Luciendo su monocromatismo, y como si de fotografías se tratase, la obra reciente de Reyneiro Tamayo juega al paisaje, lo urde como ficción. El artista viene a ofrecer al espectador visiones desconcertantes donde parodia a la geomática en su estudio de la superficie terrestre. Con esas vistas compone un texto narrativo que se aleja de la interpretación científica de la geografía, en favor del humanismo que trazan los cuerpos de esas metáforas suyas que toman del arte, la historia y múltiples asuntos de actualidad, encarnando siluetas míticas y beligerancias múltiples, tras vestirse de península, ciudad, bahía, playa o isla, y protagonizar los segmentos de su serie Ojo satelital.
Estas fantasías de impacto visual creadas por Tamayo y reunidas a propósito de la muestra La tierra comprometida,[i] resultaron ser una suerte de enigmáticas sentencias, particular aviso en relación con más de un atolladero que tiene ante sí el mundo contemporáneo. Mediante esta reescritura formal del arte pop implícita en su trabajo, y a partir –sobre todo– de la apropiación de un lenguaje tan común hoy como el de Google Earth, replica esa cultura visual global de la que participamos en el presente y, al mismo tiempo que reflexiona sobre tópicos universales, recicla códigos de igual alcance con los que comunica de manera eficaz sus ideas.
Al encarar esta serie de pinturas se distingue su conexión con el pop art y en particular, un interés por los mass media semejante al de aquella tendencia, pero desde una visión actualizada de los mismos tras su evolución digital. Toma en cuenta el impacto global de una comunicación de masas sin precedentes: universos múltiples al alcance de la mano gracias a Internet y a programas informáticos, mundos rápidamente asequibles desde cualquier lugar y momento a partir del desarrollo alcanzado por la telefonía móvil, guías que provienen de sistemas GPS, sin olvidar el empuje de las redes sociales que algunos definen hoy como el quinto poder. La suya es una panorámica que nace de esas realidades cada vez más expandidas, con mayores opciones de conectividad y acceso a la información. En sintonía con ello, Tamayo se apropia de imágenes, como a su modo hicieron Andy Warhol, Roy Lichtenstein y Robert Rauschenberg, entre otros. Imágenes que son sensación de veracidad, a propósito de un orbe fruto de esas visualizaciones que Google hace ver cada vez más reales. Sin embargo, al tomar esa apariencia (reciclándola), no apuesta por su vaciamiento, sino que le insufla nuevos sentidos y compromiso ideológico, como ocurrió en los setenta con los artistas valencianos del Equipo Crónica.
El absurdo y la sátira integrados a la poética de Tamayo –a partir del reciclaje, la cita y la parodia de la historia del arte– dibujaron, junto al choteo, una singular caricatura de la sociedad, lo mismo al definir tipos y costumbres, en su aproximación a las paradojas de nuestra realidad, o cuando con igual desenfado e irreverencia hizo diana con sus comentarios en la rigidez, el dogma y la inoperancia. Pero si bien su choteo se conecta con igual rasgo, definido como inherente a la psicología social del cubano, es imprescindible reconocer que esa psicología y el sentido del humor de los cubanos han sido modificados por la historia, hecho implícito en la naturaleza de la obra de Tamayo y también de otros artistas. En su caso, la expresión multiforme y evolución ascendente ilustran el tránsito desde esa “jocosidad irónica y escéptica” –forma benigna del choteo según las reflexiones de Jorge Mañach,[ii] y que resulta de nuestra disposición hacia la ligereza y la independencia– a formas más acabadas del humor, reconocibles en sus dibujos, cerámicas, posters, acuarelas, pinturas e instalaciones. Al trascender lo satírico predecible se clarificó su intencionalidad heurística, dando riendas a una ironía explosiva, por momentos próxima al sarcasmo, en esa revisión del universo contemporáneo que resulta una y otra vez parodiado sin el auxilio de la risa, en ese pastiche que caracteriza su producción más reciente.
La ascendencia que ha signado el discurso de Reynerio Tamayo en el último lustro coincidió con su urgencia crítica. Sus habituales humoradas y divertimentos han dado paso a preocupaciones existenciales y asuntos que son de incumbencia colectiva y universal. A ello tributan diseño, síntesis y sobriedad, al (re)crear el lenguaje de Internet, reconociéndole particular activismo en la estandarización global, en esa misma réplica con la que arma sus paisajes; vistas aéreas que simulan impresiones del mundo escapadas de Google Earth.
