Por Jorge Fernández Era
La exposición Boris Lurie in Havana, inaugurada el pasado 6 de octubre en la Sala de Arte Universal del Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba como proyecto de colaboración con la Boris Lurie Art Foundation, de Nueva York, es, al decir de la presidenta de esta institución norteamericana, Gertrude Stein, «el mayor homenaje tributado a Boris nueve años después de su muerte».
El director del MNBA, Jorge Fernández Torres, al introducir la conferencia «Boris Lurie: NO!art», impartida por el importante académico, historiador del arte, sociólogo y curador Francisco Jarauta, expresó que a pesar de que Lurie —nacido en Leningrado en 1924, como parte de una acomodada familia judía que perdió a la mitad de sus miembros en el campo de concentración de Rumbula en 1941— fue un artista de gran relevancia, «lamentablemente mucha gente no conoce, ni tiene el lugar que merece en la propia historiografía del arte».
«Nadie como Lurie —nos dice Jarauta— ha expresado de forma tan radical la tensión entre memoria e imagen. (…) Reinvindicar la experiencia y el arte como su expresión fue la tarea que el trabajo de Lurie buscó siempre realizar. Su NO era ya una negación de todos los rituales que ocultaban la verdad de una historia. En su lugar, un frenético trabajo a favor de un contradiscurso que permitiera recuperar el arte como experiencia humana».
Joan Guaita, curador de Boris Lurie in Havana, en el catálogo de la exposición plantea que «es precisamente al margen de las tendencias dominantes donde siempre se situó Boris Lurie. Difícil e incómoda posición que quiso mantener a lo largo de su intensa vida, desde donde pudo contemplar las líneas marginales de la realidad y de ese modo engrandecerla y recibir restituida una visión panorámica de la misma, más amplia, más auténtica, aunque a menudo non grata».
Por su parte, Jorge Fernández Torres destaca sobre el miembro del grupo NO!art: «Como un náufrago sin destino posible se podría entender la vida de Boris Lurie. El arte es para él una actitud, la forma de generar esas microrrevoluciones en aquellas zonas donde la transparencia inefable del poder no puede alcanzar. Lurie vivió los desastres de la guerra y de la persecución antisemita que llegó hasta el hecho de convivir de cerca con la posibilidad de la muerte en los campos de concentración del nazismo. Sin embargo, nunca se dejó cercar, ni por las ideologías ni por las religiones».