Por Jorge Fernández Era
Pero con Arte por Excelencias sí. Estimulado por el éxito que tuvo su muestra en la Feria Artissima Art Fair 2017, celebrada en la ciudad de Turín, Italia, este periodista hizo contacto con el artista a propósito de la exposición Yo no hablo con fotógrafos, que se exhibe en la Galería Servando, de 23 y 10, en El Vedado habanero, con curaduría de Abel González Fernández.
En las palabras de presentación a la muestra que llevó a Artissima —un conjunto de fotografías de la serie ¿Y allá qué hora es?, relato temporal a través de imágenes que se suceden en varias ciudades del mundo— se nos decía que «en la obra de Leandro Feal (La Habana, 1986), uno de los artistas emergentes cubanos más relevantes en el ámbito de la fotografía, igualmente cobra importancia el proceso de trabajo y el modo de presentarlo. Así, en el ejercicio de intentar plasmar lo que percibe, surgen imágenes y secuencias que inevitablemente generan narrativas, pequeños relatos que depura en el segundo momento de creación (la edición). Al extraer esos pequeños destellos donde lo vivido y presenciado se convierten en imágenes bien fijadas, comienza a darle sentido a estas historias, a definirlas y perfilarlas mediante el montaje».
Leandro Feal Bonachea es un artista que a su aún corta edad ha sentado cátedra en cuanta muestra internacional de fotografía o galería de cualquier confín es convocado. Lo avalan sus exposiciones Nadie lo sabe todo (bipersonal con Taxio Ardanaz, Azkuna Zentroa, Bilbao, España, 2017), Blow Up, Blow Up (bipersonal con Joan Fontcuberta, Galería El Apartamento. La Habana, 2016), Lugar común, lugar extraño (Bilbao Arte, Bilbao, España, 2015), Vivir la fotografía sin vivir de ella, Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño, La Habana, 2015) y Donde nadie es exclusivo (Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, La Habana, 2013).
En exclusiva para nuestra revista el artista —que en el año 2015 hizo una residencia artística en la New York Film Academy, de Estados Unidos— declara: «Me gusta ser muy versátil a la hora de hacer fotos: lo mismo puedo hacer una que roza con la de un paparazzi, u otra que me cura del urbanismo de la ciudad perfecta que pudiera estar en cualquier Guía del Movimiento Moderno de La Habana. Me gusta cómo, dentro de un paisaje en ruinas, hay una escena también, como dos planos que se interponen. Antes no me interesaba la arquitectura, pero luego de vivir un tiempo afuera, uno se da cuenta de lo importante y extraordinariamente bella que es nuestra ciudad. Puede que mañana se caiga o ya no exista, pero no tiene que envidiarle a ninguna otra».
La singularidad de Feal se demuestra en Yo no hablo con fotógrafos en una pieza singular: una Canon 5D Mark II rota después de haber sido lanzada por él desde la terraza del antiguo Hotel Roma. «No hubo más opción que destruir el artefacto —cuenta—. Tenía que haber un sacrificio, una especie de exorcismo que eliminara el filtro que mediaba entre la realidad y mi persona. En lugar de objetualizar la mirada, la fotografía me estaba objetualizando a mí. A la siguiente noche, la cámara que me había acompañado durante ocho años colgaba desde el techo, como una suerte de reliquia de la historia de aquel lugar».
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