Esos reportes “geoespaciales” comenzaron en 2007, al calor del proyecto colectivo Cosmos. En la presentación del mismo en Galería Habana[iii], Tamayo desplazó la actuación de los cubanos hacia el espacio (Taxi sobre asteroide, Mensaje en una botella, Primeros pasos en Marte yAstronauta). Aquellos “conquistadores” –protagonistas de sus fantasías siderales– eran su mirada al porvenir, respondiendo a una línea curatorial que emplazó nociones de futuro a partir de diferentes visiones urbanas en diálogo con nuestro contexto. Concentrado en aquella distancia, mirar a la tierra significó en él una nueva ruta formal y un cambio en el manejo del humor a través de Sexos opuestos. El peso del conflicto geopolítico entre Cuba y Estados Unidos fue convertido metáfora erótica tras aproximar sus geografías: La Habana con su bahía y la península de la Florida sintetizaban intereses contrapuestos cuando el canal de la rada de espíritu femenino intentaba ser tomado por la peñíscola. Más de un ansia resumió la carnal aproximación y analogía. El título reforzó el disentimiento y la definición como macho y hembra de las partes en oposición, tras elegir actores capaces de significar, más que una época precisa del conflicto, un antiguo e histórico anhelo de posesión, así como el deseo de superar distancias físicas y espirituales.
En 2008, Tamayo hizo coincidir en la muestra personal Magma mía!!!,su aguda mirada sobre el contexto (En el ojo del huracán), con el cuestionamiento al progreso del hombre a escala planetaria. Responsabilizó allí a nuestra especie con ese cúmulo de tensiones que hoy enfrenta la humanidad: inseguridad ciudadana, violencia, terrorismo, guerras y crisis medio ambiental… y, al incorporar La manzana mordida y Habana profunda, perfiló mediante ellas una estrategia factible a sus nuevos intereses: la apropiación del lenguaje satelital. En la primera, el acto terrorista del 11 de septiembre era una dentellada a Manhattan, en tanto con la otra pieza, un corazón resultaba esa bolsa que distingue a la bahía de La Habana, encarnando el afecto entrañable –obsesivo a veces– de los cubanos (dentro y fuera de la Isla) por su capital. Magma mía!!!, reflejo de su madurez discursiva, dio cuenta de cambios temáticos y conceptuales, y continuidad a las vistas satelitales, que a modo de “sentencias visuales” tienen desarrollo en un conjunto reciente.
Las fantasías que conformaron La tierra comprometida, su más reciente exposición personal, le hablaban a ese animal urbano que hoy resulta el hombre. El simulacro fue instrumentado a partir de ciudades que no existen en la realidad, urdiendo una geografía apartada de la cultura y la historia. Armados como puzles, sus híbridos eran visiones, paisajes que comentaban asuntos globales y locales: la sobrevivencia del planeta como hogar de todos, los efectos del actual orden mundial, la amenaza de la guerra y algunos aspectos de la realidad cubana.
Con su retorno a la La Gioconda, Tamayo posicionó su reverencia a la creación, primero en Laguna interior, título que definía como tal esa fascinante condición de Venecia, cuya disposición física reproducía en mixtura con hoteles tomados a Varadero para desde un nido de agua, hacer emerger el retrato más famoso de la historia. Península, por el contrario, representó al emblemático ícono creado por Leonardo da Vinci a la manera de un negativo fotográfico desde las estructuras urbanas de Florencia, lugar de origen del Renacimiento y relevante centro histórico, artístico y económico.
Un homenaje a la abstracción y, en particular, a uno de sus referentes más significativos es El último día de Jackson Pollock. Tomó de Google el lugar donde está enclavada la casa que le perteneciera, mezclándolo con una singular interpretación del accidente automovilístico en que el artista perdiera la vida en 1956. A la derecha colocó una simulación del mapa, y a la izquierda el rojo impactó con salpicaduras (como la sangre sobre un parabrisas) un espacio pleno en dinamismo y vitalidad. Junto esto, el dripping, de gris aluminio, remedó de uno de los momentos relevantes de Pollock como principal hacedor del expresionismo abstracto, y la superficie era un all-over, síntesis de su personalidad, proceder gestual y emotividad.
La idea deHarakiri nació de su admiración por la cultura nipona, pero en la intensidad dramática del suicidio ritual (perteneciente a la tradición y códigos de los samuráis), se alcanzaba a intuir, además, una lectura simbólica del Japón tras el impacto devastador del terremoto y tsunami del 11 de marzo de 2011. En la escena, imbuida del espíritu de las xilografías antiguas, el quimono del personaje lo constituía el centro financiero de Tokio, mientras la sangre del suicida, en gráfica salpicadura, era el archipiélago japonés alcanzando un fondo semejante a la pintura sobre biombos. Lo circunstancial consiguió trenzar: el elogio al país, la consternación frente al infortunio de sus habitantes, con la posibilidad de que todo aquel simbolismo fuera también visto como una reprobación a la codicia y al pánico extendidos en la bolsa y los mercados en aquel momento, dada la repercusión global del catastrófico suceso en una de las principales economías del orbe.
