Arístides Hernández, Ares (La Habana, 1963) ha sido uno de los caricaturistas cubanos más premiados en los últimos años. Recientemente viajó a Italia, a la Bienal de Tolentino, para recibir un importante reconocimiento internacional.
Ares, ¿con qué tipo de caricatura participaste en este certamen?
La Bienal de Tolentino no sólo incluye en sus presupuestos el humor desde el punto de vista gráfico sino también desde el ejercicio de otras manifestaciones. Es una Bienal muy reconocida, pero en este caso la convocatoria se fundamentó en un tema: “Nuestros hijos nos están mirando”. El trabajo con el que gané el premio es un dibujo que discursa sobre la doble moral y sobre la visión que tienen los hijos de los padres; representa a un verdugo que regaña a su hija porque le arrancó la cabeza a una muñeca. Es un dibujo en cartulina hecho con acrílico. Pienso que es un premio importante porque se trata de una Bienal de mucho prestigio y de un país que tiene fuerte tradición y crédito dentro del humor gráfico internacional.
¿Han tenido otros humoristas gráficos la posibilidad de vincularse a este tipo de eventos?
Hubo un tiempo en el que a los humoristas gráficos cubanos no les llegaba información de lo que pasaba en el mundo, era muy difícil colocar nuestro trabajo en publicaciones realizadas fuera de Cuba. El conocer estos eventos internacionales de humor gráfico fue como descubrir una ventana para asomarse al mundo, para ver lo que estaba sucediendo en la manifestación. Yo tuve esa oportunidad junto a los caricaturistas cubanos que estaban en el DEDETÉ. Se me abrieron muchas puertas al entrar en contacto con esta clase de eventos. A través de catálogos pude mostrar mis obras y apreciar las de mis contemporáneos. Luego tuve la suerte de que me invitaran a participar como jurado, a hacer exposiciones, eso amplió considerablemente los márgenes de mi trabajo. Por otro lado me llenó de muchísimas influencias, porque no tenía sólo la referencia de la caricatura que se hacía en Cuba, con una tendencia al costumbrismo la mayoría de las veces, sino una visión del humor gráfico de lo que se estaba haciendo en los países de Europa del Este y en otros territorios con tradición dentro de esta práctica. Eso marcó mi manera de hacer y el tipo de discurso que mantengo en mi obra.
A juzgar por las imágenes de tus obras, parece interesarte mucho más la sátira política…
Mi trabajo ha tenido una evolución, a partir de una manera central de hacer, de crear, que tiene que ver con esos personajes medio voluminosos y la tendencia a la no utilización de textos. Comencé trabajando con un tipo de humor más ingenuo, banal, de chiste, de humor blanco como le llamamos nosotros, y después fueron evolucionando las ideas, hasta surgir versiones más existenciales. Ese proceso fue cambiando mi forma de hacer, el dibujo se fue haciendo más grotesco, más pesado, menos simpático, menos gracioso. Después, a la hora de trabajar en Juventud Rebelde y en órganos norteamericanos, comencé a hacer una caricatura más editorial, de tema político. Luego hubo como un paso hacia delante y otro hacia atrás, o sea, tocaba los temas políticos pero con una tendencia a no amarrarme con el suceso específico, abordaba temas universales que pueden tener una misma lectura dentro de cualquier cultura. Por ahí está mi trabajo, que tiene más preocupaciones con el tema político, social. Hago una obra que se aleja de lo cómico, que va más al humor, que pienso es otra categoría aparte. Una obra que se preocupa mucho por las cosas del mundo, las políticas o las no políticas, y desde el punto de vista visual está muy vinculada al expresionismo gráfico, vertiente que a veces trato de abordar con otras técnicas que no son las habituales del humor.
¿Cómo valoras la situación de la caricatura cubana?
Cuba tiene una tradición dentro del humorismo gráfico. La vanguardia dentro de las artes plásticas del siglo XX no estuvo en la pintura como muchos creen, sino en el humor gráfico, en la ilustración de prensa, el cartel con Massaguer, Jaime Vals, Luis Blanco, que fueron quienes impusieron una manera de hacer completamente novedosa. La pintura se enteró mucho tiempo después. A inicios de los años 60 hubo un movimiento, sobre todo con El Pitirre, con el trabajo de Chago Armada, era una renovación que en determinado momento no fue entendida. Después hubo una nueva corriente, la del DEDETÉ que fue más novedosa y creó una manera excelente desde el punto de vista estético, de contenido, de un humor que estaba influyendo en la vida social.
El Período Especial acabó con todas las publicaciones impresas y acabó también con el movimiento del humor gráfico, el golpe todavía se siente por muchísimas razones; hay una tendencia al panfleto, al costumbrismo entre comillas, al chiste de la croqueta, a repetir lo mismo. Pero hay también una discreta mejoría, están surgiendo valores que tienen ideas bien maduras, como es el caso de Ramírez Sardolla, por ejemplo, o de otras gentes que vienen del Instituto de diseño industrial y están interesados en el mundo del humor gráfico. En ese sentido, hay una tendencia a la mejoría; la gente sigue participando en eventos internacionales, el humor gráfico sigue siendo reconocido, aunque no creo que el humor haya llegado nuevamente al nivel de los años ochenta. Todavía conviven muchas cosas, las que están bien hechas y las que son panfletarias, reiterativas. Esa convivencia no es nueva, venía desde mucho antes pero se hizo evidente en este período. Yo estoy tranquilo porque hay mucha gente joven que está haciendo cosas buenas. Durante la Bienal del Humor organicé una exposición que se llamaba Tinta fresca, constituida por cinco jóvenes que estaban haciendo humor gráfico e historietas, y pienso que fue una muestra de altísimo nivel… Indiscutiblemente, hay una continuidad en el humorismo gráfico cubano.