Hace ya tiempo se da por derrotada la sugerencia de la comunidad europea de eliminar la eñe de los teclados de los ordenadores de la región, por tratarse de una letra propia del español y ausente en el resto de los idiomas oficiales de los países integrantes de la asociación regional del viejo continente. La letra, reconocida en el mundo como símbolo del idioma de Cervantes y emblema de esta sección, es resultado del surgimiento y evolución de nuestra lengua y se sale de los límites de ella.
No había eñe en latín. Los escribanos de los monasterios aplicaron a la doble n (nn) la técnica de abreviar la duplicidad de una letra trazándola una vez con una tilde encima. También había que buscar una grafía para el sonido nasal palatal hacia el que evolucionaron en las lenguas romances algunos conjuntos latinos de consonantes. Así el annus latino pasó a ser añus, hasta convertirse en el año de que hablamos hoy.
Según las fuentes consultadas para este trabajo, hay eñes en lenguas como castellano, asturiano o bable, aymara, bubi, chamorro, extremeño, euskera, filipino, guaraní, mapuche, mixteco, quechua, tagalo, tetum, wolof y zapoteco. También las hay en gallego, para el que haré una suerte de comentario distintivo y, que conste, no porque mi padre haya nacido en Vilar de Padrenda (Ourense), sino por la evidencia de la antigüedad del uso de la eñe en la tierra a donde acuden peregrinos del mundo a venerar al apóstol Santiago.
Está la eñe en el texto en gallego-portugués hecho en Galicia más antiguo que se conoce: el Foro do bo burgo do Castro Caldelas, que data de 1228, y por medio del cual el rey Alfonso IX de León reguló el régimen a la villa de Castro Caldelas y otorgó sus fueros a los ciudadanos de la misma. Ello hace dudar de que el gallego la haya tomado del sistema de escritura del castellano, ya que —según lo investigado hasta hoy— la lengua de Castilla llegó a Galicia entre los siglos XV y XVI.
Al analizar la eñe vemos que, aunque no está en los teclados diseñados para escribir en inglés, el idioma de Shakespeare ha tenido que asumir su préstamo ya que, por ejemplo, no hay otro modo de referirse a la famosa y temible corriente de El Niño.
Todo parece indicar que los conceptos de cariño, extrañeza, buñuelos, piña, añejo, compañía, dueño y otoño —entre otros de los expresados gracias a la eñe— siguen internacionalizándose gracias al empeño de los hablantes. En su informe de 2015, titulado «El español, una lengua viva», el Instituto Cervantes asegura que actualmente existen en el mundo unos quinientos sesenta millones de hablantes de español repartidos en todos los continentes.
La prestigiosa institución indica que en Estados Unidos más de cuarenta millones de personas tienen el español como lengua nativa. Muy actual resulta el dato de que es la tercera lengua más utilizada en Internet y la segunda en las dos principales redes sociales del mundo: Facebook y Twitter. Si a esto agregamos que desde 2005 Internet admite el registro de dominios que contengan la letra eñe, podemos respirar tranquilos: nuestra querida lengua —parte de la identidad, manera de ser y de sentir y hasta de la economía (se afirma que el 15 % del producto interno bruto de un país está vinculado a su idioma)—, sigue expandiéndose con la fuerza de sus esencias y reglamentos y con la riqueza de sus variantes nacionales. Con el español, camina la eñe, de manera que —pongamos por caso— un cubano o cubana podrá seguir siendo identificado al asombrarse con el típico: ¡Ñooo!