En algún instante de la noche el tiempo se detuvo, pero mentiría si dijera cuándo. Tal vez fue el sonido de las olas del mar, los tambores llamando a la rumba, las luces simulando el cielo estrellado... o todo junto, mezclado con la nostalgia. Un "excuse me, sir", me recordó que aquel era el escenario del Kaye Playhouse, en la Universidad Hunter de New York, uno de los centros académicos más antiguos de esta urbe. De lo contrario, hubiese permanecido en una suerte de trance toda la noche.
Viajar al pasado, arroparse de los recuerdos más felices para conquistar sueños, recordar siempre de dónde venimos, vestirnos con la alegría de Cuba y demostrar que cuando se baila desaparecen todas las barreras son apenas algunos frutos de la buena y abundante cosecha que deja el Ballet Contemporáneo de Camagüey tras su debut en el escenario artístico de la ciudad que nunca duerme.
Guajira, Más allá del mar y Paseando mi alma dejaron de ser meras piezas coreográficas para transformarse en boletos de viaje a la Cuba de la niñez de un emigrante, a los olores y sabores de la italiana isla de Sardinia, a los recuerdos que entretejen las anécdotas familiares. Tres ballets donde cada miembro de la compañía brilló con luz propia. Tres momentos para delirar desde el buen arte. Tres pruebas irrefutables de que el talento también se cultiva al Este de Cuba.
El multipremiado bailarín y coreógrafo Pedro Ruiz se erige como principal artífice de este sueño, acaso porque durante casi dos décadas procura acortar la distancia entre Cuba y Estados Unidos con el lenguaje de la danza a partir de The Windows Project, fundado en 2010. La perseverancia todo lo consigue, afirma, y sorteando todos los escollos que supone enrolarse en semejante aventura, inscribe ahora el nombre del Ballet Contemporáneo de Camagüey en predios neoyorkinos a través del festival ¡Cuba aquí!, organizado por la Universidad Hunter de New York, que incluye además clases magistrales e intercambios con alumnos de danzas de diferentes escuelas de ballet neoyorkinas.
Que ahora los medios locales y nacionales difundan el espectáculo como uno de los acontecimientos culturales de mayor impacto en la ciudad no es sino el resultado de meses de trabajo duro, cuidando el mínimo detalle. Lo reconocen los diez bailarines al recordar las horas de ensayo y las preocupaciones que atañe a un montaje coreográfico signado por el preciosismo.
¿Temores? Miles. Lo declaró Yaylín Ortiz Clavería, directora de la compañía, antes de la llegada a medios de prensa cubanos, al definir la presentación como un reto complicado por la plaza danzaria por excelencia que es Nueva York y el riesgo de llevar elementos tradicionales de la compañía, los ritmos de la isla y el sello de Ruiz, quien también funge como director artístico de la agrupación camagüeyana.
Quizás, a partir de ahora, marzo quedará inscrito en los anales culturales de la ciudad como el mes en que Camagüey no estuvo tan lejos de Nueva York o como el momento que marca la consagración del gremio agramontino en predios estadounidenses. Para mí, sin embargo, siempre será el instante donde el tiempo se detuvo y donde entendí por qué la escritora austriaca Vicki Baum repetía que existen atajos para la felicidad, y el baile es uno de ellos.
Foto: Redes sociales de Hunter Collage