La pintura de paisaje en Cuba constituyó hasta la primera mitad del siglo XIX un género esencialmente gráfico. Hay una voluntad expresa de reflejar a través de la línea, con atisbos realistas, modos de vida y costumbres de los habitantes de la Isla. Si para otras latitudes geográficas resultaban escenas exóticas, en Cuba constituían pálidos testimonios de una realidad colonial. El grabador actuaba como el fotógrafo que selecciona muy bien sus encuadres, aunque siempre develó personajes y acciones socioeconómicas prominentes para la época.
Por la vía de la gráfica se transitó de los temas marinos referidos a la insularidad, hasta continuar adentrándose en el territorio cubano con los registros del puerto, la plaza pública, el mercado y el sistema de plantaciones de la caña de azúcar. En ese proceso de “interiorización”, el entorno tuvo una doble cualidad iconográfica: el paisaje idealizado con dejos románticos al estilo de los hermanos Chartrand y el que representó Sanz Carta, más apegado a la realidad.
El fervor de la primera promoción vanguardista de 1927 produjo cambios radicales en la temática del paisaje muy a tono con la nueva sensibilidad ideoestética y con las luchas sociales propias del pensamiento moderno cubano con sus utopías emancipatorias y las búsquedas de nuevas fórmulas antiacademicistas influida por los “ismos” europeos. Así se intuye en los paisajes de Víctor Manuel, Antonio Gattorno, Carlos Enríquez, Eduardo Abela, quienes le restan prominencia al entorno natural, característico de la paisajística academicista, y subrayan la impronta humana a través de la gente sencilla rodeada de su hábitat.
Pero en este período se aprecia también un rechazo creciente a la composición figura fondo basada en la perspectiva clásica renacentista al diluirse paulatinamente por otra distinta, la planimétrica, y un uso del color más simbólico y consagratorio. Los cambios de actitud mental registrados en la pintura de paisaje hecha por René Portocarrero, Ponce de León, Wifredo Lam, Marcelo Pogolotti, manifiestan una evidente ruptura con el canon naturalista y su preceptiva. Los nuevos rasgos iconográficos se perfilan por el entorno menos retiniano y más sujeto a las propuestas imaginarias.
En los 60, la promoción anterior se suma a la joven plástica que ahora crea con el nacimiento de la revolución y aporta sus experiencias en pleno proceso de transformaciones psicosociales como Servando Cabrera, iniciador de la serie de paisajes antropomórficos dentro de una épica colectiva; Raúl Martínez, quien a través del pop también incorpora conglomerados humanos desde una visión paisajística apenas insinuada; y Fayad Jamís, que desde la abstracción evocaba paisajes elaborados por elementos naturales (agua, tierra, fuego) y, posteriormente, refuncionaliza con el protagonismo de la figura humana y textos poéticos reveladores de un lenguaje más directo en consonancia con las propuestas socializadoras del arte surgido con el nuevo régimen politico-social.
De la promoción de los 70 se incorporan originales y variadas propuestas de paisaje sostenido por el entorno imaginario con la recreación de los mitos (Manuel Mendive, Ever Fonseca), la atmósfera lírica (Zaida del Río, Cosme Proenza, Alberto Carol), la estilización figurativa que luego derivaría en el grafismo pictórico al modo oriental (Flora Fong), las nuevas derivaciones del expresionismo chagalliano (Pedro Pablo Oliva), los espacios cósmicos (Mario Gallardo) o el aprovechamiento informalista (Águedo Alonso). La otra vertiente –hiperrealista o nuevo realismo– lo conformaron Rogelio López Marín (Gory), Flavio Garciandía, Mario García y Tomás Sánchez.
Párrafo particular merece este último, un paisajista orgánico que nunca ha dejado la temática desde una postura digamos clásica de asumir el entorno natural, luego de incursionar la línea expresionista influido por Antonia Eiriz. El nuevo concepto de entorno natural que ofrece permite desde entonces reingresar al ser humano a sus esencias más profundas a través de la naturaleza que actúa como vía de purificación y meditación espiritual.
