No fue hasta después de los años cuarenta del pasado siglo que Latinoamérica formó parte de los discursos curatoriales del archiconocido Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York. En Modern Architecture: International Exhibition, una de las exposiciones más trascendentales emprendidas por dicha institución en 1932, la actividad constructiva de la región se mantenía aún extrañamente ausente de la selección de obras.
Fue un hecho externo al museo el que contribuyó a visibilizar la arquitectura de la zona: la Feria Mundial de Nueva York (1939). Con más de cuarenta y cuatro millones de visitantes, este evento contó con la participación de países como Argentina, Brasil, Chile, Cuba, Venezuela y México, cuyos pabellones dejaron boquiabiertos a historiadores y arquitectos del mundo entero, a raíz de lo cual el MOMA organizó la exposición 20 Centuries of Mexican Art (1940).
Tres años más tarde se inauguró Brazil Builds: Architecture New and Old, 1652-1942, que permitió revelar los orígenes del modernismo brasileño. La arquitectura de este país consiguió tal impacto entre los curadores de la afamada institución, que continuó siendo la elegida para próximas muestras: Two Cities: Planning in North and South America (1947) y From Le Corbusier to Niemeyer, 1929-1949 (1948).
Brasil y México fueron los únicos presentados por el museo hasta que se realizó Latin American Architecture since 1945, curada por Arthur Drexler y Henry-Russell Hitchcock, en 1955. Esta exposición fue decisiva en la formulación de una lectura más amplia de la arquitectura latinoamericana en Estados Unidos, a partir de la selección de cuarenta y siete obras de más de cincuenta arquitectos latinoamericanos en países como Cuba, Venezuela, Uruguay, Argentina, Colombia, Perú, Panamá, Chile y Puerto Rico, además de los dos mencionados.
La muestra pretendía mostrar las prácticas constructivas de la región bajo la unión de dos conceptos hasta entonces poco compatibles: lo moderno y lo latinoamericano, entendido este último como categoría cultural con características propias e identificables, a través de proyectos como la Ciudad Universitaria de México o el mural de azulejos que Cándido Portinari hiciera para la Escuela Primaria de Pedregulho, diseñada por Affonso Eduardo Reidy.
Tras esta exposición, vinieron otras de carácter monográfico, ya fuesen dedicadas a determinados arquitectos —como Luis Barragán— o centradas en fenómenos constructivos más específicos. No obstante, en estos últimos casos la arquitectura latinoamericana apareció representada por escasos ejemplos, en medio de discursos curatoriales que priorizaban edificaciones europeas y norteamericanas. O sea, que la labor constructiva de la región, vista en su conjunto, no fue nunca más abordada al estilo de Latin American Architecture since 1945.
Conscientes de estas insuficiencias y para retomar la arquitectura latinoamericana como motivo de un merecido homenaje, los curadores Barry Bergdoll y Patricio del Real decidieron realizar, sesenta años después de aquel intento de 1955, la muestra Latin American in Construction: Architecture 1955-1980, abierta desde el 29 de marzo hasta el 19 de julio de 2015. Ella fue el resultado de la unión de dos fuerzas que Hitchcock y Drexler jamás pudieron imaginar: la institucional (MOMA) y la tecnológica, representada por la red social Instagram. La consecuencia fue una selección de más de quinientas obras entre maquetas y dibujos originales —muchos nunca antes expuestos—, filmes del período y fotografías tomadas a través de Instagram.
En su recorrido por veinticinco años de arquitectura en Latinoamérica, la exposición mostró hitos en países como Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, República Dominicana, México, Perú, Uruguay y Venezuela. La museografía fue concebida por grupos que ejemplificaran los diversos fenómenos arquitectónicos en el continente, como las viviendas multifamiliares, los campus universitarios, las ciudades modernas como Brasilia e, incluso, la arquitectura «utópica», con el proyecto Primera ciudad en la Antártida (Amancio Williams, 1981). Asimismo se presentaron algunos exponentes de arquitectura rural y sostenible, de los cuales la comunidad Las Terrazas (Cuba) resultó uno de los más significativos. De la Isla también estuvieron presentes la heladería Coppelia, el Instituto Superior Politécnico José Antonio Echevarría (Cujae) y el Pabellón Cuba.
Como mismo la exposición realizada en 1955 contribuyó a reescribir un nuevo capítulo en la historia del movimiento moderno en la arquitectura latinoamericana, la muestra más reciente también permitió replantearnos el curso de la actividad constructiva de la región y, sobre todo, su comprensión e interpretación por los discursos artísticos dominantes.
Todas estas aproximaciones, con mayores o menores insuficiencias, son válidas en cuanto han contribuido a visibilizar una zona de profundas transformaciones que hiciera de ese «estilo sin estilo» del que nos hablaba Alejo Carpentier su sello primordial; que quiso, al igual que Europa y Norteamérica, ser moderna a toda costa; que transitó por diversas corrientes, a veces como mera copia de modelos importados y otras para originar soluciones genuinas y trascendentales. Una región de cambios, que ya piensa en high-tech y que concibe edificios inteligentes, en un mundo fugaz, abocado a un futuro incierto y a un presente globalizador, donde «cualquiera» puede incluir en su currículo que presentó una obra en el MOMA, gracias a Instagram.