paisaje de Francesco Guardi junto a uno de Laplante, y constatar cómo “reaccionan”, qué “se cuentan” unos a los otros. No solo me gusta ser curadora, sino que no rechazaría trabajar desempolvando las pinturas de las reservas, si fuera necesario. Como me he tomado siempre tan en serio mi trabajo, estoy muy ajena a pensar que me encuentro libre de riesgos y miedos en relación con el coleccionismo. La selección es una tarea compleja. Yo no le agradecería a ningún curador que comprara cualquier cosa para un museo nacional; al contrario, creo que le exigiría muchísimo conocimiento y una gran perspectiva cultural.

Todas las series de objetos dicen algo de la mano que recolecta. Eso es inevitable. Es parte del condicionamiento de la propia colección y no debe importunarnos más allá de lo que lo hace cualquier otra circunstancia social, tecnológica o económica. Trabajo en una institución nacional que tiene como misión reunir los mejores exponentes del arte del país desde un punto de vista histórico y estético. De manera que el curador no es libre de comprar cualquier obra. Debe ser una pieza que haya alcanzado un grado de representatividad probada, un reconocimiento artístico determinado, que dignifique una etapa no suficientemente comprendida que se necesite rescatar, entre otras líneas de pensamiento curatorial. Cuando se colecciona arte del momento, muchas circunstancias no son favorables: no está aun bien establecida una valoración sobre la obra, el mercado logra imponer a veces sus veleidades, las pasiones de los actores culturales que rodean la actividad artística hacen sentir todo su peso, y una gran gama de contingencias presionan de modos diversos, haciendo la tarea arriesgada y susceptible de errores. Es natural que un porciento de una colección contemporánea se deprecie más que una colección histórica.

En mi caso, siempre alerta ante tanta responsabilidad social, me cuido de seguir de cerca a los artistas y sus trayectorias. Comienzo a conocerlos de estudiantes, observo sus exposiciones, estoy al tanto de la crítica que puedan generar sus trabajos, de la recepción de los diversos públicos, de los premios que pudieran obtener y, por supuesto, me valgo a la larga de mi instinto. Un instinto que ha ido, también, haciéndose más maduro y certero. No creo poseer ningún status quo que privilegie mi voz por sobre otras. Soy del tipo de curador que suele visitar al artista y preguntarle las mil cosas que no comprende. Siento mucha admiración por las grandes obras y a ellas me debo con humildad. Cuando selecciono una, esta decisión se discute en una comisión de curadores, restauradores y directivos. Es un debate que a veces puede ser muy duro y donde se analizan consideraciones de carácter económico, conservacionista, museológico, práctico y estético. Puedo asegurarte que allí no abundan los caprichos. Mucho menos ahora, que los precios de las piezas han subido excesivamente y el presupuesto para compras es muy bajo.

Yo no puedo, por supuesto, definir la orientación de la colección de arte cubano del Museo Nacional. Desde mi labor curatorial, sin embargo, lo que puedo hacer es batallar y abrir caminos para que el mejor arte producido en el presente se integre al patrimonio histórico del país. Lo he estado haciendo desde finales de los años ochenta y creo, sinceramente, que no lo he hecho mal. Haber traído al Museo las primeras piezas de Kcho, Toirac, Saavedra, Garaicoa, Los Carpinteros, René y Ponjuán, Sandra Ramos, Abel Barroso, Tania Bruguera, y otros muchos, ha sido algo muy importante para mí y espero que también para el patrimonio del país. Cuando miras atrás y comprendes que esas compras de hace más de quince años son hoy piezas admiradas y reconocidas, sientes una gran satisfacción. Iniciar, por ejemplo, la colección de videos, fue algo que me dio, más recientemente, mucha alegría.

El MNBA es una suerte de híbrido entre una institución de bellas artes, tal como su nombre indica, y un museo de arte contemporáneo, dado el carácter de las obras adquiridas en su última etapa a fines del siglo xx. Todo parece indicar que es rara avis en el panorama internacional. ¿Seguirá siendo un museo híbrido por mucho tiempo, o permanecerá a la espera de que logre finalmente otorgársele en el país un espacio a las recientes expresiones y prácticas artísticas y separarse así de aquello que lo caracteriza desdemediados de los años cincuenta, lo cual implicará, bien pensadas las cosas, un cambio de nombre más adecuado a las nuevas funciones que una institución de este tipo se propone?

