El artista interdisciplinario de origen colombiano Oscar Murillo ha sido nominado al Turner Prize 2019. El premio británico, que es uno de los más establecidos dentro del arte contemporáneo, este año se disputa en el Turner Contemporary, en Margate.
Fuimos cuarenta los voluntarios que participamos en el performance collective conscience del artista, una documentación del transporte de veinte esfinges desde Londres al Turner Contemporary, donde permanecerán como parte de su exposición. Una propuesta que además incluye la instalación de un tapiz negro que bloquea parcialmente la preciosa vista al mar del norte y un cuadro del siglo xix.
Al día siguiente, nos reunimos para tomar un café y charlar. Estábamos en la misma estación en la que nuestro viaje había tomado partida el día anterior. El resultado: una vista a las preocupaciones sociales, morales y artísticas de Murillo. Una charla sobre opresión, movimiento y frequencies.
Háblame acerca de tu práctica artística, ¿En qué se involucra?
Pintura, formalidad, instalación, escultura y la creación de un entorno que suscite ciertas emociones: todo forma parte de mi práctica. Hay preocupaciones específicas en relación a la opresión y la injusticia. De forma innata, hay sentimientos de ira. Intento identificar marcadores simbólicos para subrayar dónde estos sistemas de opresión pueden haberse originado históricamente. Mientras tanto, se reflejan nociones de pérdida y opresión humana.
¿Qué hay de particular en la exposición para el Turner Prize?
Creo que la instalación está resolviéndose a través de una investigación en curso acerca de la creación de exposiciones, la geografía y la especificidad. Las dos últimas cuestiones son muy generales, y por lo tanto no específicas en absoluto. Haciendo referencia al estigma de la especificidad, hay un cuadro en la exposición de 1883 llamado Lochaber no more, por John Watson Nicol. Lo he tomado prestado de una colección privada. Muestra la expulsión de las tierras altas escocesas durante el siglo xix. Un momento trágico que refleja un estado actual. Por supuesto, geográficamente es otra parte del mundo, pero creo que el motivo por el cual quise indagar en la historia fue para crear, aludiendo a mi show en Kettle’s Yard: Violent Amnesia, la noción del olvido. Evidentemente, la amnesia no es una situación de ignorancia, es una enfermedad, pero me interesa el juego de palabras. ¿Qué significa olvidar la historia violentamente? Y utilizo este cuadro como punto de partida.
¿Por qué no puedo ver el mar?
El espacio tiene una vista del mar del norte que evoca poesía. Tapándola mediante la instalación de un lienzo negro destaco la importancia de la vista y lo que ha significado el mar y nuestra relación con él desde el principio de los tiempos. Después, lo revelas ligeramente, como un deseo, como una posibilidad de esperanza.
Movimiento, migración y narrativa son temas primarios en tu obra. Háblame sobre la migración de las esfinges de Londres a Margate.
En este caso podemos verlo como una migración, pero también como una procesión. Es un momento catártico: aquí tienes estas figuras, que son de alguna forma bastante extrañas, que no parecen de este tiempo, su vestimenta, la manera en la que fueron hechas, primitivamente, y las estás transportando de un lugar a otro. Concluyendo en una situación violenta, la de ser negado otra vez. Es un momento simbólico muy importante.
En ese caso, ¿cómo de importante es la acción performativa en este trabajo?
Es muy importante. Es un experimento. El trabajo siempre está evolucionando. El trabajo nunca está fijado. Es muy importante descubrir nuevas posibilidades, incluso si todo lo que tienes al final son imágenes.
Ya veo, hablemos de documentación entonces. Cómo performer, transportando las esfinges, hay una dualidad: acepto ser grabada bajo el pretexto de documentación, pero también hay un sentimiento constante de vigilancia que crea una especie de estado anómalo. De alguna manera estoy obligada a ignorar, pero está ahí. Para mí existe una gran analogía a la vigilancia de movimiento, especialmente considerando que el viaje comienza en Londres.
No tienes que ignorarlo. En este caso la grabación no está como teatro, es una documentación del proceso. Por otro lado, por supuesto, todo el mundo está sometido a esta opresión. El problema con la sociedad es que es jerárquica y yo odio la idea de seleccionar y escoger. Por ejemplo, estamos aquí sentados en esta cafetería [en Kings Cross] y estoy mirando a toda esta gente en movimiento que también están siendo explotada. Muchos de ellos son considerados clase media. Trabajan en la City de Londres, con jornales absurdos, y no tienen buen aspecto. En última instancia, no estarán oprimidos de forma brutal físicamente, como el trabajador de la fábrica, pero hay opresión y hay vigilancia. Uno podría decir que la violencia física, vista en la esfinge que ha sido empalada por una tubería, puede ser reconocida en unas de estas personas «de bien», que puede, por ejemplo, estar sumida en deuda.
Estoy completamente de acuerdo. En mi trayecto en el metro hacia aquí, experimenté grandes cantidades de brutalidad y agresividad. Hay personas que se someten personalmente a esto todos los días porque tienen que llegar a la ciudad.
