Mamparas y lámparas en vitrales se exhibirán en la galería de la ACAA

Hablar del trabajo sobre vidrios y luces es referirse al reino de la belleza en su más exacta medida. Los vitrales -no obstante su uso en la arquitectura desde tiempos medievales a nuestros días- han tenido una presencia autónoma en la historia del arte moderno. Artistas de diversas tendencias signados por asimur los colores, la expresividad de la construcción figural y determinados referentes a la cultura religiosa, los han manejado para transmitir su modo estético de dialogar con la existencia y de darle sentido de maravilla a los ámbitos más comunes. De ahí que el vitralero esté colocado entre el practicante de los oficios ornamentales y el hombre que quiere hacer de la imagen un regalo para todas las percepciones sensibles. En este último caso radica la producción del cubano Francisco Javier Suárez Gutiérrez.

Su obra múltiple colocada en espacios conmemorativos y en áreas para el disfrute o el hospedaje, transmite (para quien le conoce) el retrato psicológico de su misma personalidad. Existe en ella una evidente inquietud, un cambio de lo geométrico a lo cromático, de las simbologías a la composición serena, del brillo excesivo al equilibrio entre lo orgánico y lo racional –que traducen sus necesidades de búsqueda, de responder a la diferencia de los encargos y de hacer visible una poesía de la sensibilidad que contrasta con esa tendencia peculiar suya a componer música bailable o canciones románticas. En sus vitrales mayores y en las lámparas, que son también vitales trasmisores de una luz que revela el misterio de las oscuridades, pernocta un afán de ser y dejarse sentir, de comunicación necesaria con los demás y de experimentación en el medio técnico y genérico donde desenvuelve su labor de auténtico artesano.