Hay una soledad esencial en la poesía de Fabián Casas. Sus versos se anclan a la imposibilidad de la permanencia que se desborda en objetos y lugares de la memoria, desde una voz lírica resentida por la certeza del tiempo. El espacio más íntimo es deslindado en el recuerdo del hogar, de la madre perdida «atravesando el campo con su bata roja», de la calle y sus «árboles domesticados».
La aparente impasibilidad cobijada en lo que se pudre o se rompe se convierte en verso para constatar las ausencias. La máscara rutinaria del poeta deriva en el más intenso testimonio de su miedo ante el mundo, un miedo que nace de la sabiduría y del autorreconocimiento —¿o será ese autoanálisis una forma de coraje?—. Hay un horror velado, casi imperceptible en sus versos, que nace en la aparente impasibilidad de quien espera su destino sin sorpresas.
Camino, despacio, hasta el baño; / sé que la desgracia está sobre nosotros, / no ahora, tampoco el año próximo, / todavía somos jóvenes, pero eso / se pierde enseguida. / No tenemos nada, pienso, / mientras me lavo la cara, / ni un oficio, ni una herencia, / ni una casa de sólida piedra.
No en vano, Fabián se desprende de todo lo accesorio para entregar palabras casi transparentes, sin artesanado o remiendos. Es una crónica de la vida que no admite falsas bellezas y que se revela a través de las formas más simples. La llave, las puertas, el espejo, la lluvia, el mar, los trenes, la heladera, son suficientes para dejarnos ver más allá.
De la ventana hacia afuera los límites de mi lenguaje / crearon un mundo/ que ya no me interesa. / El pavimento mojado / refleja las luces de los autos: / rojos, verdes y amarillos moviéndose.
También emplea el recurso de la ironía, la cual termina siendo a veces el disfraz mejor calado de la desesperanza. Esperando que la aspirina empiece a trabajar, / que acomode los cuartos, que revuelva el café / y que traiga a mi madre, fresca / a esta tarde de agosto / hojeo revistas estúpidas, escucho discos viejos / me pregunto en qué momento / los dinosaurios sintieron / que algo andaba mal.
Se resume en su discurso poético la necesidad de hacer de la palabra un camino hacia adentro, no para atenuar la soledad, sino para otorgarle cierta dignidad. No para mostrar la victoria del poeta sobre el verso, sino para radiografiar sus verdades, aunque sean existenciales o difíciles y ello implique descubrirnos en esos trenes cargados de «gente desconocida, como nosotros».
Sin dudas, Fabián Casas es uno de los poetas principales de la línea objetivista, una estética que renovó en la década de los noventa del pasado siglo la poesía rioplatense y que todavía hoy encuentra sus ecos en el ámbito poético de Latinoamérica.
Sus textos, que no ocultan un tamiz profundamente filosófico, no aspiran a la grandilocuencia o el trascendentalismo y mucho menos a presentar cualquier tipo de heroísmo. Sin embargo, sí hay resistencia: la voluntad de contar lo que se ha visto o vivido después de regresar de un largo viaje, con las marcas de esa sobrevida.
FABIÁN CASAS (Buenos Aires, 1965). Poeta, narrador, ensayista y periodista argentino, considerado una de las voces esenciales en su país de la denominada «generación del noventa». Fundó la revista de poesía 18 Whiskys junto a otros autores contemporáneos. Su primer poemario publicado fue Tuca, ubicado dentro de la corriente objetivista. Es autor además de los libros de poemas El salmón, Pogo, Oda y El spleen de Boedo. Algunos de sus escritos en blogs forman parte de su libro Ensayos bonsái.
Sin llaves y a oscuras
Era uno de esos días
en que todo sale bien.
Había limpiado la casa y escrito
dos o tres poemas que me gustaban.
No pedía más.
Entonces salí al pasillo
para tirar la basura
y detrás de mí, por una correntada,
la puerta se cerró.
Quedé sin llaves y a oscuras
sintiendo las voces de mis vecinos
a través de sus puertas.
Es transitorio, me dije;
pero así también
podría ser la muerte:
un pasillo oscuro,
una puerta cerrada
con la llave adentro
la basura en la mano.
A mitad de la noche
Me levanto a mitad de la noche con mucha sed.
Mi viejo duerme, mis hermanos duermen.
Estoy desnudo en el medio del patio
y tengo la sensación de que las cosas no me reconocen.
Parece que detrás de mí nada hubiese concluido.
Pero estoy otra vez en el lugar donde nací.
El viaje del Salmón
en una época dura.
Pienso esto y abro la heladera:
un poco de luz desde las cosas
que se mantienen frías.
Tratando de sepultar
Tratando de sepultar la narración de nuestros padres
se va la adolescencia.
Después pagamos para que la recopilen
y nos digan que podemos ser mejores.
¿Por qué sueño con perros?
¿Por qué me aburren las tardes
y no puedo hablar con mis amigos?
Mientras tanto, la mujer cocina
y el marido se masturba en el baño.
La dicha se engendra
en el corazón de lo trivial
y a veces alguien muere,
a oscuras, en un cine.
Una oscuridad esencial
Hay una oscuridad esencial en esta calle.
Un único farol ilumina el contorno
y árboles domesticados, altísimos,
producen una música de acuerdo al viento.
Miro a mi perro,
una conciencia a ras del piso
que hurga y mea en la tierra
y pienso en mí, hundido
en el lenguaje, sin oportunidad,
sosteniendo una correa que denota
lo que fue necesario para estar unidos.