No soy un directivo del museo y tampoco tengo la bola de cristal. No sé cómo será el futuro. Por el momento, no veo cercana ninguna financiación importante. La remodelación de 2001, a cargo del Consejo de Estado, no parece poder repetirse ahora. Seguiremos siendo esa rara avis. Pero te comento que no es una condición tan inusual como parece. Grandes museos como el Metropolitan de Nueva York, por ejemplo, han hecho vastas ampliaciones para exhibir arte contemporáneo en el contexto de su impresionante colección histórica y etnográfica por la cantidad de culturas y períodos que tiene representados. El Louvre está intentando lo suyo para acercar más lo contemporáneo a un museo paradigma de las “bellas artes”. De modo que no es extraña esa hibridez y a nosotros se nos hace, en cierta medida, más fácil, porque tenemos menos heterogeneidad en los tesauros.

Claro, los museos de arte contemporáneo tienen sus especificidades, y sería fantástico poder diseñar la estructura curatorial, las nuevas misiones y la estrategia cultural de una institución para la fortaleza de nuestra producción plástica. No hay dudas de que lo necesitamos.

Desde su remodelación en 2001, el MNBA ha mantenido intacta su museografía, su estructura de exhibición; es decir, hace ya algo más de diez años. ¿Deben las diversas colecciones que alberga permanecer siempre de ese modo a la vista del espectador, o se propone en el futuro una nueva dinámica que permita otras lecturas del arte cubano? ¿Es esa la manera que se ha considerado en que debe leerse el arte cubano para extraer juicios y valoraciones adecuadas en la actualidad y en el futuro?

Diez años no es demasiado para una sala permanente de un museo de bellas artes. Casi nadie lo nota cuando nos referimos a la sala de paisajes del siglo xix o a los primeros grabados de la Isla. El 80% de los museos no cambian sus muestras permanentes en décadas. Es lo normal. Pero cuando se tiene este museo híbrido, esa misma temporalidad de una década toma una proporción de error si se refiere al arte contemporáneo. El lapso que conviene a un período no funciona para otro. Es una de las inconveniencias del museo híbrido.

Muy consciente de esto, y tal y como he dicho en otras ocasiones, mi proyecto para las salas más contemporáneas del Museo Nacional tenía concebido un doble discurso museológico: uno permanente y otro renovable cada dos años aproximadamente. Fue la manera que encontré para aplacar ese efecto de atención casi egoísta y redoblada que demanda la actualidad. Pero esto no se ejecutó por razones diversas. Lo que sería la locación de la sala renovable fue transformada en sala para exposiciones transitorias. Parecieron entonces funciones muy similares, pero ahora pagamos esa enorme diferencia de sentido.

Tengo gran interés en que esto cambie, pero para que algo se modifique tiene que haber financiamiento. Los recursos materiales en la institución son verdaderamente escasos y el solo hecho de rectificar un montaje o de cambiar luminarias se nos hace difícil. La lectura del arte cubano pasa también por las circunstancias de vida del país, adolece de sus mismas carencias y tribulaciones. El Museo no es un ente desligado de la realidad de la nación. Un nuevo despliegue museológico para la sección contemporánea requiere un soporte económico y logístico con que la institución no cuenta. Tenemos muchas ideas para desarrollar, pero es difícil hacer cosas nuevas. No descarto que nos falten, además, inteligencia, métodos y soluciones mejores para saltar por sobre las carencias objetivas.

Las colecciones del MNBA, al parecer, obligaron a formar un grupo de curadores de acuerdo con ciertos períodos históricos del arte cubano, incluso algunos dedicados a décadas específicas. ¿Es esto el resultado de una necesidad de carácter investigativo, reflexivo, curatorial, de esmerada atención a sus colecciones, o responde a otros criterios? ¿No se ha pensado en adoptar otra estructura, dirigida a centrar su cuidado en expresiones tales como la gráfica, la pintura, la escultura, la fotografía, el audiovisual, etc.? ¿No sería esto más favorable a un manejo global de las expresiones artísticas y su rol en el curso de la historia de la cultura de un país, en contraposición a una visión en compartimentos temporales, en fechas?

Sí, esa es una posibilidad. Algunos museos usan esa clasificación en manifestaciones. Creo que cada una tiene ventajas y desventajas. El MoMA es muy fuerte en cine y fotografía, por ejemplo. Nuestras colecciones patrimoniales de fotografía pasaron a la Fototeca de Cuba a fines de los ochenta y es allí donde se estudia ese tesauro. A lo que más nos hemos acercado es a tener un especialista en escultura: Ernesto Cardet, un gran conocedor de la manifestación, cuyas opiniones siempre son muy escuchadas cuando tratamos el tema en el Museo. A mí personalmente me gusta estudiar un período más que una manifestación. Por motivos de formación y tradición, los estudios de arte en Cuba son muy poco técnicos y muy enfocados en la perspectiva de la evolución histórica. Es un defecto del tipo de educación que hemos recibido desde bien atrás, y eso tiene sus consecuencias. En Cuba un historiador de arte no sabe distinguir tipos de grabado, técnicas pictóricas o tipos de papel, maderas, piedras o metales. Cuando uno analiza que en la escuela del Louvre hay que estudiar tres años de técnicas y materiales es que te das cuenta de por qué somos como somos.

