OFICIOS DE MERCADO
1. Si bien no es certero absolutizar el papel que para el arte y los artistas puede tener el vendedor de arte —en cualquier sitio del planeta—, tampoco sería acertado ni efectivo negar su utilidad en un mundo —incluso entre nosotros los cubanos— donde el mercado de la imagen y del producto artístico funciona de modo significativo, en tanto es parte del tejido de las relaciones mercantiles capitalistas existentes, y partícipe del proceso de transformación de las obras artísticas nacionales en bienes coleccionables y patrimoniales, no solo en el país que las genera, sino asimismo a escala internacional.
2. Siempre han existido distintos vendedores de lo estético, que se han ido ampliando en tipologías y alternativas: desde el conocedor profesional de arte que asume funciones de asistente o representante de creadores, hasta aquel que proyecta su especialización como dueño o empleado de una galería, entidad ferial, casa subastadora o consultoría de arte; desde quien decide convertirse en curador autónomo o asesor de mercado, hasta ese otro que despliega acciones ambulantes de dealer o revendedor, comercia mediante una web para ese fin y combina la venta de lo artístico con otras ofertas. Están, además, los que venden tras bambalinas o constituyen enlaces entre los coleccionistas y los vendedores o artistas, actividad que realizan desde sus puestos de labor en museos, centros de investigación y promoción, empresas de gestión y otras esferas del intercambio y las finanzas.
3. Dentro de todos los que comercian arte de una manera o de otra hay improvisados, piratas, contrabandistas, extorsionadores, explotadores del trabajo de los artistas, personas que responden a intereses ajenos —incluso de capitales transnacionalizados—, mercanchifleros de seudoarte, falsos coleccionistas, lavadores de dinero, regidores tendenciosos alistados en las ideologías estéticas de circulación globalizada, artífices del negocio sucio, inversores agazapados en acciones benéficas de tipo cultural y vendedores oportunistas que se montan en los resultados de las acciones comerciales de otros, de las subastas y las cadenas de ventas, o de los precios dados a conocer por la publicidad y los magazines impresos y digitales dedicados a informarlos. Pero igualmente hay profesionales de la comercialización serios, cultos, con una ética peculiar de negocio, que defienden el arte verdadero y apoyan el desarrollo de los lenguajes artísticos auténticos, que jerarquizan según currículo de rango cultural y calidades de las obras y propuestas no-objetuales, que tienden a situar en colecciones importantes de distintas naciones al arte que responde a la naturaleza de cada colección, y que mercan a partir de establecer adecuados signos de equivalencia diferenciadora a todo arte legítimo, ya sea antiguo, clásico, tradicional moderno, tardo-moderno, de las renovaciones propias de los últimas tres décadas del pasado siglo, o característico de la dinámica concurrencia de expresiones del tiempo actual.
4. Cuando un vendedor actúa con profesionalidad, moralidad, sentido de justicia, comprensión del arte que comercia como parte de todo el «universo artístico en desarrollo», así como con el deseo de servir a los dos polos de la relación circulatoria: productor y consumidor, deviene un agente esencial para la vida de los artistas, el destino elevado de sus realizaciones, la economía cultural correspondiente, la posibilidad de los cambios necesarios a lo estético, el aseguramiento de los resguardos del «tesauro patrimonial» en cada país y del mundo, y la sustitución de ese sucedáneo que es el «arte-mercancía» por un mercado propulsor de lo que sí aporta, sirve, expresa y es honesto en los diversos quehaceres auténticos del arte. Este ha de ser el vendedor interno o externo de arte inherente a la comercialización de la producción artística cubana.