Han transcurrido treinta años de aquella aventura fundacional en la ciudad de Santiago de Cuba. Diz que fue en una tarde ardiente y que las brisas del Caribe corrían desde el sur acompañadas de un ralo vientecillo ausente del calor de esa ciudad. El nuevo proyecto fue bautizado como Sur Caribe y era uno de sus propósitos mostrar otra cara de la música cubana hecha en aquella ciudad pero más cercana a las tendencias afrocaribeñas. Y es que Santiago es la más caribeña de las ciudades del sur de Cuba.
Con las alforjas llenas de sueños y unos deseos inmensos de ser parte de la historia casi todos los fundadores emprendieron viaje a la Habana: “…hay que conquistar la poma para ser alguien en estos tiempos…”; pensaron algunos. Mas la conquista demoraría en llegar y en ese camino se fueron probando ideas, nacieron alianzas y se fortaleció la capacidad de entregar una música que sin dejar de ser cubana supiera y oliera a Santiago, a su gente, desde la primera hasta la última nota.
Fueron tiempos delicados. Muchos quedaron por el camino excepto estos músicos y su líder que no perdieron el horizonte musical y humano. Esa horizonte fue el detonante para que en todos los hogares de esta isla –y algunos allende los mares—Micaela fuera un miembro más de la familia y se sentara a la cabecera de la mesa; el golpe de conga santiaguera diera los buenos días y los niños soñaran con tocar eufóricamente un tambor bocú o soplar la corneta china.
Esto es grosso modo lo que muchos disfrutaron de Sur Caribe hace un tiempo. Sin embargo; Ricardo Leyva y sus músicos apostaron por más. Querían (y quieren) llegar más lejos. Reinventarse. Entonces, armados con nuevas energías decidieron ascender un escalón y hoy nos proponen este fonograma que lleva por título: Regálate el amor.
Regálate el amor es un fonograma que marca un antes y un después (continuidad y ruptura como categorías no excluyentes en la música popular cubana hoy, donde las defecciones estilísticas están a la orden del día) en la carrera musical de la orquesta. Y es que Leyva ha sabido entender que hoy hay otros actores musicales cuya volatilidad estética está subordinada a las veleidades de la moda; a lo perentorio, a lo descartable –es la era de la obsolescencia programada—y su sacerdocio cultural es mantenerle fresco un sonido y modo de hacer lo bailable muy definido; totalmente auténtico, aunque para ello asuma determinados giros, o coquetee de ser necesario, con algunos pasajes de lo que algunos demiurgos intentan imponer.
El disco en su conjunto es un tratado de buena música popular bailable cubana. Textos de lograda factura hijos de una tradición que bien merece ser reencontrada; y sobre todo el juego armónico con los trombones; un instrumento que dentro de la música cubana hoy se consolida; y al que los músicos santiagueros han rendido culto desde siempre y que en Sur Caribe han sido su emblemas sonoro.
Amar y bailar no son categorías excluyentes en esta propuesta discográfica. De hecho, por amor se baila y bailando de ama profundamente. Esta es la conclusión que se debe sacar una vez disfrutado a plenitud este fonograma.
Ricardo Leyva, como buen alquimista, pone ante nuestros sentidos esa posibilidad; el resultado final dependerá de nuestra capacidad para combinarlos acertadamente.