A propósito del VII Seminario Gastronómico Internacional Excelencias Gourmet -a celebrarse del 7 al 9 de junio en el salón Habana Café del hotel habanero Meliá Cohiba- Arte por Excelencias continúa con la sección en la que se proponen textos que develan los vínculos entre la cultura culinaria cubana y el arte de ese país.
Por Frank Padrón
Muchos jóvenes cineastas agrupados en la Muestra de Nuevos Realizadores emplean el «tropo comestible» en sus cortos de ficción. Nos acercaremos a tres de ellos: Arturo Infante (Utopía) aborda en su título Gozar, comer, partir (2006) –quizá un homenaje al filme de Ang Lee[1] cuyo título parafrasea y con el cual comparte el segundo infinitivo (primero en aquel) –los tres verbos que, según él, más conjuga el cubano y más trata de llevar a la práctica. En el segundo episodio tres mujeres (una de ellas invitada a casa de las otras) comparten en la mesa familiar una apetitosa fabada; no solo degustan, saborean y repiten, sino que hablan constantemente del tema, en efecto, una recurrencia nacional.
Resulta simpático que la señora mayor (la madre de la anfitriona) aprovecha un descuido para emprender lo que la hija, una vez que la descubre, describe como una incontrolable manía: comer vidrio. Las implicaciones subtextuales de este motivo son varias, pero lo más trascendente desde perspectivas semántica y dramática son los minutos dedicados a llevar a la praxis el verbo en cuestión, y la focalización eficaz que logra la cámara sobre los platos, en tanto complemento de los diálogos, para armar un logrado conjunto.
Por amor al arte (2008), de Serguei Svoboda, es un filme metacinematográfico: un equipo de jóvenes cineastas intenta realizar un corto; desencantados, llegan hasta planificar un asesinato en vivo (en realidad un «ajusticiamiento» a alguien que les pone trabas) al estilo de Al Qaeda, mas terminan pactando con esa misma persona, quien finalmente trae una propuesta tan jugosa como oficialista y alejada de los intereses estéticos de los realizadores. El cuestionamiento al oportunismo y a los trabajos «por encargo» así como a la bizantina dualidad entre arte y «trabajo» llega al espectador no solo desde un guión henchido de ironía, sino que los planos (y planeos) se desarrollan y cambian en medio de un austero almuerzo de tortilla, arroz y pepinos. El cuchillo que rebana el vegetal adquiere un esencial peso dramático y la pobreza del «lunch» contrasta con las ambiciones de los cineastas.
Por último, A la hora de la sopa (2008), de Gretel Medina, desarrolla en solo 6 minutos (pero óptimamente aprovechados) una historia de sadomasoquismo y crueldad sexual en la imaginación de una pareja compuesta por un retrasado mental y su esposa. El epicentro dramático es ese criollo y recurrido plato que en realidad se consume tranquilamente, mientras en otro nivel los personajes sueñan despiertos atrocidades; una vez más, erotismo y comida se mezclan y complementan de manera imaginativa y sugerente.
Los nuevos realizadores cubanos siguen , desde sus visiones frescas y desprejuiciadas, una tradición: mezclar la gastronomía con el cine.
[1] Comer, beber, amar (1994) del taiwanés Ang Lee
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