En el panorama de las artes plásticas de la ciudad de Trinidad, la obra de Alejandro López Bastida destaca por su singular conjunción de técnicas tradicionales y un lenguaje absolutamente contemporáneo. Graduado en la Escuela Nacional de Arte, él representa una generación que se abrió camino en el llamado período especial. El inicio de sus estudios artísticos y su posterior graduación en el año 1990, coinciden exactamente con el derrumbe del campo socialista en Europa del Este y la antigua URSS. Este hecho supuso un profundo impacto en todos los sectores de la sociedad cubana, de modo que una serie de paradigmas ideológicos, estéticos y culturales, que ya venían cuestionándose desde la anterior «generación de los ochenta», serán abiertamente abordados por los creadores que emergían en la nueva década, agregándole a su vez los nuevos contenidos surgidos de las inéditas condiciones económicas y políticas que se vivían en la Isla.
Ya graduado, Alejandro comenzó a trabajar como profesor de escultura de la recién creada Escuela Profesional de Artes plásticas Oscar Fernández Morera, en su natal Trinidad. Allí redescubre la centenaria tradición alfarera, todavía viva en la villa, y decide incorporarla a los planes de estudio de dicha institución. Esta nueva y enriquecedora vertiente pedagógica, renovó indudablemente los conceptos y formas que hasta ese momento se empleaban en la cerámica meramente utilitaria, y le otorgó un carácter de obra autónoma, artísticamente concebida. A partir de entonces Alejandro ha colaborado como profesor y artista con experimentados maestros alfareros y torneros, impartiendo clases prácticas a sus estudiantes sobre diferentes técnicas de la cerámica. La herencia alfarera del pasado colonial de Trinidad, tan común al interior de las casas, donde todavía se observan las tinajas de agua, las macetas de flores, los filtros…, es muy evidente en la obra muralística de este creador.
Por medio de vasijas y objetos de uso cotidiano, recrea grandes composiciones y diseños decorativos que remiten a supuestos descubrimientos arqueológicos o excavaciones sobre antiguas ruinas y viejos muros de tierra y rocas.
La obra de Alejandro, como la de casi todo escultor, tiene una vertiente en la cual el uso de la línea como instrumento modelador deviene su mayor recurso expresivo. En sus dibujos sobre lienzo, las masas, espacios y líneas construyen un discurso sobre el cuerpo humano y su capacidad de producir significados complejos. En ellos apreciamos a un artista que prefiere el volumen y extrae la densidad conceptual desde los objetos tridimensionales; las obras discursan una y otra vez sobre interrogantes universales del ser humano: identidad, tiempo, ecología o sexualidad, a la vez que penetran en nuestra propia historia y devenir como cubanos.
Alejandro López despoja las formas del cuerpo de accesorios y anatomías inútiles, y los deja en su elemental desnudez. Allí se entrecruzan espirales y alambres de púas, órgano y paisaje, ser humano e historia.
A raíz de una importante exposición organizada en la ciudad de Cienfuegos, que agrupó a casi todos los egresados de su generación de la Escuela Nacional de Arte, este creador presentó una obra, después devenida serie, donde empleaba grandes tablones de color negro semejando pizarras escolares. Sobre ellos, como una típica clase, fueron escritos fechas, temáticas y apuntes, que remitían a diversos cuestionamientos de nuestra realidad nacional. El público asistente era convocado a dibujar sus propias ideas encima de estos pizarrones, y el azaroso resultado final quedaba expuesto como pieza terminada. Desde entonces, la activa participación de los espectadores en la conformación de las piezas se ha convertido en una constante de sus proyectos creativos, ensayada varias veces por él como propuesta utópica de una obra de arte total. Las llamadas Ferias del Barro, que involucran a los transeúntes de una céntrica calle trinitaria en una experiencia visual y creativa de carácter popular, o la gran exhibición que fue Pasado, presente y futuro, abarcadora de gran parte del centro histórico de Trinidad, y donde el público asistente jugaba un rol fundamental en la interacción con las obras, hechas de materiales reciclados, son ejemplos importantes de este concepto integrador de la nueva poética de Alejandro López.
Todavía se recuerda una cercana jornada cultural donde se exhibió una exposición fotográfica a partir de una pieza instalativa, realizada frente a la playa de la península de Ancón. Reutilizando los oxidados hierros de un antiguo muelle que sobresalían en la superficie del mar como si fueran fijadores externos de una cirugía ósea, Alejandro emplazó un enorme hueso fracturado, elaborado con materiales reciclados. La obra era un recordatorio de lo frágil y transitorio de la existencia misma.
Así, en medio de un gran momento de su carrera artística, Alejandro López se perfila como uno de los valores más destacados del arte contemporáneo en la Isla.