Por: Beatriz Albert Pino
Investigadores, académicos, curiosos y otras tantos interesados en la vida y obra de uno de los Premios Nobel de Literatura más queridos por Cuba, se dieron cita en la inauguración del 16 Coloquio Internacional Ernest Hemingway, que sesionó en La Habana desde el día 15 hasta el 18 de junio.
En la apertura del evento de carácter bienal, la Directora del Consejo Nacional de Patrimonio, Gladis Collazo, resaltó el arduo trabajo de conservación y de compromiso de los trabajadores del hoy Museo Ernest Hemingway, antiguo hogar del escritor en la isla por más de dos décadas y sitio al que el Coloquio dedica parte de su programa.
Sin embargo, el complemento de las actividades matutinas del encuentro tuvo un nombre: Valerie Hemingway. Un recuento casi cinematográfico de su vida en Finca Vigía como Secretaria -y en ocasiones descanso espiritual- para el autor, fueron recreados en una narración impoluta.
Valerie disfrutó de la atención de los presentes. Se regodeó -y ¡cómo no agradecerlo!- en los pequeños detalles de su relación pupila-tutor, en esos mismos detalles que testimonian sobre el comienzo de la fuerte depresión que en 1961 se llevó, con un tufo a pólvora, al famoso escritor.
La XVI edición del Coloquio, que se celebró en el Hotel Ambos Mundos, estuvo dedicada al 80 aniversario de la publicación “Tener y no tener”, a los 65 años de “El viejo y el mar” y a los 55 de la fundación del Museo.
La Finca Vigía, 1960: La vida con Ernest Hemingway. Resumen de las palabras de Valerie Hemingway en el 16 Coloquio Internacional relatadas en su libro Correr con los toros.
Cuba es el país en el que Hemingway escogió vivir casi un tercio de su vida; su último recinto…sus años de madurez literaria. Un lugar del que hizo su hogar y donde escribió parte de sus trabajos más brillantes.
Tuve el privilegio de vivir seis meses en Finca Vigía – desde el 27 de enero hasta el 25 de julio- trabajando como Secretaria, a la vez que era reconocida como un miembro más de la familia e incluida en todas las actividades sociales. Fueron estos los últimos seis meses de Hemingway en Cuba. A pesar de su adiós en aquel mes de julio, Hemingway se convencía a sí mismo que volvería a su adorado hogar en un par de meses, como siempre había hecho, pero el ambiente político entre Cuba y los Estados Unidos no mejoró y su vida en la Finca no fue reanudada.
Siendo una joven periodista trabajando en Madrid tuve la asignación de entrevistar a Ernest, en mayo del año 1959. La entrevista no fue como lo había planeado. Era inexperta y me faltaba preparación, pero pude salvar el día sacando a relucir algunas de mis características que hicieran empatía con el autor: yo soy de origen irlandés y al igual que él, sentía gran afición por los libros de James Joyce. También le dije que había asistido a mi primera corrida de toros, un domingo de Pascuas. Ernest me preguntó, ya una vez interesado, qué actividades estaba haciendo por Madrid y me dio algunos consejos sobre mi carrera, invitándome a investigar y a aprender, sobre todas las cosas, la Historia y la cultura del país en el que estaba viviendo; para esto, según él, debía olvidarme de dónde venía y abrazar la idea del presente que estaba viviendo. Me dio nombres de personas y sitios a las que podría acudir, incluso dándoles su nombre como recomendación…fue extremadamente generoso. El próximo encuentro se daría en el mes de julio, en Pamplona, para San Fermín. “! Cómo estar viviendo en España y no ver algo como esto!”, me dijo.
Hemingway nunca me adelantó que sería una futura huésped de la casa, pero luego de varios encuentros fui testigo de cuán grande era su generosidad hacia los jóvenes, en especial periodistas y escritores.
En tanto la estancia en Pamplona llegaba a su final, Ernest ya invitaba a su “cuadrilla” a celebrar su cumpleaños 60 en Málaga. Yo decliné la invitación, - Málaga está tan al sur como al norte está Pamplona-. Le dije que debía regresar a Madrid a trabajar. Al día siguiente, Ernest me ofrecía un trabajo temporal de verano: “iba a aprender mucho más de periodismo y sobre corridas de toros”, me espetó.
