Todo aquel que acostumbre a visitar las exposiciones de la Sala Rusiñol de Sant Cugat debe sentir una especial satisfacción porque Tomás Suñol –nacido en Dieulefit (Francia), el año 1964, y establecido en Badalona- vuelve a exhibir sus obras. Anteriormente habíamos disfrutado de sus cuadros en esta galería los años 2010 y 2013, y ahora podemos comprovar que el artista –hijo y sobrino de pintores- continúa manteniendo el alto nivel de calidad a que nos tiene acostumbrados y sigue avanzando en el estudio de los sentimientos humanos mediante la combinación de la luz y la sombra.
El paisaje que interesa al pintor es la ciudad, que es el espacio que mejor muestra el grado de progreso que ha alcanzado el hombre en su carrera evolutiva. Pero las urbes de nuestro autor plástico no están construidas de rascacielos, asfalto y coches; sino que, como se trata de reflejar las sensaciones y las emociones humanas ante el misterio de la existencia, encontramos calles que parecen formar la trama de un laberinto de difícil salida, edificios uniformes tan faltos de individualidad como las celdas de las colmenas, puertas abiertas que son invitaciones a pasar y rendijas de esperanza, rincones oscuros como los miedos que atenazan la voluntat y manchas luminosas que transmiten calidez i expresan alegría.
El artista también tiene predilección por los bodegones. Sin embargo no se siente atraído por ciervos o perdices que han sido abatidos en partidas de cacería artistocráticas, ni sus naturalezas muertas descansan en vajillas de metales preciosos o cristal repujado. Los alimentos que captan su atención son las frutas sabrosas –como ahora un corte de sandía que aparenta tenir gusto a carpa de fiesta mayor decorada con farolillos de papel-, los frutos secos que almacenan en su núcleo y la fuerza de la tierra que los árboles absorven, la cerveza popular que invita a todo el mundo a un trago de oro líquido coronado de espuma, las sardinas que nadan humildemente por la intensidad del mar, el queso aromatizado con hierbas silvestres empapadas de olor a bosque y el café con leche que hermana a una mayoría de hombres y mujeres por la mañana.
Tomás Suñol se inspira en las calles de la antigua Baetulo donde reside para hacernos entender que la vida puede parecer muchas veces un dédalo donde nos sentimos atrapados sin saber como actuar ni que camino tomar, pero que si dejamos que la luz de la razón y el calor del corazón actúen en nosotros, descubriremos el hilo de Ariadna que nos llevará a disfrutar de los frutos sencillos y auténticos que tenemos al alcance de la mano.
TOMÀS SUÑOL