Quizás he preferido un período más que una manifestación porque para estudiar los años que comprende mi colección, de 1979 hasta la actualidad, tengo que estar abierta a todos los modos de trabajar, desde el performance y la instalación hasta los medios digitales. Si decidiera estudiar grabado, por ejemplo, seguramente vería toda la historia de la manifestación en nuestro amplio gabinete de estampas y podría estudiar toda la colección antigua, de viejos maestros y llegar hasta hoy. Pero prefiero desentrañar una época, el sentido de lo que se piensa en un momento dado. ¡Nada, que soy cubana y tengo los defectos históricos de mi formación!

Existen otros coleccionistas institucionales en Cuba que, de un modo u otro, han adquirido obras de importantes creadores cubanos durante más de cincuenta años.¿Consideras pertinente que el público cubano y extranjero disfrute, aunque solo fuese en un momento dado, esa riqueza acumulada, ese patrimonio?

Para serte franca, pienso que en Cuba adolecemos de poca vocación pública en las colecciones institucionales no museales. El aislamiento y la escasa cultura patrimonial han transformado en verdaderos feudos ciertas colecciones compradas con dineros del Estado o ganadas por donaciones de artistas de buena fe. Hay lugares que albergan colecciones donde no puedes entrar, sencillamente, o hay que pasar unas barreras más complejas que las de colecciones privadas.

Es muy importante que las colecciones de las dependencias estatales sean transparentes y estén protegidas a través de las declaraciones públicas de sus misiones sociales, de sus tesauros y de catalogaciones precisas. Se necesita que tengan programas de visibilidad social y actividad educativa. Si una obra maestra está en una oficina debe ser accesible, como mínimo, por medio de una apropiada catalogación disponible a públicos y a estudiosos. Un patrimonio que no sea visible para la gente no cumple su función de patrimonio.

No creo que el Museo Nacional deba absorber todas esas colecciones. Al contrario, creo que deben establecerse debidamente y tener una proyección social palpable. Lo que sí no puede pasar es que se destruyan, se hagan inaccesibles, se pierdan por falta de conservación o no asuman el papel público a la que están obligadas.

¿Por qué la escultura cubana está tan escasamente representada en el Museo, al igual que la fotografía y el cartel, habiendo tenido este último tanta significación en la cultura cubana desde los años sesenta, al punto de haber sido considerado como imagen preeminente de Cuba en un momento dado? ¿Existe algún prejuicio con estas expresiones? ¿Se consideran quizás “menores”, en relación, por ejemplo, con la pintura, cuyo predominio es casi absoluto en las salas del Museo?

No, curatorialmente ningún prejuicio. Teníamos muchos deseos de tener una sala del cartel, pero no todo se pudo conseguir. Ten en cuenta que con la remodelación museológica de 2001 aumenta significativamente lo que exponemos. Solo piensa que el edificio donde estaban colocadas todas las colecciones, las nacionales y extranjeras, ahora es exclusivo para las cubanas. Mi propia colección, que nunca había sido mostrada, se expone por primera vez en 2001 con 65 piezas. Los espacios crecieron pero no son infinitos.

He observado que escaso público cubano visita las dos grandes sedes del MNBA, incluso los fines de semana. ¿Te parece que es así? ¿Has pensado el modo de subvertir esta situación o consideras que es una visión exagerada de mi parte?

No tengo a mano ahora las estadísticas históricas de visitantes al Museo, solo las más recientes. En 2010 fue visitado por 101000 personas y en 2011 por 115000, aproximadamente. Un ligero aumento, como se puede ver. Las visitas guiadas en 2011 fueron 520 y se atendieronen ellas alrededor de 8000 personas. En las vacaciones de verano, muchas familias vienen con sus hijos al Museo. Es muy agradable presenciar ese fenómeno. En el año recién concluido, el éxito de la exposición de Caravaggio nos dio una gran lección, pues un gran maestro del siglo xvii raptó –literalmente– el interés del público cubano. Fue muy bueno saberlo.

