La galería Mayoral de Barcelona presenta una pequeña pero exquisita exposición del pintor andaluz José Guerrero, uno de los mejores pintores expresionistas influido por la abstracción norteamericana. En total se muestran once obras de tamaño grande correspondientes al período 1959-1967, todos ellas realizadas en su etapa americana. La muestra está comisariada por el crítico de arte y museólogo Juan Manuel Bonet, que había dirigido anteriormente el IVAM de Valencia, el Reina Sofía de Madrid y el Instituto Cervantes.
Vea además: La obra de José Guerrero se expone en Barcelona en la muestra 'The Presence of Black 1950-1966'
Desde hace tiempo la galería Mayoral se dedica a recuperar la obra de artistas provenientes de la posguerra española, caso de Antonio Saura, Antoni Tàpies, Juana Francés, Manolo Millares, Eduardo Chillida, Joan Miró, etc. Todos ellos dentro del ámbito de la abstracción. Recientemente la galería ha abierto un nuevo espacio en el centro artístico de París, donde puede exhibirse el trabajo de estos artistas.
José Guerrero (Granada, 1914- Barcelona, 1991) desarrolló la mayor parte de su trabajo en Estados Unidos, concretamente en la ciudad de Nueva York, donde se instaló en 1949 en busca de una mayor libertad creativa que en la España de aquel momento era inexistente, o lo que es lo mismo, iba a la búsqueda del arte de su tiempo. Adquiere la nacionalidad estadounidense en 1953. Él mismo comentaba que “en América es muy duro. Aquí llega un momento en que nos dan demasiado nombre y nos creemos importantes; luego llega uno a América y es un cero a la izquierda. Lo bueno que tiene aquel país es que hay que empezar de nuevo. La lucha me gusta, estar alerta…”.
Respecto a su formación, estudió en la Escuela de Artes y Oficios de Granada. Posteriormente, cuando se instaló en Madrid en la década de los 40, ingresó en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, siendo alumno de Vázquez Díaz, quien le aconsejó que se fuera a Nueva York en lugar de París, donde podría forjarse su futuro artístico. De todos modos, antes de marcharse a Nueva York, vivió unos años en París, gracias a una beca que le concedió el gobierno francés para estudiar pintura al fresco en la Ecole de Beuax Arts. También residió un tiempo en Berna y Roma. En la capital italiana conocerá a la que será su esposa, la periodista norteamericana Roxane Whittier Pollock.
En Nueva York expuso junto a los artistas más importantes del expresionismo abstracto, caso de Mark Rothko, Willem De Kooning, Franz Kline, Jackson Pollock, entre otros, siendo la galerista Betty Parsons -que también fue su marchante-, quien confió en él, y por ello le organizó su primera individual en 1954. Un año más tarde regresa a París, donde estará hasta 1956 para luego regresar a Nueva York, que irá alternando con su estudio de Madrid, donde pasará largas temporadas.
La primera antológica que realizó en España fue en 1980, concretamente en el edificio Arbós de Madrid. Un año después, la Fundación Miró de Barcelona le dedicó otra muestra que sirvió para que el público barcelonés conociera de cerca su trabajo. Su última exposición en dicha ciudad fue en la galería Carles Taché en 1991, poco antes de su muerte. Más adelante, en 1994, el Reina Sofía organizó otra retrospectiva. En 2015 se pudo contemplar José Guerrero. The presence of black, 1950-1966 en la Fundación Suñol de Barcelona, con motivo del centenario de su nacimiento y que anteriormente se había exhibido en Granada y Madrid. La capital catalana fue su residencia habitual en los últimos años de su vida. En 2000 se inauguró en Granada el Centro de Arte José Guerrero con la idea de difundir, mostrar y promocionar el arte contemporáneo a través de su obra, gracias a la donación que realizó su viuda.
Juan Manuel Bonet ve en el artista un “exiliado cultural en busca de la pintura” (…). Le costó ser popular porque se le acusaba de ser muy americano y poco español”. De hecho, como tantos otros artistas que encontraron su espacio creativo y el reconocimiento del público y de la crítica fuera de nuestro país, como ocurrió con Pablo Picasso, Juan Grís, Salvador Dalí, Joan Miró, Antoni Clavé y Oscar Domínguez, cuyo destino fue Francia, o como ocurrió también con Vicente Rojo en México y Antoni Muntadas y Francesc Torres en Estados Unidos, entre otros. También es cierto que algunos de ellos se marcharon exiliados.
La estancia de Guerrero en Nueva York le permitió conocer de cerca el expresionismo abstracto, que en Europa pasaría a denominarse informalismo. La obra del pintor granadino se acercaba más al trabajo de Franz Kline, Robert Motherwell y Helen Frankenthaler, aunque también su interés por Mark Rothko le sirvió para reducir la presencia de los campos de color. Aunque si buscáramos relaciones con los postulados informalistas, lo incluiríamos dentro del apartado sígnico-gestual y tachista.
Antes de llegar a Nueva York su obra se movía en torno al cubismo, me refiero a finales de los cuarenta, donde el color también era protagonista. A principios de los cincuenta ya deja de lado cualquier atisbo de figuración, por ejemplo, cuando realizaba retratos y paisajes. Ya dentro de la abstracción se empieza a percibir su interés por el color negro, así como por el gesto. Bonet comenta de aquella época que “hacia más alusión a la negrura en el estado de ánimo del pintor que en el dominio del negro en las formas”. De hecho, aspectos tan importantes a nivel personal como la sensación de ansiedad, preocupación y angustia eran bien patentes, circunstancia que luego se trasladaba a su obra.
Tanto él como Antoni Tàpies i Antonio Saura han protagonizado las directrices del arte español de los años sesenta, ya que han abierto el camino a otros artistas generacionalmente más jóvenes dentro del terreno espacialista, matérico y gestual, respectivamente.
Las obras que se exhiben en la galería Manel Mayoral refuerzan perfectamente el ideario expresionista, que como señala Bonet en el catálogo, se percibe en estas obras “el redondeo de las formas y uso de grandes superficies coloreadas, la gestualidad de las pinceladas alargadas, gruesas y vibrantes que atraviesan algunos de sus cuadros”.
En todas las obras la presencia del negro es absoluta, a veces ocupando una gran parte del cuadro y en otras a modo de mancha acompañada del rojo, amarillo, verde o azul. De todos modos, la gestualidad que se percibe en cada una de las piezas indica su forma de proceder delante de ellas. Guerrero denominaba a las tonalidades neutras “color de colores”. Es decir, le interesa cualquier gama cromática, siempre que llame la atención del espectador, principalmente por la manera de tratar las manchas sobre la tela. Acostumbraba a hacerlo con energía y vitalidad al unísono, a base de efectuar trazos muy sobrios, quedando estas máculas dispuestas compositivamente de manera homogénea.
En conjunto, su obra tiene dos aspectos muy diferentes, por un lado la mediterraneidad de que hace gala el color- azules y blancos- y por otro la manera de expresarlo, de marcado acento americano. El poeta Ángel Crespo refiriéndose a los cuadros de Guerrero, los ve como lo que son: pintura, ya que “son allá sin mistificaciones ni preciosismos, sin pretensiones de ser otra cosa que lo que son: pintura en la más elemental y comunicativa desnudez. Pintura untada, restregada, pastada sobre el soporte, expresiva, pintura de verdad”.
En portada: Detalle de la obra de José Guerrero Composición, 1959