Con muchísimo gusto los amantes de la música y el espectáculo en Cuba recibieron la noticia de que otra vez el Concurso Adolfo Guzmán sería una realidad. Se trata de rendir homenaje a uno de los maestros más importantes de la canción en la Isla, reverenciar su obra y no dejarla morir. La idea, desde ya, es magnífica, destierra las dudas de quienes creyeron que jamás volverían a retomarse esas propuestas que movilizaron a todo un país, como sucedió con Todo el mundo canta, Para bailar o los festivales del creador musical y Varadero.
Desde aquella legendaria Corte Suprema del Arte, inaugurada el 1ro. de diciembre de 1937, donde el detalle de «tocarle la campana» a los malos aficionados constituyó un atractivo inicial[1], la fórmula hasta hoy no varía mucho: las decisiones del jurado, las opiniones de la gente en la calle, los aplausos divididos y al final el resultado que casi siempre crea inconformidades.
Pero el Guzmán, ciertamente fue y es todavía otra cosa. En 1978 salió la primera convocatoria que invitaba a todos los creadores residentes en el país a enviar sus composiciones, las cuales tenían que ser inéditas y con textos referidos a la juventud. Se recibieron 1162 obras y fueron 24 las finalistas. Entre los artistas invitados estaban Rosita Fornés, Héctor Téllez, Los Dada… Y como presentadores: Héctor Fraga, German Pinelli, Teresita Segarra, Marialina Grau y otros cuidadosos comunicadores de la radio y la televisión.[2]
Otro ejemplo significativo: en la tercera edición de 1980 no se estableció una cantidad fija de obras finalistas, de tal modo que el jurado podía determinar el número de ellas, con un mínimo de 20 y fueron elegidas 21. Los galardones fueron decididos por 15 jurados ubicados en todo el territorio nacional. Pudieron competir grupos musicales, se potenció la presencia de cantantes del género lírico, se hizo hincapié en la difusión de obras poco conocidas del Maestro Adolfo Guzmán[3] y en la memoria de millones de cubanos todavía está aquel polémico cierre con el Premio de la Popularidad que obtuvo Beatriz Márquez por el tema “Amar, vivir”, de Rembert Egües.
Continuaron “los guzmanes” y nuevos intérpretes y creadores salieron a escena hasta que por alguna razón se cerraron las cortinas.
¿Qué nos dicen estos datos? Pues hablan de la pericia de quienes estaban detrás de la selección de las obras, la conformación del jurado, la puesta en escena y toda la magia. O sea, en aquellas cifras y crónicas aportadas por Pedraza Ginori y otros testigos está la esencia del Guzmán que ahora se quiere revivir.
Por tanto, casi todo está a favor del nuevo equipo realizador: muchos protagonistas de aquellas memorables galas que transmitió la Televisión Cubana hoy están vivos y algunos repartidos por el mundo. Acudir a los creadores del concurso como a los investigadores y melómanos que conocen el Guzmán de la cabeza a los pies es una labor necesaria y si se ha hecho entonces ningún error en cuanto a la estructura debe salir a flote en esta nueva propuesta.
Estamos claros que del ’78 hasta hoy la vida cambió completamente e incluso el ritmo de los espectáculos no es igual: se utilizan otros recursos, códigos…Siempre está permitida la renovación. Los cambios implican avances.
Pero el Concurso Adolfo Guzmán debe ser esencialmente el mismo: se defiende la canción cubana y así revivimos la memoria de ese genio que nos entregó piezas tan bellas como No puedo ser feliz o Profecía.
La creación impone riesgos y eso es positivo.