Ese ambiente de plena libertad creativa daría paso a una tendencia recuperada del período colonial: la pintura ingenua, consolidada en distintas regiones del país. En el Occidente la figura prominente de Jay Matamoro daría paso muchos años después a paisajistas primitivos pinareños como Arturo Regueiro y Reina Ledón; en la región Central, al cienfueguero Benjamín Duarte y el espirituano Benito Ortiz; y en el Oriente al santiaguero Lawrence Zúñiga, después el holguinero Julio Breff y la “escuela” del poblado santiaguero de Mella. De igual modo surgirían también aquellos artistas con preparación académica que conscientemente se apropian del lenguaje naif para construir sus mundos fabulados como Alicia Leal.
Y los 80 llegan al escenario plástico cubano con fuerza arrolladora y la introducción de matices problematizadores. A partir de esta década los nuevos códigos expresivos se fundamentan en el cuestionamiento de la sociedad contemporánea. Pero hay que deslindar dos momentos de la década del 80, ambos con signos críticos: el que reflexiona sobre la relación armónica hombre-entorno y el que politiza sus códigos al inicio con fervor contestatario y luego más ajustado al tropo y a las alusiones oblicuas.
En el primer lustro de los 80, el paisaje enfatiza la necesidad humana de buscar la armonía y comunicación ecológica bajo signos antropológicos. Se vislumbraba un modo de hacer abonado con anterioridad por Tomás Sánchez, pero ahora abordado desde otro punto de vista con incisivo espíritu crítico contra el racionalismo civilizatorio de la modernidad. José Franco adopta un lenguaje metonímico entre naturaleza-tecnología con artefactos modernos imbricados en la actividad depredadora del hombre; Juan Francisco Elso, hace del arte povera un misterioso ritual de iniciados en cultos esotéricos vinculados a la naturaleza; mientras que José Bedia, asimila la mítica de colectividades “primitivas” contemporáneas para contraponerla a los excesos de ilustración racional de hoy.
La impronta humana se hace sentir en un entorno ambiguo y cargado de alusiones y referencias cruzadas entre humanitas y barbarita del mundo Occidental. Se ha dejado de estar en presencia del paisaje clásico para ofrecerlo desde una perspectiva más cercana a los presupuestos del conceptualismo donde se escamotea el protagonismo explícito del entorno por referentes visuales manipulados.
El segundo lustro opera desde un lenguaje sujeto a las contingencias ideológicas por las que atraviesa el país hasta desembocar en los 90 con propuestas tropológicas al estilo de los paisajes urbanos recontextualizados de Pedro Álvarez; los de Sandra Ramos con sus referencias a la inmigración mental, más que física; los de Osvaldo Yero que, con la toponimia del kitsch, reevalúa los postulados de la historia nacional; Carlos Garaicoa, que “interviene” en espacios ruinosos para ser partícipe de paisajes físicos urbanos en decadencia; o las propuestas de paisaje instalacionista de Alexis Leiva (Kcho) que reconstruye la tragedia del balsero con elementos referenciales de fuerte carga semántica.
La nueva promoción plástica –que entre otros recursos expresivos apela a una paisajística de evocación contextual– deja su propia impronta humana en obras testimoniales de una época crítica para el cubano que se inicia con la denominada rectificación de errores de los 80 y se continúa con los signos de apertura de una sociedad más compleja que desemboca en la crisis espiritual-material iniciada en la década de 1990. Todos ellos, en diversos grados de compromiso intelectual, han transformado el tradicional género de paisaje en un tópico más de expresión ideoestética atemperado a los requerimientos de una posmodernidad que no respeta fronteras ni géneros establecidos.
Tal aserto se corrobora con los novísimos paisajistas cubanos como Jorge López Pardo, quien ha llegado a bocetar con el grafito paisajes monocromos de fuerte carga conceptual; Lester Campa, quien ofrece rejuegos visuales de contenido eidético de referencias psicosociales o William Hernández, quien se apropia de personajes y paisajes cuasi-renacentistas para establecer una dialógica con el mundo de hoy. Otros tantos creadores que surgen y se consolidan a lo largo y ancho del país en los últimos tiempos harían interminable este intento de ofrecer algunas coordenadas del arte paisajístico en Cuba.