Un estado de comienzo perpetuo, o más bien, de necesidad imperiosa de recomenzar; una coyuntura germinal, embrionaria, un espacio y un tiempo de gestación... Un antecomienzo.
Los años 90 definieron en Cuba, por encima de todo, un estado de posibilidad. Lo que ocurrió entonces sintetiza las profundas transformaciones socioculturales que el mundo ha experimentado en este fecundo y convulso cambio de siglo. Un análisis riguroso de la creación cubana en esa voluble década revela una preocupación esencial por la identidad, más aun, por esa dicotomía insoslayable en el discurso de la contemporaneidad: identidad individual / identidad colectiva, sociedad / sujeto, red / yo. No se trata de una oposición cimentada en la intransigencia, sino de la fértil fricción entre diferentes subjetividades, entendiendo la subjetividad, sencilla pero no simplemente, como "un territorio que se concibe en oposición a otros territorios”.
Agotado el tiempo de las certezas, no sobrevino, paradójicamente, la desazón de la incertidumbre, sino la esperanza de poder redefinir lo propio, lo ajeno, y lo propio en relación con lo ajeno. En consecuencia, las historias se volvieron más íntimas, y las propuestas artísticas mutaron hasta reemplazar el objeto por el contexto, con el fin de disolver definitivamente –de manera efectiva, no desde la utopía teórica– la frontera que separa el arte y la vida. La reflexión estética derivó hacia ese estado de posibilidad, hacia la atmósfera que genera no ya un determinado producto, sino la red de relaciones que lo propician, y esas mismas relaciones comprendidas en función de sus cualidades formales. Primó la voluntad de emancipar el proceso creativo. El arte se echó a la calle y La Habana aglutinó las más diversas propuestas; llegado un punto, hasta el más acendrado conceptualismo incidió en la problemática social, el espacio público y la necesidad de la acción física, de la actuación efectiva más allá de la formulación teórica.
Ocurrió, entonces –en realidad, no ha dejado de ocurrir hasta hoy–, que los artistas abordaron el espacio social desde la certeza de que no era necesario proponer un modelo sistemático, una racionalización extrema o un marco predefinido que sustentase las prácticas socioculturales. Desde la humildad de las pequeñas acciones, de los discursos personales que hundían sus raíces en experiencias inmediatas, a menudo compartidas con un público claramente comprometido, optaron por intervenir la multiplicidad de espacios perceptibles mediante las más diversas técnicas y procesos, abogando por la divergencia como punto de encuentro.
Esta exposición no es otra cosa que la reelaboración de ese escenario, más vivo que nunca.
(Antecomienzo, muestra curada por la española Concha Fontenla. Permanecerá abierta hasta el 3 de abril del próximo año, en la sede de Factoría Habana: O’Reilly 308, entre Habana y Aguiar, Centro Histórico La Habana Vieja. Incluye obras de los artistas cubanos Lázaro Saavedra, Fernando Rodríguez, Abel Barroso, Ibrahim Miranda, Carlos Montes de Oca, Luis Gómez, Sandra Ramos, Osvaldo Yero y Aimée García.)