No creo que se autosometan a ello. Creo que crecen a esa realidad. Es parte de un sistema capitalista neoliberal, es la naturaleza de Occidente, y cómo este ha evolucionado.
¿Pero no crees que también hay un aspecto de responsabilidad individual? Particularmente en el mundo occidental, donde la gente cada vez tiene más posibilidades de no subirse a este vagón si no quieren.
No lo creo. Es un privilegio no subirse. Creo que el poder decir «No me subo» es una forma de privilegio.
En torno a la agresividad, volvamos a la violenta amnesia histórica. ¿Cómo es violenta? ¿Es porque rechazamos nuestra historia violentamente?
No, creo que es porque hay ignorancia e incapacidad. Hay una cita de Hegel que dice: «Aprendemos de la historia que no aprendemos de la historia». Parece que somos incapaces de aprender. Tomemos el ejemplo de la Segunda Guerra Mundial, un evento catastrófico en la historia de la humanidad donde fácilmente podíamos haber aprendido el peligro de la avaricia, el peligro del capitalismo. Sin embargo, aquí estamos. La sociedad fue creada y ha persistido por más de dos mil años en un sistema de capital en el que alguien siempre tiene que perder. Puedes llamarlo una teoría de supervivencia darwiniana, pero verdaderamente no es supervivencia: es capitalismo y avaricia. Esto ha conllevado a hacer de la guerra y la destrucción formas muy eficientes de generar capital para ciertas sociedades, creando casi una imposibilidad de colectividad, hay una falta de colectividad en la humanidad.
Comprendo que tu arte se enfoca directamente en esta concienciación, pero ¿hay un antídoto?
Una muy buena pregunta. ¿Hay un antídoto? Creo que podemos empezar teniendo mayor solidaridad los unos con los otros. Abandonando estigmas raciales, culturales y sociológicos y este firmemente arraigado sistema jerárquico de diferencias. Estas son cosas sencillas, que obviamente no son simples en absoluto, porque son muy difíciles de conseguir, pero creo que es un punto de partida para sanar. Creo que debemos reconocer que necesitamos un sistema de reconciliación y solidaridad para curarnos como sociedad.
¿Crees que hay un elemento de esperanza en tu trabajo, no solo ira?
Absolutamente, no está físicamente presente, pero mi proyecto Frequencies es algo que apunta hacia la esperanza, es como «Vale, trabajemos con el futuro».
¿En qué consiste este proyecto?
Frequencies es un trabajo que comencé con la politóloga Clara Dublanc hace siete años. El proyecto envía piezas de lienzo a colegios donde son fijadas a los pupitres y recolectadas un año después. La iniciativa comenzó como un pensamiento acerca del dibujo, la colaboración y la horizontalidad. Me gusta usar esta palabra: horizontalidad. Se refiere a la línea del ecuador. Veo la línea del Ecuador como una representación de igualdad, de la separación cultural entre norte y sur. El ecuador es un momento cero, un ancla por el cual puedes experimentar el mundo eficazmente de África a Sudamérica, a Asia, y desde la cual puedes moverte hacia arriba y abajo si quieres, creando frecuencias.
Ha sido nuestro cometido el diseminar este proyecto globalmente, sin ningún juicio social, geográfico o económico, trabajar principalmente con niños de 10 a 16 años de edad, los cuales para mí se encuentran en un espacio de lucha, combatiendo con sus niveles de pureza como seres humanos que habitan este mundo sin voz. Yo los veo como dispositivos de grabación, grabando todo y descargando esa información a través del dibujo.
¿Crees que la acción performativa es un buen mecanismo para reclamar el ser, o por lo menos para expresarlo?
La idea de la actividad performativa es que está siendo ensayada y por ende ya no es un gesto automático, pero es algo conocido. Me interesa más el automatismo. Por ejemplo, sé que cuando colocamos los lienzos, los niños son muy conscientes, piensan: «Voy a escribir esto o lo otro, pero como están ahí, por un largo periodo de tiempo, esa conciencia, esa lucidez, desaparece. Nos encontramos con un momento mucho más fluido en el que el subconsciente toma el mando y podemos observar, gracias a la etapa en la que se encuentran, un grado de pureza.
De alguna manera, la sensibilización que estás intentando crear a través de la pieza para el Turner Prize es simultáneamente una purificación de la mente. Al crear esta conciencia de violencia histórica, capitalismo, migración… se nos facilita la purificación de prejuicios con la esperanza de ser humanos otra vez.
Posiblemente.
(Para ver la obra de Oscar Murillo visita la exposición del Turner Prize en Turner Contemporary, Margate, hasta el 12 de junio de 2020 / #TurnerPrize2019 / #OscarMurillo / http://frequenciesproject.net).
En portada: Oscar Murillo, collective conscience, Turner Prize 2019, Margate. Photograph © David Parry/PA Wire. Courtesy the artist and Turner Contemporary. Por la Izq: Miranda Álvarez, corresponsal de Arte por Excelencias UK, participando en la performance collective consciousness.