En aquel conjunto que fraguó como La tierra comprometida, los asuntos nacionales tuvieron su centro en Habana, acompañada por Mito y realidad y Nostalgia. Con Habana se fundieron en un cuerpo urbe y bahía. Se les reconocía a ambas su rol en la historia de la nación: significado político, peso económico, distinción en la identidad y la cultura. La bahía fue convertida, tras ser esa brecha tan germinativa, en órgano reproductor femenino, sumando elementos que redondeaban otros conceptos relativos a una urbe hembra, dama seductora, madre. A ella iban los barcos como células sexuales masculinas. Su ronda –al igual que la apretada cuadrícula urbana elegida para representarla– reproducía ese latir metropolitano complejo y sobresaturado del que participamos. En Nostalgia, Cuba transitaba como una banda nubosa sobre la Florida, próxima a Miami –destino de diferentes oleadas migratorias–, distinguiendo esa añoranza (amor/obsesión) de la emigración cubana por la Isla. En otra dirección, Mito y realidad reprodujo los contornos del legendario guerrillero que Korda retratara en 1960, a partir de hoteles de Varadero. Al fundir ese “paraíso” del recreo y el ocio, con la silueta de la fotografía del Che, Tamayo volvía sobre su ideario inculcado a generaciones. Allí, la estatura de ente incorruptible de Guevara, alcanzaba a dialogar con realidades económicas contrarias a su altruismo, desinterés y renunciamiento, luego de una experiencia vivida por el artista en la década del noventa, cuando descubrió su icónica figura convertida en mercancía en los souvenir.
Fue la inquietud de Tamayo por el destino de la humanidad la que lo llevó a definir con La playa, una boca dispuesta a devorarlo todo. En ella quedaba ese forcejeo de la dualidad desarrollo/subdesarrollo como apetito, la violencia que resulta del trato entre las pequeñas naciones y economías y los países del primer mundo, lo regional en relación con las grandes urbes, al tiempo que ilustraba esa voz local tragada por el concierto global. Bombardero, por su parte, en su juego de sombras, resultaba un mal presagio, semejante al que proyecta sobre tierra el ave de rapiña. Su pájaro metálico con cuerpo de aeronave militar (similar al B-52F), anclaba en el presente un futuro de exterminio que se avizora en el cúmulo de tensiones que marcan el pulso de la actualidad.
Fue a ese mismo universo, atenazado por las guerras, la crisis medioambiental y la desmesura humana, al que Tamayo convirtió en protagonista del comic que funcionaba como epílogo de la muestra. Aquel salto al vacío que fue La casa,en medio de las cavilaciones de la serie Ojo satelital, llamaba la atención sobre ese hogar de todos que es el planeta Tierra. Visto así, el conjunto en su totalidad funcionaba como máxima y, quizás por eso La isla de los vivos de Tamayo rehízo aquel paraje ofrecido por Arnold Böcklin en La isla de los muertos, donde las almas eran conducidas hacia el Hades por Caronte. El interior de aquella ínsula, que con el arribo del barquero no alcanzó a descubrirse en la serie de Böcklin, fue dado allí mediante una vista aérea como un paraíso del confort, convirtiéndose en la moraleja de las fabulaciones reunidas en Galería Habana bajo el título La tierra comprometida. Si el paraíso resulta esa promesa luego de la muerte, sería alentador alcanzar tanta belleza en vida con un entorno sano, y no con el infierno que el hombre como depredador se viene regalando
El móvil principal de esta ruta de reflexión de Tamayo es el compromiso con un mundo sostenible, y su estrategia, forjada en consecuencia al ensanchamiento del área de consumo de la información alcanzado por la sociedad humana, no oculta su propia fascinación en tal sentido, y tampoco, el gusto por el sorprendente imaginario que de ello resulta. Sin embargo, intenta además desnudarnos, velada pero sentenciosamente, la sobrecogedora dependencia que tiene el hombre actual del ordenador. Le inquieta esa realidad sustituta con que el individuo se alimenta a solas pese a saberla vía de socialización. Teme por esos náufragos que somos –como nos definiera Stefanía Mosca– del emponzoñado mar de la información.
Reynerio Tamayo ha dado más de un sentido a sus visiones, a esos cuerpos labrados por el montaje y el collage, híbridos. de cuyo subterfugio brota el humor. En el panorama que viene ofreciendo desde 2007 con la serie Ojo satelital, ha (re)creado por medio de la parodia sus impresiones acerca del mundo (que es también el de la comunicación de masas). De esa manera sus versiones, perfiladas por el simulacro, no son otra cosa que réplicas, espejismos, virtualidades. Su juego, sin embargo, está pleno de lecciones, y urge saberlo, para cuando desde arriba alguien sienta que domina todo, no se engañe creyendo ser los ojos de Dios.