La protagonista absoluta de la edición 76 de la Muestra Internacional del Arte Cinematográfico de Venecia no fue una película, sino la directora argentina Lucrecia Martel, presidenta del jurado, considerada por el director de la muestra, Alberto Barbera, «la más importante directora de Latinoamerica y una de las mejores en el mundo». La salteña dejó la impronta de lo que hoy día (y ojalá en el próximo futuro) el Festival de Venecia representa.
Su vuelta en este marco de celebración al cine, donde en 2017 presentó su ultimo largometraje, Zama, fue celebrada y tenida en cuenta por la comunidad cinematográfica toda, que la congratuló con el Premio Robert Bresson 2019 en su vigésima edición. La Fundación Ente dello Spettacolo y la Revista del Cinematógrafo decidieron otorgarlo a la directora «por sus obras signadas por una profunda e irreductible pasión para el mundo y para la humanidad que lo habita. Por su capacidad de hablar del hombre no solo por lo que hace, sino por lo que es. Por su abertura a la trascendencia. Por sus aspiraciones y sus conflictos, sus impulsos más celestes, en el fondo vivo de la atormentada sociedad argentina».
Lucrecia, segunda directora después de la italiana Liliana Cavani en recibir el Premio Bresson 2018, reitera su compromiso por los derechos de las mujeres, en el cine y no solo en él. En relacion al movimiento #MeToo, invita el auditorio a pensar en las que pudieron denunciar situaciones de acoso e injusticia. Son mujeres suertudas, que tienen visibilidad en los medios, mientras la atención va dirigida hacia todas las que no tienen este privilegio. Acerca de la presencia femenina en la industria cinematográfica, explica que «el sistema de las cuotas es imperfecto, pero puede consentir el acceso a más mujeres en los roles principales del cine y de más directoras en los festivales». Al agradecer el premio, compartió con el público su concepción del cine como «posibilidad que tiene la humanidad de pensar sobre sí misma. Porque el valor fundamental es la relación con el mundo, no con el mismo cine».
La directora comentó el largo proceso de gestación y realización de una película, que no siempre llega a convertirse en una obra cinematográfica, «porque no todas las ideas son tan buenas como para inventar películas». Su producción, que hoy consta de solo cuatro largometrajes, logra tener una profundidad que refleja este proceso denso y agotador, «un cine riguroso, que no hace descuentos, capaz de llegar detrás de la superficie, con una mirada que no es nunca banal», como definió el director de la muestra, Alberto Barbera. Su idea de cine se complementa con con el rol de jurado, ocupado muchas veces en su carrera y en posición de primera importancia en Venecia. «Me gusta cualquier película que no da por sentada la reali dad. Enseñar un hombre en una ducha con agua caliente me hace sospechar, porque este es un privilegio que la mayoría de los hombres en el mundo no tienen. Bresson es un gran maestro en eso, porque pone en discusión todo lo que nosotros damos por hecho».
El momento más alto de la presencia de la directora argentina en Venecia, junto con su premiación, fue la entrega del León de Oro a la carrera del director español Pedro Almodóvar. En una ceremonia emocionante y profunda, marcada por la idea de continuidad entre el cine ibérico y latinoamericano, Lucrecia Martel comentó con palabras especiales la cinematografía de Almodóvar, reafirmando la imprescindible necesidad del cine para hacerse voz de los que aún no la tienen.
«Para varias generaciones de directores latinoamericanos su cine fue una reconciliacion con el castellano, sus diálogos nos iluminaron el lenguaje de nuestras propias familias (…) sus películas nos hicieron más libres, nos liberaron del buen gusto, de la buena educación, de la moral mezquina de los que se llaman a sí mismos normales (…) mucho antes de que la mujeres, los homosexuales, las trans nos adaptáramos en masa al miserable lugar que teníamos en la historia, Pedro ya nos había hecho heroínas. Ya había reivindicado el derecho a reinventarnos a nosotras mismas».
Percibir la altitud moral de Lucrecia Martel, grande mujer antes que directora, y estar en Venecia, donde poder agradecerla con un abrazo intenso, es una emoción que no tiene palabras.