Habanera, trovadora, compositora y juglar cuya doctrina es siempre crear y su deporte: cazar auroras. Así se nos presenta una artista alejada de la estridencia y cuidadosa en todo lo que hace y dice.
¿Cómo beneficia a una artista poder dialogar, desde la música, con diversos públicos desde una ciencia que estudia los procesos mentales, las sensaciones… como es la psicología? ¿Deberían ser todos los cantautores psicólogos o se convierten en psicólogos todos los cantautores?
Yo suelo decir que las preguntas que alguna vez le hice a la psicología, me las respondió el arte. Pienso que cada cantautor es un universo muy particular, no creo que todos necesiten de una herramienta científica. Hay cantautores muy lúcidos. Por ejemplo Silvio Rodríguez, muy joven, tenía un nivel de claridad, de cuestiones sociales, del mundo en general, de la vida de pareja, de las relaciones interpersonales que yo me sorprendo, (sobre todo mientras más pasan los años) de pensar qué edad tenía Silvio cuando hizo tal canción. Yo no creo que a un autor como Silvio le hubiera hecho falta la carrera.
Pienso que cada cual se nutre de lo que ha estudiado, de lo que está en su entorno, de lo que ha leído, de lo que vive y en mi caso sí pienso que es un conocimiento, una percepción cultivada que está ahí y de la que es imposible desprenderse, con independencia de que la creación tiene mucho de intuición. Y en ese momento, al menos explícitamente, no se está pensando en la teorización de los sentimientos o de las visiones.
La creación también tiene una etapa de carpintería fina que es innegable y que se va llamando oficio con el paso del tiempo, donde sí hay mucha conciencia y creo que de esto raramente se escape alguien, un cantautor o un artista en general, creo que ahí sí hay un proceso de teorización y de racionalización para entender con toda esa intuición, con todo ese soplo de las musas qué cosa es lo que uno debe pulir, perfilar, sustituir, podar como decía Dulce María Loynaz, el verso se debe podar al final.
¿Emigrar desde una ciencia al arte, fue un salto súbito o ya venía alimentando el espíritu desde la niñez?
Venía desde la niñez. Realmente, al cabo del tiempo, me di cuenta que durante mi estancia en la universidad yo sin saberlo, me estaba preparando para ser una creadora profesional. Mi etapa universitaria estuvo ligada al movimiento de aficionados de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y en ese contexto comencé a musicalizar textos de las obras que el grupo Psquis ponía en escena. Lo que hacía, entre otras cosas, era música para teatro. Es algo que me acompañó en esa etapa, que me hizo investigar, me hizo estar en contextos artísticos, paralelos a la vida de estudiante y fue una etapa muy enriquecedora y pensé que pasaría al recuerdo.
Realmente cuando me gradué y me ubicaron, la vida laboral me empezó a alejar del arte, como vivencia esencial de todos los días. No me bastó con ir de vez en cuando al teatro o a un concierto como espectadora. Sentí que me faltaba esa esencia y me di cuenta de que todo era como al revés: la psicología era un ingrediente en mi saber, en mi vida, pero realmente mi proyección y mi necesidad estaba en ser creadora.
En su formación inicial y hasta hoy, ¿cuánto influyeron Vicente Revuelta, María de los Ángeles Córdova y la música de los fundadores de la Nueva Trova?
Son fuentes muy importantes. Vicente Revuelta, uno de los genios del teatro cubano fue justamente una persona que conocí en la etapa universitaria. En ese tiempo hubo un grupo de cuatro o cinco psicólogos que quisimos hacer una obra sobre John Lennon, le interesó mucho y participó de ese proceso. Después en un momento determinado, cuando estaba reconsiderando mi camino profesional, me lo encontré y me invitó para un proyecto que estaba gestando en aquel entonces. Fue también una experiencia muy enriquecedora. En aquellos talleres conocí a personas como Alina Rodríguez, Víctor Varela, entre otros que me aportaron mucho.
Toda esa enseñanza de Vicente Revuelta de cómo la vida se condensa en el arte fue fundamental porque eran conversaciones que no parecían clases magistrales. Y en otro de los recesos laborales, terminando los ochenta, pensé que lo mejor era estudiar música y a través de una amiga llegué a Mery Córdova quien me dio un intensivo de clases de distintas materias. Me conecta con profesores del Instituto Superior del Arte (ISA) y de alguna manera todo aquello me sirvió mucho para ubicarme y para poder avanzar en el camino de la creación.
Y a los fundadores de la Nueva Trova los descubrí de manera independiente, a través de la radio. Aunque no tenía vivencias para comprender las canciones, algo me estaban diciendo. La influencia de esos creadores es evidente e innegable en mi obra y eso se oye cuando alguien escucha mis canciones.
Después de estar vinculada artísticamente a distintos centros y asociaciones, resuelve trabajar de manera independiente. ¿Qué provoca esta decisión? ¿En cuánto ayuda o no autogestionarse una carrera?
Por supuesto que eso implica riesgos, tener claridad en la organización del tiempo, pues uno pasa a ser su propio director. Eso surge de la necesidad de seguir la lógica natural de la creación. Se necesita de un recogimiento y, a veces, me chocaba mucho las programaciones que venían de afuera y llegó un momento en que lo reconsideré. De todas maneras la independencia es relativa, porque yo sigo siendo miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) que me ha apoyado muchísimo. Hay personas en las instituciones que me convocan y yo le respondo porque es un lazo natural.
¿Qué persigue Rita cuando compone y le canta a los niños y al mismo tiempo crea otro tipo de mensaje para un público adulto?
Es un diapasón expresivo. A veces lo temas son los mismos, lo que cambia es el código. Hay que tener en cuenta que un niño ha vivido pocos años y no tiene referencia de muchas cosas, pero tampoco hay que banalizar lo que uno está diciendo para ellos, porque si bajas demasiado el nivel se pierde el misterio de lo que no conoce.
Yo recuerdo muchas cosas de mi niñez que, aunque no comprendía, me seducían. Eso siempre ha sido una constante de mi carrera, desde que comencé a hacer música infantil: la elaboración y no bajar el nivel por el hecho de que sean niños.
¿Cuando un artista cae en la incoherencia entre el arte y el ser, sale una buena obra?
Pienso que la incoherencia no es saludable para nada, ni para la vida del artista, ni para la obra misma. Siempre se habla de los artistas preferidos, pero también existen públicos preferidos. Yo como artista prefiero los públicos pensantes, lo que no quiere decir que estén con un verbo complejo todo el día y tengan que ser canciones cargadas de literatura todo el tiempo, no me refiero a eso.
Prefiero públicos que busquen propuestas, manera de decir, de oír las vivencias que tienen. Hay públicos que prefieren un mensaje simple y en ese sentido es posible que se acerquen más a determinadas propuestas. Lo incoherente me parece que está en el hecho de que un artista tenga posibilidad de crear de manera más elaborada y prefiera bajar el nivel para ser más famoso y eso yo no lo he sabido hacer nunca, ni lo he querido aprender. Tampoco estoy juzgando al que lo hace.