Una particular relación entre el ser y el tiempo viene a revelarnos la obra actual de Rubén Alpízar. No le ha bastado toda esa interioridad que sobrevive en las escenas que está construyendo, para aleccionarnos acerca de los sueños por los que a toda costa apostaremos, por eso nos convida a un tour muy peculiar.
Como si respondiera al cuestionamiento de Gramsci acerca de qué es el hombre –o con más exactitud– ¿qué podría llegar a ser el hombre?, para concluir definiéndolo como el proceso de sus actos, Alpízar nos enfrenta a la irracionalidad humana en su irónica parodia de La creación que es Cenizas del paraíso. Este diagnóstico suyo, de alcance universal, nos coloca en las coordenadas de nuestra contemporaneidad, muy próxima a la destrucción de todo lo creado.
Luego de esa tajante enunciación, Alpízar comienza a presentar los sitios en que habita esta reflexión intimista. Son compartimentos donde discurren la fe o la angustia, la plenitud o la esterilidad, el escarnio o la libertad. Espacios en definitiva múltiples, donde despeja esa conciencia de sí mismo que desea compartir. Resultamos entonces testigos de esas vistas panorámicas que ilumina como si simulara los días en su serie Donaciones con intriga, en la que se manifiesta una cercanía que torna familiar lo que antes fuera una ciudad fantasmagórica y ajena donde se entremezclaban sus personajes. Aunque se ha venido abajo uno de los límites cardinales de esa urbe, la reconocemos siempre en esa inmensidad de arena donde sospechosamente van a pastar los caballos de Troya.
Estas transfiguraciones que se descubren en la obra de Alpízar continúan instrumentándose como un juego para diseccionar la historia, en esta ocasión al amparo del paisaje y la autorrepresentación. Los pasajes son sin duda del medio urbano, algunos de ellos, sin embargo, tienen un aliento cosmológico, en particular cuando el artista pasa a ser ese Ícaro que reincide en utopías.
Llama la atención como él ha pasado a ser un ente que da testimonio de las tensiones de una época haciendo uso de su propio espacio corporal. En su maniobra con el tema del retrato en la serie El sabor de las lágrimas el artista se coloca una y otra vez ante al mar, y ese mar es horizonte y frontera, como lo son también las circunstancias y cada individualidad. En ese espacio íntimo de libertad donde se expande el pensamiento se puede elegir saltar, volar, permanecer; en esas comunes encrucijadas del vaivén social que cual sustancias de su cuerpo Rubén Alpízar insiste en condesar. Ojala al descubrir conscientemente, ese tirón en el camino –al parecer ya sin retorno– de las muchas violencias cotidianas en que lo vemos como San Sebastián, con las espadas alcanzándole la piel, se puedan revertir los procesos que han dado lugar a estas parábolas de un presente localizado y nuestro.
Cenizas del paraíso, exposición de Rubén Alpízar, será inaugurada en la Galería Villa Manuela, el 29 de enero a las 6 p.m.