Por: David Marcial Pérez
El artista mexicano José Luis Cuevas falleció este lunes por la tarde en Ciudad de México. Pintor además de escultor, grabadista y escritor, fue uno de los primeros pinceles en alzarse contra el omnipresente muralismo, costumbrista y político, que hegemonizó el arte mexicano hasta mediados del siglo pasado. Junto a Vicente Rojo, Manuel Felguérez y Juan García Ponce abanderó la llamada Generación de la ruptura.
Con una formación heterodoxa y en gran parte autodidacta, su primer latigazo para matar a los padres fue La cortina de nopal, un artículo escrito con 17 años –en 1951– contra el estilo folklorizante, ideologizado y de “una alegría juguetona” de los muralistas. Este manifiesto temprano estaba especialmente dedicado al estalinista David Alfaro Siqueiros, que algunos años antes había decretado que en el arte mexicano no existía “más ruta que la nuestra”. En 1967, el artista llevó a la práctica el texto a través de un mural efímero. Lo hizo en el epicentro contracultural de la Ciudad de México de entonces, en la esquina de Génova y Londres, en el corazón de la Zona Rosa, cuyo magnetismo él mismo contribuyó a crear. La obra se convirtió en un acontecimiento. Al concluir el mes de exhibición el mural fue destruido.
Autorretratos, apuntes del natural, prostitutas, monstruos, locos, infiernos, cadáveres, series sobre Kafka, Sade, Quevedo, Picasso, la obra de Cuevas trascendía lo figurativo –abandonó los contornos delimitados y la perspectiva– y sus motivos sobrepasaban lo mexicano. "Mi sentido de angustia es español", declaró el autor en 1998 con motivo de una retrospectiva sobre su trabajo en el Museo Nacional Reina Sofía.
“Cronista –según sus propias palabras– del mundo del vicio y la locura”, en su obra predominaban las figuras humanas despojadas de todo contexto o referente espacial. "No hay paisajes pero sí ventanas. Alguien me preguntó que a dónde conducían las ventanas, quizá al exterior, al paisaje, y le dije que las ventanas conducían a otro aposento donde estaban los personajes de mi próximo dibujo, y así hasta el infinito. Mis personajes están en lugares cerrados. En cambio, en mis sueños soñados, reales, aparecen muchos paisajes que soy incapaz de pintarlos después".
Premio Nacional Bellas Artes, doctor honoris causa de la Universidad Autónoma de Sinaloa y al frente de su propio museo, José Luis Cuevas vivió durante décadas en San Ángel, un barrio acomodado de la capital mexicana con aroma a pueblito, como encapsulado fuera de la vorágine del resto de la ciudad, donde también vivió por ejemplo Gabriel García Márquez. Su casa y su estado de salud saltaron a los medios hace cuatro años cuando una de sus hijas denunció que su padre se encontraba casi en la indigencia, con problemas de nutrición y un principio de pulmonía. La familia acusó a su segunda esposa, Beatriz del Carmen Bazán, de haberle descuidado en la vejez. Pero el artista se defendió personalmente en una conferencia de prensa en la cual desmintió a sus hijas: Mariana, Ximena y María José. En ese entonces, el pintor y escultor reveló la amarga relación que mantenía con ellas, que habían acudido a un juez de lo familiar para exigir un régimen de visitas. "Se han presentado como unas víctimas abandonadas, no se les abandonó en ningún momento", dijo Cuevas de propia voz en 2013.
"Puedo decir que no he tomado una copa de vino o una botella de cerveza; solo alguna copa de tequila porque dicen que disminuye los niveles de colesterol. He sido durante años dibujante de putas y nunca me he acostado con ellas”, declaró en otra entrevista con este diario a mediados de los noventa el hombre que se jactaba de haber mantenido relaciones sexuales con al menos 650 mujeres. “El erotismo lo he vivido con absoluta intensidad –añadía- Creo que de los vicios estoy alejado por mi condición de hipocondriaco. Si se me demostrara que el erotismo es perjudicial para mi salud lo rechazaría y me haría casto, pero como tengo informes de que la sexualidad es saludable, la he practicado con frecuencia".