Pero sabemos que esas cifras están aun muy por debajo de lo que debieran ser. Un museo no puede jamás renunciar a más público. Nuestras exposiciones transitorias deben buscar un balance mayor entre lo atractivo y lo especializado. Para hacer una museografía sugerente y novedosa, y expresar con ella un contenido que guste más al espectador, necesitamos recursos. Las dos salas para muestras temporales de arte cubano son pequeñas, con luminarias insuficientes y sin módulos de panelería. Te repito, no vivimos en la Luna; el museo está aquí mismo, en nuestra querida Habana, respirando junto a ella. Nos faltan, además, los catálogos accesibles a todos, los folletos didácticos, mayor promoción…

Creo que desde 1999 se detuvo el proceso de adquisición de obras de artistas cubanos debido a dificultades económicas del Museo. ¿Existe alguna estrategia para renovar aquel proceso y continuar engrosando las colecciones? ¿O se detendrá inevitablemente en ese año?

El proceso de adquisición no se detuvo en 1999. Hemos comprado obras de arte hasta el año 2010. Por ejemplo, en 2006, cuando realicé la muestra Museo tomado, la primera que hicimos de video, pude adquirir prácticamente todo lo que exhibimos. También he adquirido piezas multimedia como Reporte de ilusiones de Luis Gárciga y Miguel Moya, o la pieza El patriota invisible, de Reinier Leyva Novo, igualmente en formato digital. Lo que sucede es que compramos muchas menos obras debido al alza tan enorme de los precios. La buena acogida de mercado de algunos de nuestros mejores artistas ha hecho subir los precios de todo el arte cubano histórico. Esto implica que piezas de creadores jóvenes, apenas establecidos, alcanzan cifras muy elevadas en relación con nuestro presupuesto de adquisiciones, que ha permanecido prácticamente invariable durante años. Esta circunstancia nos afecta, por supuesto. No podemos competir con galerías comerciales, o con ciertos museos o coleccionistas extranjeros cuando les compran a los buenos creadores nacionales las mejores instalaciones, mientras nosotros a duras penas nos alcanza para un dibujo. Tenemos una gran desventaja en ese aspecto.

Es curioso porque a principios de los años noventa casi ningún artista tenía un céntimo, y lo que el Museo pagó por sus obras les sirvió a muchos de ellos para venir a establecerse en La Habana y comenzar sus carreras. Ahora es todo lo contrario; nuestro dinero no es suficiente. Pero, afortunadamente, siempre existen artistas con mucha conciencia de por qué una buena pieza debe quedar en el Museo Nacional y podemos pactar con ellos precios preferenciales.Es un acuerdo entre curadores y creadores, basado en el respeto mutuo y en la comprensión de lo que significa seguir auspiciando un tesauro nacional representativo.

La vida ha cambiado. Ahora tenemos dos monedas en el país, nosotros pagamos en pesos cubanos, y muchos propietarios necesitados prefieren vender sus obras probando suerte en Subasta Habana, en las galerías comerciales o con comerciantes privados. Muchas personas se deshacen de piezas que han estado en sus familias durante largo tiempo como una forma de tener ingresos que cubran sus carestías. De estos coleccionistas privados también nos nutríamos nosotros tradicionalmente, años atrás.

Tenemos pensado proponer a la dirección del Museo retomar el espacio El artista del mes, porque fue una fórmula que dio muy buenos resultados en el pasado para incentivar las donaciones, además del sentido de actualización que le imprime a la institución. Pero, una vez más, dependemos del financiamiento.

Una política de donaciones siempre es posible si se estructura con cuidado. Las donaciones no pueden ser abiertas sino específicas de períodos, artistas y obras. No deben comprometer a la institución en sus políticas de exposición, etc. Requiere algunos procedimientos que hay que estudiar con cuidado para que sea una política pertinente y eficaz.

Si el MNBA se ve imposibilitado de adquirir nuevas obras producto de los escasos fondos que puede suministrarle el Estado, ¿significaría esto el fin de su coleccionismo? ¿No veremos obras producidas en el siglo xxi?

Sí, significaría el fin del coleccionismo del Museo Nacional de Bellas Artes, a las puertas de su centenario. En el año 2011 no se nos asignó financiamiento para adquisición de obras. Sin embargo, la colección del Consejo Nacional de las Artes Plásticas creció. De lo que sí estoy segura es que, hasta tanto no exista otra institución como el Museo Nacional de Bellas Artes, con la riqueza de su tesauro, a este no deben faltarle fondos para continuar su inmensa labor histórica de dar abrigo a lo que, muy probablemente, será patrimonio mañana.