No fue hasta finales de octubre que Hemingway me hizo la invitación de viajar junto a él y Mary a Cuba. Di un sí por respuesta y siempre me he sentido orgullosa de esa decisión.
Ernest hablaba emocionado de La Finca y de las buenas personas que trabajaban en ella. Me decía que iba a enseñarme cómo pescar marlines y peces espadas en su bote Pilar. No es que fueran estas actividades muy excitantes para una joven de diecinueve años, pero la idea me sonaba a una gran aventura.
La casa en San Francisco de Paula, una magnífica construcción de 1987. Largas ventanas y puertas francesas, simétricamente dispuestas, con aire fresco de ida y vuelta. “Una casa, en la cima de una colina donde siempre hay una briza”, tal y como Hemingway la describiera a su editor Maxwell Perkins en 1939.
Fueron huéspedes de la casa durante ese tiempo la joven italiana, de quien Hemingway se enamoró en Venecia, Adriana Ivancich y su madre; lo fueron también Gary Cooper, Luis Miguel Dominguín, la estrella de cine Ava Gardner, y la familia de Antonio Ordóñez.
Rápidamente me asenté en la casa de aire fresco.
Las mañanas, cuando todos estábamos en nuestros respectivos sitios de la finca, tomando nuestro desayuno, Hemingway ya estaba frente al escritorio. A diferencia de los agitados encuentros en España, la vida en la casa iba tomando su propio ritmo.
Phil Bonsall, embajador de Estados Unidos en Cuba, solía visitar a Ernest los jueves en la tarde. Phil le recordaba a Hemingway su tierra natal, por eso sentía cierta conexión con él. Hemingway empezó a sentir que en cada visita de Bonsall, éste incrementaba su discurso negativo sobre el “gobierno de Castro”. En una de esas visitas, en la primavera, Phil le trajo un mensaje informal desde Washington donde decía que Estados Unidos estaba pensando “seriamente” en romper las relaciones diplomáticas con Cuba. Los planes de Washington para él no solo era que se largara de Cuba, sino también que fuera una voz en contra del nuevo régimen político. Hemingway protestó. Este era su hogar y él era un escritor. No vio razón alguna para cambiar su estilo de vida. ¿Cómo podría un escritor considerar este trato? Él había visto el ir y venir de muchos líderes. Ese no era su asunto. Su asunto era escribir. Sus mejores escritos habían nacido en este país, y aun así era reconocido como escritor norteamericano. Su lealtad a su país de origen nunca había sido cuestionada, pero Washington tenía otro punto de vista, muy diferente.
La palabra “traidor” salió a relucir en una de las conversaciones con Phil. Era una clara advertencia del que consideraba un amigo cercano. Solo Mary, Hemingway, Phil y yo estábamos presentes.
Para el momento Hemingway no se lo tomó en serio, pero pude apreciar cómo gradualmente las ideas empezaron a rondar por su mente. Este fue el comienzo de la gran depresión que lo conduciría a su muerte.
En su próxima visita, Phil nos contó entristecido de su retorno a Washington, se iba al siguiente día a los Estados Unidos. Trató de estar alegre, de reír y de decir que solo sería una medida temporal. Cuando se iba, nos abrazamos, y prometimos encontrarnos pronto, creyendo que las cosas mejorarían. Ernest le dijo adiós a Phil desde su escritorio. Nunca lo volvimos a ver.
En el transcurso del mes de julio, la salud de Ernest se deterioró. Comenzaba a tener problemas visuales; estaba preocupado sobre su vida futura en Cuba. Sus preocupaciones lo llevaron a distraerse de su trabajo…. no es que no pudiera escribir sino que no podía continuar su escritura.
Todas los caminos conducían a la partida de Cuba. Ocurrió un 25 de julio de 1960. Fue difícil decirle adiós a su familia en la Finca. Ernest trató de poner un rostro feliz con la esperanza de regresar a su hogar tropical; esa hermosa casa en los altos de una colina donde siempre había briza.
El final, como ustedes saben, tuvo un cierre distint.
(Valerie Hemingway, 16. Coloquio Internacional Ernest Hemingway, La Habana, 2017)
Fuente: Cubarte